Juan José Monsant Aristimuño: El efecto Djilas
Josep Broz Tito y Milovan Djilas
En la década de los sesenta se dieron a conocer con mucha profusión los libros del político, militar y escritor yugoslavo Milovan Djilas, quien fuere igualmente militante comunista desde sus tiempos de partisano, cuando enfrentaba a los nazis junto a Josep Broz Tito.
Djilas no sólo escribió sobre temas políticos e históricos, sino que fue un importante miembro del gobierno que presidió Tito al final de la Segunda Guerra Mundial; fue Presidente de la Asamblea Nacional y Vicepresidente de la República, teniéndosele como el natural sucesor del Mariscal Tito. No obstante, su honestidad intelectual y su pureza ideológica le llevó a señalar, primero en el seno del Partido, y luego en artículos y en sus libros, la profunda diferencia existente entre el gobierno, la dirigencia del Partido Comunista, la Nomenklatura, y el resto de los ciudadanos; la explotación del trabajador ya no por la clase dominante del pasado, sino por la actual. Llegó a afirmar que no había variado la forma como vivían los obreros y campesinos antes de la revolución, a como lo hacían en ese momento. Por supuesto fue expulsado del Partido y llevado a prisión por varios años.
Fue en ese entonces cuando escribió La Nueva clase (1957) en el cual denunciaba y describía la realidad: la dirigencia, sus familiares y protegidos no eran dueños de medios de producción, pero sí usufructuaban sus beneficios, como si lo fueran.
Desde esa época a la actual, no ha variado el comportamiento de los partidos comunistas existentes en el mundo que han pasado por el poder. Esta cruel realidad se constata en nuestra región, ya no en el particular caso de la dictadura de Cuba, sino en las surgidas desde el seno del Socialismo del Siglo XXI, complemento económico y financiero del Foro de Sao Paulo, ambos fruto de la imaginación y estrategia de la nomenklatura cubana.
En el momento cumbre del paroxismo imperial, Chávez y Fidel lograron en 10 años controlar la región: el Caribe, Sur, Centroamérica y Mercosur a través de Pertrocaribe, ALBA, Unasur y la CELAC. Fue un movimiento envolvente que quitaba y colocaba gobiernos, intervenía abiertamente en sus economías, neutralizó la ONU y controló la OEA. Financió partidos afines en Europa, Africa y el Medio Oriente; alentó el antisemitismo, apoyó y protegió a movimientos subversivos y terroristas diseminados por el mundo, traficó con armas, droga y lavó dinero de la corrupción.
Se acabó el petróleo, y con él, sucumbió el ideal de la dominación mundial; ni Lenin, Stalin o Kruschev habían logrado tanto. Fidel no pasó de Angola, lo demás fueron intervenciones armadas en las guerrillas, captación y desinformación para desestabilizar, pero nunca pudo tomar el poder continental.
Quizá esa nostalgia prematura que ha surgido en los afines al Socialismo del siglo XXI, cuando se vino abajo el andamiaje construido en el interés monetario y en la afinidad ideológica, explique esa solidaridad automática a los despojos que van quedando del ALBA y Unasur, con la señora Dilma Rousseff, presidenta en suspenso de Brasil. Peligroso esto, porque la solidaridad no es con la democracia, el Estado de Derecho y la transparencia, sino con el compañero caído en desgracia por sus propios desatinos, o delitos cometidos por acción o inacción, en contra de su pueblo y de sus propios conceptos ideológicos.
Bien hizo Itamaraty en recordar el principio de la no intervención a los prematuros nostálgicos, de lo que no fue. Respuesta categórica, clara y considerada al recordarles que en Brasil existe una norma jurídica, de orden constitucional, a la cual se ajustó el Poder Legislativo para conducir el desaforo temporal de la Presidenta, mientras el Alto Tribunal de Justicia emite su decisión.
Diferente al caso de Venezuela, donde un precepto constitucional, el referendo revocatorio, es rechazado, cuestionado y enfrentado por la nomenklatura militar-cívica comunista, se coloca al margen de la ley, amenaza con cerrar la Asamblea Nacional, y decreta el Estado de Excepción para reprimir sin control, y mantener el poder usurpado.
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