Juan Manuel de Prada: Descarnado egoísmo
Confieso que me hicieron reír las merengosidades incluidas en el preámbulo de la ley de amnistía. Según se leía allí, entre otras farfollas tan grandilocuentes como irrisorias, la ley tiene como objetivo «garantizar la convivencia dentro del Estado de derecho y generar un contexto social, político e institucional quefomente la estabilidad económica y el progreso cultural y social». Pero todos sabemos que, en realidad, la amnistía a los indepes se ha concedido para que el doctor Sánchez pudiera sumar los votos necesarios para la investidura. Sin embargo, confesar descarnadamente tal indecencia resulta demasiado insoportable a quienes la perpetran; y necesitan convertirla en lo que antaño la teoría política llamaba ‘razón de Estado’, que como afirmaba con gracejo Pemán no esconde otra cosa sino la «real gana» del gobernante. Precisamente para ocultar esa ‘real gana’ del gobernante se creó ese concepto maquiavélico de ‘razón de Estado’, que hoy tampoco resulta soportable, porque se ha esgrimido siempre que los gobernantes deseaban perpetrar impunemente una fechoría. Así que, para evitar esta cínica alusión a la ‘razón de Estado’, se recurre a todo tipo de declaraciones altisonantes y merengosas, que hoy son (risum teneatis) la «garantía de la convivencia» y el «fomento de la estabilidad económica y el progreso cultural y social», como en otras épocas y contextos se apelaba a la integridad de la raza o a la defensa del proletariado.
La ‘razón de Estado’ no existe. Existen las razones humanas, y hasta el ladrón, el asesino y el proxeneta tienen sus razones
Pero la ‘razón de Estado’ no existe, ni en su versión más descarnada ni en las versiones merengosas que la maquillan. Existen las razones humanas, que suelen ser tantas como hombres habitan la tierra; pues hasta el ladrón, el asesino y el proxeneta tienen sus razones, lo mismo que el gobernante (y hay gobernantes cuyas razones son todavía más reprobables que las de ladrones, asesinos y proxenetas). Las razones humanas se distinguen básicamente en dos grupos: razones de pura supervivencia y razones que logran trascender la pura supervivencia (sin descartarla ni rechazarla necesariamente). Las razones de pura supervivencia son comunes a todos, pues el instinto más cierto de cualquier persona consiste en aferrarse a la vida y en rechazar la muerte; y en los hombres viles estas razones se acaban convirtiendo en descarnado egoísmo que se desentiende del bien de los demás y que, incluso, puede llegar a desear su mal, con tal de asegurarse la supervivencia. Las personas nobles, por el contrario, sin dimitir de su instinto de supervivencia, logran trascenderlo en mayor o menor medida con razones más altas que reprimen la tentación egoísta, en beneficio de los demás. Y en algunos pocos espíritus privilegiados, estas razones de pura supervivencia pueden ser incluso acalladas del todo por otras razones más altas, hasta el punto de la inmolación. Pero esta entrega máxima, que exige trascender de forma absoluta el instinto de supervivencia, exige ayuda divina.
Si analizamos las razones que han guiado al doctor Sánchez a conceder la amnistía no podemos encontrar más que razones de supervivencia en su versión más vil; es decir, un instinto reducido a descarnado egoísmo que se desentiende del bien de los demás con tal de obtener su beneficio personal o sectario (la investidura). Amnistiar delincuentes nos parece en general un error, porque la amnistía no sólo levanta el castigo (algo que puede considerarse pertinente cuando median circunstancias especiales y el delincuente ha probado su regeneración), sino que borra también la culpa, convirtiendo al delincuente en un inocente que fue castigado de forma inicua (y, por lo tanto, repercutiendo la culpa contra quien en su día lo castigó). Pero imaginemos que la concesión de una amnistía fuese, en verdad, el único modo de «garantizar la convivencia»; en este caso, un gobernante noble lo que haría sería trascender su instinto de supervivencia, renunciando a la investidura, para que una decisión tan benéfica para la convivencia no dependa de su salvación personal. Y las maneras que un gobernante noble tiene para probar que es capaz de trascender su instinto de supervivencia son muy diversas: desde la convocatoria de nuevas elecciones (a las que concurriría defendiendo dicha amnistía como primera medida de su programa político), hasta la dimisión, por no haber concedido dicha amnistía durante los cuatro años que ha gobernado (permitiendo que la convivencia, entretanto, se haya deteriorado tantísimo), pasando por la convocatoria de un referéndum que permita al pueblo determinar si, en efecto, la amnistía es el instrumento necesario para garantizar esa convivencia tan fetén.
Todo lo demás son milongas que ocultan el más descarnado de los egoísmos.