Juan José Monsant A.: Dialogar para crecer
Todo conflicto, toda guerra culmina con la precedencia de un diálogo entre las partes confrontadas, o entre sí. Claro, puede culminar con una derrota total y definitiva de una de ellas, o en una conjunción de intereses compartidos, cuando existen objetivos comunes.
Pareciere entonces que el diálogo, que no una negociación “dut et des” (doy para que me des), es la vía normal de un entendimiento en los fines comunes a conseguir.
El tan vituperado por conveniencia de estatus, prejuicios o ignorancia, el Papa Francisco, tiene una visión muy clara acerca del diálogo del cual es un ferviente creyente: diálogo interreligioso, entre las naciones, entre los hombres. Diálogo para conocerse, para aprender, entender y proporcionar al otro lo que puede haber en común, en aras de un fin superior: la paz. La paz entre las naciones, la paz entre los hombres.
Francisco en su visita apostólica a Paraguay el 11 de julio de 2015, ante una pregunta que se le hiciere respondió: “el diálogo es un medio para forjar un proyecto de nación que incluya a todos. El diálogo no es fácil, porque también está el “diálogo-teatro”, es decir, representemos al diálogo, jugamos al diálogo, y después hablamos entre nosotros dos. El diálogo es sobre la mesa, claro”.
Venezuela conoce de esto, Desde 2002 estamos dialogando con la tiranía, el primero presidido por el ex secretario General de la OEA César Gaviria, que fracasó; luego fue la intermediación del Vaticano, que se sintió burlado y se retiró, seguidos por el de Noruega, el Grupo de los 15, el de Zapatero y el de Borrell que coincidió con la libertad de Leopoldo López; y ahora este que se anuncia con cierta timidez por los voceros de la oposición y del régimen. Todos han fracasado, como fracasó el convocado por la Iglesia nicaragüense entre el régimen Ortega-Murillo y la sociedad civil, que terminó en un mayor atrincheramiento del gobierno. Y ambos diálogos han fracasado por lo que señalaba el Papa Francisco, porque fueron “diálogos-teatros”, porque había agendas ocultas, porque no existió sinceridad entre las partes ni en una de las partes entre sí. En el caso de Venezuela, y creo que el de Nicaragua en menor medida, al margen de las agendas ocultas, existió una ausencia de identidad en lo que se representaba. En realidad, lo que ha existido es una verdadera “feria de vanidades”, la civilización del espectáculo, como tituló Vargas Llosa uno de sus magníficos ensayos o, si se quiere, una adicción a la exposición pública, pequeños pero peligrosos ególatras que confunden el bien común, con el propio, en tanto que se desvanece el país, el territorio y la nación.
Ahora se plantean un gobierno de transición, y citan el caso de España y el de Chile a la salida de Franco y Pinochet. Pero no son nuestro caso. La referencia más cercana fue la Junta de Gobierno que se constituyó en Nicaragua a la salida de Somoza, con el apoyo de la comunidad internacional, pero que en poco tiempo, como había agendas ocultas, desembocó en la toma del poder omnímodo del Frente Sandinista y su proyecto estatista, en guerra interna e internacional, la ruina económica del país, la tortura, la corrupción y la muerte, a pesar de todas las expectativas positivas y apoyos internacionales que levantó esa revolución. De allí que pensar en una cohabitación con el régimen criminal venezolano no es viable, porque allí no hay un estado, ni siquiera un territorio soberano, sino una guarimba del crimen internacional organizado bajo el amparo y asociación con los desechos del castrismo del poder fáctico. A tal punto que se hizo presente en El Salvador desde el momento que el Frente fue gobierno, a través de numerosas empresas binacionales, todas ellas relacionadas con la corrupción, el lavado de dinero y el financiamiento a la desestabilización de gobiernos democráticos centroamericanos, a lo menos en su formalidad jurídica.
Entonces, diálogo sí, pero diálogo honesto, abierto y no para soslayar responsabilidades penales.