Juan Luis Cebrián: Contra Sánchez y contra Trump
«El efecto Sánchez (ética y política en la era de la postverdad) es el nuevo libro firmado por Juan Luis Cebrián, en librerías desde esta misma semana»
Esta semana llega a las librerías ‘El efecto Sánchez: ética y política en la era de la postverdad’ (Ladera norte, 2024), el nuevo libro de Juan Luis Cebrián. En él recoge sus artículos entre 2018 y 2024, publicados por el diario ‘El País’, que él fundó como director hace cuarenta y ocho años, y del que fue expulsado por la nueva dirección de la empresa. A continuación, y por su indudable interés, THE OBJECTIVE publica un extracto del prólogo, que incluye algunos párrafos de su primer artículo en este periódico, allá por el mes de abril:
Todo demagogo necesita un enemigo. Esta frase de Jorge Volpi en su célebre y admirable panfleto Contra Trump, me ha inspirado muchas de mis reflexiones publicadas en la prensa o compartidas en conferencias y debates, meditaciones que ahora recojo en este libro. En España también nos gobierna un demagogo. Como Trump, intenta ocupar y manipular al poder judicial. Como Trump, que agitaba a los revoltosos armados que asaltaron el Capitolio, acaba de legitimar el uso de la violencia en el debate político, amnistiando a quienes generaron graves disturbios, incendiaron vehículos, atacaron a la policía, retuvieron a las autoridades judiciales, destruyeron comercios y generaron temor, angustia, y quizá terror, en las calles de Barcelona para protestar por la sentencia contra los sediciosos separatistas. Como Trump, es capaz de decir una cosa y la contraria, de mentir a los demás y mentirse a sí mismo, y de propalar hechos alternativos frente a la verdad desnuda. Como Trump, es el rey del relato frente al análisis de la realidad, por testadura que esta sea. Como Trump, es un ídolo para sus seguidores al margen de cualquier juicio crítico o ponderativo. Como Trump, su principal proyecto político es su instalación y mantenimiento en el poder sin reparar en métodos. Y como Trump tiene una gran capacidad de resistencia ante las adversidades. Por eso, como Trump, acostumbra a considerar enemigos a quienes simplemente discrepan de él. Muestra, empero, una diferencia estética y formal con el psicópata que un día ocupó la Casa Blanca y quizás lo haga de nuevo tras las próximas elecciones. Frente al desmelenamiento del americano, él luce un palmito que encandila a muchos y muchas de sus admiradoras. Por lo demás, su falta de empatía, propia de un hombre sin sentimientos, es tan grande que logra empañar sus resultados electorales pese al discurso demagógico que interpreta sin piedad alguna para con su partido.
«El ejercicio de la censura y la manipulación de la prensa, en todas sus formas y categorías, ha caracterizado el comportamiento de nuestros gobernantes, independientemente de la etapa histórica a la que queramos referirnos»
Este texto no es, sin embargo, ningún intento de literatura panfletaria, género que admiro, pero para el que no me siento suficientemente dotado. Lo constituyen una selección de entre mis cientos de artículos publicados en El PAÍS de Madrid, que fundé como director, después de retirarme de la gestión de su empresa. Comencé mis trabajos en el periodismo profesional hace más de sesenta años y no he tenido otro oficio que el de fabricar periódicos y revistas a lo largo de toda mi vida. Ello me ha permitido ser testigo privilegiado de la vida política de nuestro país, hoy en día tan desquiciada. El resumen de las tesis que insistentemente he propagado durante décadas lo expuse en un artículo que apareció en el suplemento especial del diario en el cuarenta aniversario de la proclamación de la Constitución de 1978: «La única manera de defenderla -decía- y de que perviva otras cuatro décadas, es reformarla». Punto cardinal de esa reforma debía y debe ser el título 8 del texto, referente al Estado de las autonomías, cuya vocación ineludible es la de convertirse en un Estado federal. Pero añadía que «la fragmentación actual, la brutalidad del lenguaje, la desunión de los partidos llamados constitucionalistas y la mediocridad de los liderazgos hacen hoy imposible el mínimo consenso necesario para proceder a la tarea».
Sánchez se había hecho cargo del gobierno de España seis meses antes de publicar estas líneas. Su atribulada gestión frente a los serios problemas a combatir, a los que se sumó la pandemia, no ha hecho con los años, sino empeorar las cosas. De modo que no sé si será contra Sánchez como podremos solucionarlas, pero resulta palmario que con él no hay solución posible. La polarización ha pervertido y contagiado a los medios de comunicación y muestra ya preocupantes evidencias en el comportamiento de la calle. La respuesta la ha dado, de manera nada ingenua, el jefe de la oposición. Según él, la clase política española es la peor que hemos tenido desde hace casi medio siglo, y no excluye a su partido.
Nuestros dirigentes no pueden alegar inocencia ante la crispación creciente de la sociedad, animada y promovida por los medios de comunicación, financiados unos, amenazados otros, o financiados y amenazados, a un tiempo, por el poder. Las confrontaciones cívicas auspiciadas por este han sido históricamente una de las lacras sociales que padecemos. El ejercicio de la censura y la manipulación de la prensa, en todas sus formas y categorías, ha caracterizado el comportamiento de nuestros gobernantes, independientemente de la etapa histórica a la que queramos referirnos. La falta de diálogo entre los diferentes es el origen fundamental del deterioro de la política, convertida en espectáculo de pésima calidad, cuando no en prácticas mafiosas como los casos de corrupción demuestran. Estos tienen que ver de ordinario con el insaciable apetito de financiación de los propios partidos o los sindicatos, y aun con la liberalidad interesada de los gobiernos, dispuestos a fomentar subvenciones de todo tipo, a personas e instituciones, con el pretexto de combatir desigualdades sociales.
Hay más periodistas contratados por organizaciones de todo género cuya misión es evitar que se publique algo que moleste a sus jefes, que periodistas dedicados a descubrir y difundir informaciones contrastadas y opiniones rigurosas que algún poderoso pretende silenciar. Por eso en este tiempo aciago y difícil es preciso reconocer y apoyar el trabajo ímprobo que tantos colegas míos tienen que llevar a cabo para denunciar las corrupciones que el poder silencia, sin más argumento que la amenaza o el soborno.
Espero que el lector disfrute y sufra a la vez con los textos aquí recogidos y que sirvan al menos para incoar debates, discusiones, y hasta pacíficas reyertas sobre si al final la única solución será ir directamente contra Sánchez, o bastará con enviarle a la fonda del olvido.