Cultura y ArtesEntrevistasHistoriaLibrosLiteratura y Lengua

Juan Eslava Galán: «En la Antigua Roma, hasta el concejal de barrio tenía que demostrar su valía. Hoy cualquier analfabeto acaba en el Congreso»

Roma alcanzó un poder sin parangón y fue superpotencia dominante durante más de un milenio. Ahora que Occidente camina hacia el declive, muchas voces reclaman una mirada nostálgica hacia aquel esplendor romano. Hablamos de ello con el escritor Juan Eslava Galán, que acaba de revisar esa civilización por completo en 'Historia de Roma contada para escépticos', su nuevo libro.

«En la Antigua Roma, hasta el concejal de barrio tenía que demostrar su valía. Hoy cualquier analfabeto acaba en el Congreso»

 

 

Juan Eslava Galán se ha empeñado en ayudarnos a entender la complejidad del mundo. Con su extensa colección de novelas y ensayos, en especial la saga de periodos históricos contados ‘para escépticos’, nos ha guiado por los episodios claves del pasado. Con Historia de Roma contada para escépticos (Planeta) nos ofrece ahora una guía de viaje por sus 1229 años, desde la fundación por Rómulo y Remo hasta su caída. Con humor, profundidad y fluidez, el escritor jienense de 76 años habla con XLSemanal sobre la herencia de una civilización grabada a sangre y fuego en el ADN de Occidente y con la que, con frecuencia, buscamos compararnos. Aunque, advierte, no siempre con fortuna.

 

XLSemanal. Elon Musk dijo durante la campaña electoral que EE.UU. necesitaba un líder como Sila, en clara referencia a Donald Trump. ¿Le parece certera esta analogía?

Juan Eslava Galán. Bueno, Sila fue un dictador sanguinario que desató una represión brutal y gobernó en favor de la clase privilegiada romana y de él mismo. Ignoro hasta dónde conoce Musk de Sila, pero todo indica que Trump estaría encantado de gozar de poder absoluto.

XL. A Sila lo alzaron al poder las élites para ‘poner orden’. Y su dictadura su basó en una ley que la permitía…

J.E.G. Por eso no creo que a Trump le resulte fácil convertirse en dictador, porque en EE.UU. no hay leyes que lo permitan. Supongo que queda bien esto de compararse con personajes lejanos, porque la percepción que la gente tiene de ellos es más difusa.

XL. ¿Que la que tenemos de otros más cercanos como Hitler, Stalin, Mao, Mussolini, Franco..?

J.E.G. Bueno, cada vez más políticos reivindican a ciertos personajes; han perdido el pudor. Pero comparar a Trump con Sila no lo deja en buen lugar, aunque parece que le ha funcionado electoralmente, porque Sila también es elogiado por sus dotes políticas y por darse cuenta de que un Imperio ya no podía gobernarse como un Ayuntamiento y sentar las bases de lo que vino después.

XL. Al final, Trump ha vencido, pero, ¿no habría sido mejor compararlo con Julio César, más popular históricamente que Sila?

J.E.G. Quién sabe, porque también es cierto que, al ser más conocido, también lo es su lado oscuro. Y si lo juzgamos con los patrones actuales muchos pueden considerar a Julio César como un villano ya que conquistó la Galia para hacerse rico y acaparó todo el poder en Roma haciéndose nombrar dictador vitalicio, jefe supremo del ejército, sumo sacerdote y tribuno vitalicio, un cargo que sacralizaba su persona.

«La decadencia de Roma llega por los vicios que generan el bienestar y la abundancia. Hay un momento en que es tan rica que se relajan los valores, y la gente solo piensa en el placer»

 

XL. ¿Con semejantes credenciales, ¿por qué la cultura muestra un retrato tan benévolo de César?

J.E.G. Quizá porque fue el héroe del pueblo frente a los privilegiados, una suerte de líder popular y ‘revolucionario’. Y era cruel, sí, pero no más que sus enemigos. Que Sila, por ejemplo. Así eran las cosas entonces.

XL. ¿Aclarar cuestiones como estas sobre Roma es una de las razones para escribir este libro?

J.E.G. Era una deuda pendiente, pero es cierto que los tópicos sobre Roma, heredados sobre todo del cine, salpican nuestra percepción y la gente no profundiza. Musk, por ejemplo, idealiza Roma, pero dudo que tenga buen conocimiento de lo que fue. Roma se basaba en el trabajo esclavo y el saqueo de los pueblos conquistados, en la discriminación, en la corrupción; era cruel, violenta y mantenía al pueblo adormecido.

XL. Igual es eso lo que la atrae de Roma…

J.E.G. Pues igual no sabe que en Roma existía una especie de seguridad social: la annona. Había una masa de personas que mamaban de la teta del estado sin hacer nada. Ya sabes, panem et circenses. Y, claro, no querían que fuera más gente a Roma para no tener que repartir esos subsidios.

XL. Es decir, el actual: «¡fuera inmigrantes!»

J.E.G. El paralelismo con la actualidad es inevitable porque la ciudadanía romana se fue extendiendo hasta que, en el año 212, Caracalla se la concedió a todos los habitantes del imperio y 30 millones de personas se convirtieron en romanos de pleno derecho de la noche a la mañana.

XL. Pero, al igual que hoy, esa decisión respondía a una necesidad económica: faltaba mano de obra…

J.E.G. Es cierto que, como ocurre hoy, Roma necesitaba trabajadores, porque los romanos ya se habían vuelto tan señoritos que nadie quería ir a las legiones, trabajar en el campo… Y van cediendo todo eso a los bárbaros, hasta que estos se quedan con todo el cotarro.

XL. ¿Al final, la historia de la humanidad trata de cómo mantener los privilegios?

J.E.G. Así de simple, así de crudo. Es lo que hay.

XL. Hemos hablado de la corrupción en Roma, pero ¿podría mencionar alguna virtud de su cultura política que nos viniera bien adoptar?

J.E.G. Sin duda, el cursus honorum, que obligaba a los políticos a seguir un ascenso por el escalafón. De concejal de barrio hasta llegar al Senado, debías demostrar tu valía en cada puesto para llegar algún día a ser cónsul.

XL. Algo que no hacen los políticos actuales…

J.E.G. Ahora cualquier analfabeto puede apuntarse a una lista y acabar en el Congreso. Para ser barrendero necesitas el graduado escolar, pero para ser diputado nadie te pide certificado de estudios. El mérito es importante, merecerte el puesto.

XL. ¿Tiene un diagnóstico para los males de la clase política?

J.E.G. El gran problema de nuestra democracia es que los políticos no miran más allá de cuatro años vista. Sólo les interesa ganar las próximas elecciones.

XL. ¿Revisar la historia de Roma es una advertencia sobre cómo una civilización entra en decadencia hasta desaparecer?

J.E.G. Evidentemente. En el momento en que Roma es tan rica que se relajan los valores, la gente solo piensa en el placer –vicio que traen el bienestar y la abundancia– y hacen falta extranjeros para hacer el trabajo, todo acaba viniéndose abajo. Con Roma es como con la familia: los abuelos hacen la fortuna, los padres la mantienen más o menos y los hijos y nietos la dilapidan [se ríe].

XL. ¿De dónde viene nuestra fascinación por Roma?

J.E.G. En primer lugar, porque somos herederos de Roma. Hablamos un latín evolucionado o degenerado, según lo miremos [se ríe]. Y, en segundo lugar, porque es una historia completa que te da el pulso de la humanidad. Los romanos empiezan no siendo nadie, acaban conquistando un imperio que abarca prácticamente el mundo conocido y, finalmente, llega la decadencia. Son mil años de historia en los que se resumen todos los ciclos de la humanidad y, encima, nos toca directamente, porque Occidente está viviendo una negra decadencia y la tentación de compararnos con el Imperio Romano es continua. De algún modo, nos está pasando lo mismo.

XL. ¿Qué problemas conlleva comparar a Roma con la actualidad?

J.E.G. La principal es que el sistema romano se basaba en la esclavitud, la discriminación y la corrupción. El trabajo esclavo, el saqueo de los pueblos conquistados, es la base económica y social de Roma. A cambio de eso, la urbe propagó sus valores y su cultura, el derecho romano… Porque hay imperialismos, como el inglés o el francés, que fueron puramente explotadores. No dejaron nada a cambio, digamos. El español, en ese sentido, se pareció más al romano.

XL. En todo caso, cualquier imperio es, por definición, conquista, explotación, esclavitud, crueldad…

J.E.G. Claro, sí, es saqueo, puro saqueo. Y, al final, nadie puede negar que nuestra civilización occidental se construyó, en buena medida, sobre el esclavismo y la explotación de otros pueblos. La humanidad no da más de sí. Esto es lo que somos.

XL. El enfrentamiento entre los Imperios parto y romano, las superpotencias de la época, marcó el declive de ambas. ¿Podríamos leerlo en clave de advertencia para EE.UU. y China?

J.E.G. EE.UU. ya se impuso a la URSS, aunque el desequilibrio con China es mucho menor y será algo distinto. En realidad, siempre ha habido colisión entre Oriente y Occidente. Las ciudades griegas contra el imperio persa, Roma contra los partos, el imperio árabe, el imperio otomano, Japón, Oriente Próximo… Y ahora China y la India lleva años dándonos sopas con ondas. Y aprovechan, además, que el resto del mundo mira cada vez con más desconfianza a Occidente, al hombre blanco, que antes les explotó miserablemente.

XL. Políticos como Trump y sus acólitos en Europa prometen recuperar la ‘grandeza’ de Occidente. ¿Qué lectura hace de esta promesa?

J.E.G. Eso es algo en lo que ni siquiera ellos creen. Estamos resistiendo como en El Álamo, porque sabemos que esto no acaba bien. Toda civilización tiene su orto y su ocaso y estamos en el ocaso de la nuestra. Hemos adelantado mucho en tecnología, pero en filosofía y humanismo vamos retrocediendo… Como le sucedió a Roma.

 

«En Roma, los políticos seguían el ‘cursus honorum’. Debían demostrar su valía en cada puesto para llegar al Senado. Hoy, cualquier analfabeto puede acabar en el Congreso»

 

XL. ¿Cuál es el factor determinante de este declive?

J.E.G. En Occidente hay una tremenda decadencia del hecho religioso, que es algo más importante de lo que parece para cohesionar a una sociedad. En el Imperio romano, los valores que el ciudadano, orgulloso de su sociedad, imponía a sus hijos, se fueron perdiendo. También fue clave la decadencia demográfica, que el propio Augusto señaló –«Roma no son las columnas, son los hombres»–, algo que nos ocurre a nosotros. Y obligó legalmente a tener hijos, porque la aristocracia se había hecho tan vaga y estaba tan acomodada que no quería procrear.

XL. ¿Qué importancia tuvo la irrupción del cristianismo en aquel colapso?

J.E.G. Muchos le atribuyen su decadencia, pero el espíritu de hermandad cristiana ya existía en la filosofía estoica que se imponía entonces. Más bien, refuerza ese estoicismo ya existente. En paralelo, hay una decadencia del politeísmo, porque los romanos de pronto se sienten atraídos por los cultos mistéricos orientales, como el cristianismo. Durante siglo y pico está en lucha con el mitraísmo y la religión de las legiones, que adoraban al dios Sol. El cristianismo, al final, se impone captando fiestas y ceremonias de esas otras religiones.

XL. ¿Se impuso, entonces, por habilidad?

J.E.G. Digamos que movió bien sus fichas. De hecho, el papado intenta reproducir ese Imperio. Hasta llama Diócesis a las provincias…

XL. Entonces, ¿la decadencia de Occidente va ahora de la mano de la del cristianismo y de la Iglesia católica?

J.E.G. Es evidente. Todo está conectado. Ha crecido la desafección de la gente.

XL. Para terminar, dígame un tópico sobre Roma que le irrite especialmente.

J.E.G. Lo del pulgar hacia abajo. Los romanos nunca hicieron ese gesto. Hacían este (se paso el dedo por el cuello), de Iugula!: ¡degüéllalo!

XL. ¿Se lo inventó, entonces, algún guionista en los tiempos del péplum?

J.E.G. Pues a alguien por ahí se le ocurriría y, oye, es lo que hoy piensa todo el mundo.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba