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Juan José Monsant Aristimuño / Palestra: El desangre de un país

                 

      El pasado martes 25 nos sorprendió una noticia que dio escalofrío y recorrió de inmediato los noticieros del mundo. Diez y nueve niños de una escuela primaria (Elementary Scholl ), de una pequeña villa de nombre Uvalde en Texas, a pocos kilómetros de la frontera con México, fueron aniquilados bajo las balas surgidas del implacable fusil semiautomático AR-15, disparadas con precisión sobre los niños y maestros que en se momento se encontraban en el aula, por un joven perturbado del alma, de origen latino por demás señas, surgido de un ambiente familiar tóxico y disfuncional.

También fueron asesinadas dos jóvenes maestras, y posteriormente falleció Joe García de un ataque al corazón, el esposo de Irma García profesora de cuarto grado caída en cumplimiento de sus funciones; Joe murió luego de colocar flores en la tumba de su amada; murió por desconcierto, pena y amor. Fue bueno si fue por amor, ¿para qué vivir sin él? murió como María Grever, la joven cantante y compositora mexicana, quien también murió de amor; o como Alfonsina Storni que se diluyó en las frías aguas del Atlántico argentino.

El AR-15 es como el kalashnikov AK-47, todo un símbolo por su efectividad, el arma preferida de los movimientos subversivos. En Venezuela, el desquiciado Hugo Chávez firmó con Putin (otro desquiciado a la imagen de Nerón) un acuerdo para instalar una fábrica de estos fusiles rusos creados en la época soviética, y una fábrica de municiones de estas emblemáticas armas. La fábrica de municiones explotó a medianoche hace ya algunos años, y no se supo por qué;  la fábrica de fusiles nunca llegó a funcionar.

Los entendidos afirman que el fusil AR-15 es tan letal que sus balas pueden atravesar un chaleco antibalas. Es el mismo fusil que empleó Nicolás Cruz, para entrar en el liceo de Parkland en Florida y asesinar a más de 15 estudiantes (tampoco fue detenido a tiempo) y de nuevo, como en Uvalde, la policía falló en su acción.

Salvador Ramos, así se llamaba el atormentado joven, quien al día siguiente de cumplir 18 años, se fue a una armería tejana adquirió el fusil y 300 municiones. Una semana después discutió con su abuela y le descargó un disparo en la cara, y de allí se fue directo a la Robb Elementary School, de la villa de Uvalde. Lo que siguió fue un obituario colectivo.

La segunda enmienda de la Constitución de los Estados Unidos aprobada el 15 de septiembre de 1791 dispone que: “Siendo necesaria una milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado Libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas”. La guerra de independencia finalizó en 1781, en la batalla de Yorktown en el estado de Virginia cuando George Washington y sus aliados franceses derrotaron a las tropas británicas al mando de Lord Charles Cornwallis, y con la firma del Tratado de París firmado en el mes de septiembre de 1783.

En realidad, no existiendo fuerzas armadas regulares de parte de los independentistas, en cada una de las 13 colonias se fueron conformando milicias para enfrentar a las fuerzas británicas, hasta que se fue conformando la unidad de mando para organizar y coordinar la lucha. De allí surgió la segunda enmienda constitucional, que no ha sido tocada desde entonces; se quedó anclada en el pasado y en una circunstancia determinada para la cual fue creada.

Solo una ley federal, surgida de la interpretación de la Suprema Corte, podría poner las cosas en su sitio, mas no se hace por los grandes intereses económicos y la acción de lobistas agrupados en la poderosa Asociación Nacional del Rifle que, a su vez,  es el mayor financista de las campañas electorales del Partido Republicano, cuyos legisladores no permiten regulación alguna en la venta y porte de armas.

Mientras, el país sucumbe ante la violencia desenfrenada e inconsciente, de una idiosincrasia que se perpetúa en la frialdad de la muerte.

 

 

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