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Juan Carlos Rey: Los nuevos partidos repiten defectos de los tradicionales (II)

Esta es la segunda y última parte de la entrevista a Juan Carlos Rey, probablemente el mayor estudioso de los partidos políticos en Venezuela. Dice que, hasta donde sabe, ninguno de los nuevos partidos venezolanos ha elaborado una teoría y desarrollado una práctica que permita considerarlo como una organización políticamente responsable. Habla también sobre golpe de Estado y guerra civil.

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

P: En periodos de debacle social y política, ¿qué tipo de partidos políticos han salido fortalecidos, históricamente? En este caso, ¿cuáles ve usted mejor preparados para sacar provecho de esta coyuntura?

R: En ese tipo de periodos los partidos que históricamente se han visto fortalecidos han sido los extremistas, de derecha o de izquierda (caso emblemático, los nazis y los comunistas en Alemania tras la Primera Guerra Mundial). No veo en la Venezuela actual ningún partido preparado para sacar provecho de la coyuntura. Como he explicado detalladamente en varios de mis escritos, pienso que uno de las principales factores de la crisis de nuestra democracia representativa, que favoreció el ascenso del chavismo, fue la falta de responsabilidad política de los partidos, sobre todo de los dos principales que habían tenido responsabilidades de gobierno, y para superar esa situación creo que sería preciso recuperar la teoría y la práctica de los partidos y gobiernos responsables. Pero no me parece que los partidos tradicionales —me refiero a los que existen desde antes de la irrupción del chavismo— tengan la capacidad y la voluntad para siquiera intentarlo. En cuanto a los nuevos partidos, no soy muy optimista sobre su disposición a hacerlo. En todo caso, los que ponen sus esperanzas en ellos deben recordar la advertencia del historiador José Gil Fortoul: “Los partidos no surgen de la noche a la mañana al conjuro de unas cuantas voces elocuentes, ni se transforman las costumbres nacionales en sólo unos meses de entusiasmo patriótico (…). Los partidos políticos son siempre y en todas partes efecto de largas luchas y largas tradiciones colectivas”.

P: Se habla mucho, en las redes sociales y artículos de opinión, acerca de las dimensiones de esta emergencia nacional. Se habla en términos de “esta es la primera vez que…”. ¿Puede precisar tres elementos que nunca se habían presentado en crisis políticas del siglo XX en Venezuela, y sí están presentes en la actual?

Carezco del tiempo y de la información necesaria para hacer un estudio comparado de las diversas crisis de Venezuela durante el siglo XX, que me permitiría contestar adecuadamente su pregunta. Pero pese a tal carencia, me atrevería a conjeturar que bajo el gobierno de Maduro se ha producido una penuria, por la falta y el encarecimiento de los alimentos, medicinas y productos o servicios básicos, como nunca antes se había tenido memoria en Venezuela. Si a esto le sumamos el pavoroso incremento de la violencia y la falta de seguridad de la población, que se siente bajo la constante amenaza de perder sus vidas y propiedades, se comprenderá fácilmente que una situación tal erosiona gravemente al régimen político existente y amenaza su pervivencia. Y no es de extrañar que muchos venezolanos consideren inevitable que una progresiva acumulación de actos de resistencia activa, por parte de la población, va a ocasionar el inminente colapso y remoción del gobierno. Sin embargo, ese tipo de explicaciones no son sencillas. El rechazo de un orden social y político que acompaña a las grandes conmociones sociales, es difícil de estudiar. Frente a la idea primitiva y simplista que lo atribuye a un empeoramiento progresivo de las condiciones de vida, los mejores sociólogos han subrayado la idea, que va en contra de la intuición, de que tal rechazo no siempre va acompañado del empeoramiento de sus condiciones de vida. Sociólogos como Runciman, con su noción de relative deprivation, o Boudon, con su idea de la “lógica de la frustración relativa”, han llamado la atención sobre los factores subjetivos y relativos de los que dependen las aspiraciones de los hombres y su reacción ante los cambios en su situación. Frente a la creencia simplista de que la satisfacción directa de las demandas formuladas por la gente generará apoyos al gobierno, se encuentran el “efecto túnel” estudiado por Runciman o el “factor esperanza” por Pablo González Casanova. Se trata de factores subjetivos que crean confianza en algunas personas, aunque ellas no se hayan beneficiado directamente por ciertos cambios.

Las relaciones entre la situación social y económica en que una persona efectivamente se encuentra —que en principio puede ser medida a través de indicadores objetivos tales como los bienes de que dispone— y la evaluación subjetiva que esa misma persona hace de tal situación, que se expresa en su sentimiento de bienestar o malestar, no coinciden, y es muy importante tener en cuenta en cada caso esa posible diferencia. Sin duda que para que haya bienestar se requiere la satisfacción de las necesidades biológicas y sicológicas básicas, tales como alimentación, ropa o habitación, cuyos cambios se pueden medir con criterios relativamente objetivos (por ejemplo, mediante la construcción de un índice de pobreza absoluta), pero hay necesidades que dependen de factores históricos, culturales e incluso personales. Entre tales factores son fundamentales los que responden a criterios éticos y de justicia, morales o políticos, que se pueden crear y modificar por la experiencia y el aprendizaje, que varían entre las diversas clases sociales. Lo cual puede ayudarnos a explicar las diferentes reacciones de las diversas clases sociales ante cambios aparentemente comunes, pero que son sentidos como distintos según el balance que los grupos sociales hacen entre lo que efectivamente reciben y sus expectativas sobre lo que tienen derecho a recibir.

En todo caso, tratar de prever la posible estabilidad o inestabilidad de un sistema político basándose sólo en los datos de cambios puramente objetivos, es cosa insegura, pues no se toman en cuenta factores esenciales.

P: En algún encuentro me comentó de manera amplia el extenso libro del intelectual Ignacio Ramonet sobre Chávez. ¿También la intelectualidad está poniendo distancia con Maduro?

R: Creo que entre los intelectuales que fueron originalmente chavistas se deben distinguir varias categorías. Están, en primer lugar, aquellos que han abandonado sinceramente el chavismo porque lo consideran esencialmente errado y han acogido principios fundamentales en los que se basa la democracia representativa, tales como el pluralismo político y social, la división de poderes y otras formas de limitar el poder de los gobernantes, etc. En segundo lugar están los que han sido y continúan siendo chavistas y quieren conservar el chavismo, evitando que desaparezca, arrastrado por el desprestigio e inevitable ruina del madurismo. Con tal fin tratan de diferenciarlo, y en el extremo considerarlo como una traición al chavismo. Por último están los defensores del madurismo que consideran a Maduro como el continuador de Chávez, que desarrolla y profundiza los planes que este se proponía llevar a cabo. Las reflexiones anteriores pueden ser válidas tanto para los chavistas civiles como para los militares. Soy incapaz de estimar el porcentaje de cada una de esas categorías, pero me parece evidente que aumentan la primera y la segunda y disminuye la tercera.

P: ¿El culto a Chávez tiene alguna posibilidad de volverse religión o su desprestigio a esta ahora ya es fatal y definitivo?

R: Como he escrito en otra ocasión, hay que distinguir entre el chavismo como religión popular, por ejemplo del tipo Negro Primero —que ya en gran parte lo es— y el chavismo como una Iglesia provista de una organización jerárquica, a cuya cabeza está la persona designada por el propio fundador, que dispone del supremo poder y define cuál es la doctrina verdadera. Aunque el chavismo puede prosperar como religión popular, creo —por razones que he examinado en otro lugar— que no tendrá oportunidades de desarrollarse como una Iglesia institucionalizada. [Al respecto, Rey recomienda su texto “Los tres modelos venezolanos de democracia en el siglo XX”, un capítulo de La democracia venezolana y sus acuerdos en los cincuenta años de su convenio con la Santa Sede (Caracas: Konrad Adenauer Stiftung – Universidad Católica Andrés Bello, 2015, págs. 9-34, especialmente p. 33)]

P: ¿Ve posibilidades inminentes de guerra civil (aunque uno de los bandos, desarmado, no pueda formar parte beligerante de conflicto armado alguno)?

R: Durante el siglo XIX, cuando Venezuela no contaba con un verdadero Estado (entendido, en el sentido de Max Weber, como una organización que reclama para sí, con éxito, el monopolio de la violencia física legítima) y tampoco existían ejércitos profesionales y permanentes, las guerras civiles eran habituales, pues proliferaban bandas armadas que se enfrentaban en busca de riquezas o del poder. En 1903, con el fin de la llamada Revolución Libertadora (la última de nuestras guerras civiles), y con la creación de un Estado moderno y de un ejército profesional y permanente, las guerras civiles desaparecieron del panorama político venezolano. Pero esto no quiere decir que sea absolutamente imposible que vuelvan a aparecer, aunque para ello sería necesario que el ejército se fracturara y se formaran dos (o más) facciones dispuestas a enfrentarse entre sí en un conflicto por el exterminio total del enemigo, lo cual hasta ahora no ha ocurrido. Durante el siglo XX los militares fueron en Venezuela un poder decisivo, capaz de cambiar los gobiernos existentes mediante “golpes de Estado”, aunque fingiendo hacerlo en cumplimiento de supuestos mandatos constitucionales e históricos. Pero por encima de posibles discrepancias dentro de las fuerzas armadas, que sin duda existieron, privó en ellas una solidaridad corporativa, que les llevó, en vez de enfrentarse en un conflicto armado “todo o nada”, a “contar los cañones”, es decir, por encima de preferencias ideológicas y libres de fanatismo, declarar ganador a la parte que tuviese más recursos para lograrlo, sin llegar a una real confrontación y asegurando una salida digna al perdedor, a veces con un puesto diplomático en el extranjero. En todo caso, en la Venezuela actual, creo que cualquier posible cambio de gobierno por una vía distinta de la institucional sólo podrá hacerse por obra de los militares, mediante un golpe de Estado, aunque sin llegar a ser una verdadera guerra civil.

P: ¿El “estigma Uslar Pietri” ha sido superado por el venezolano, quien ahora confía más en los partidos?

R: Uslar no fue, en principio, enemigo de los partidos. Por el contrario, siendo ministro y principal consejero del presidente Isaías Medina Angarita (5 de mayo de 1941-18 de octubre de 1945) defendió la existencia de partidos como necesaria para la democracia. Pero el partido que él propugnaba era de élites, sin democracia interna y funcionando en un sistema de democracia restringida o tutelada. Cuando, después de 1958, Uslar participó en la nueva democracia, fue uno de los principales críticos de la denostada partidocracia, pero los partidos que él repudiaba eran de masas, como Acción Democrática, cuyo modelo (según Uslar tomado del partido leninista ruso) había sido copiado por todos los partidos modernos venezolanos.

Por otra parte, aunque parece que ya se va superando la partidofobia, pues incluso los más jóvenes reconocen la necesidad de la existencia de partidos, creándose varios nuevos, mucho me temo que tienden a reproducir muchos de los defectos tradicionales. Hasta donde sé, ninguno de los nuevos ha elaborado una teoría y desarrollado una práctica que nos permita considerarlo como una organización políticamente responsable, en el sentido completo y exacto de este adjetivo.

P: ¿El chavismo, con asesoramiento cubano, estuvo 17 años preparándose para esto que parece ser la “guerra total”?

R: Aunque puede haber algunos sectores del chavismo que bien sea por fanatismo o por temor a tener que responder de los graves delitos que se les podrían imputar, estarían dispuestos a defender el régimen a cualquier precio, pienso que se trata de una minoría incapaz de desatar y sostener una “guerra total” en el verdadero sentido que el adjetivo “total” tiene en la historia del pensamiento estratégico. Aunque hubo ocasiones en las que Chávez incitó a sus seguidores a preparase para tal tipo de guerra para defender su revolución, pienso que la mayoría de los gobernantes cubanos, así como de los militares venezolanos, más que fanáticos chavistas, son pragmáticos y realistas, y no estarían dispuestos a convertir la defensa del régimen en una “guerra de religión”.

Pero, ¿cómo reaccionaría la “masa” chavista? (me refiero a la “turba” o “populacho”, como en ocasiones la llamó Chávez) y ¿qué hacer en tal caso? Probablemente este sería el problema más grave a resolver.

[A propósito del concepto guerra total, Rey recomienda leer su artículo “Militarismo y caudillismo: pilares del régimen y de la república bolivariana” en https://ucv.academia.edu/JuanCarlosRey].

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