El implacable y premeditado proyecto de devastación de las disciplinas humanísticas lleva muchos años ejecutándose sin apenas resistencia. Las primeras damnificadas fueron las lenguas clásicas, por constituir un petulante desafío al utilitarismo y a la pedagogía de la facilidad, tal vez las dos mayores lacras de la educación moderna. En las lenguas clásicas anidan los secretos íntimos de nuestras lenguas romances (su sintaxis y su gramática, su música secreta y su forma dialéctica); en las lenguas clásicas anida también todo nuestro universo moral y espiritual: desde los géneros literarios hasta los conceptos de persona y familia, desde el derecho hasta la liturgia religiosa se formularon en griego y latín. Al arrebatar a las nuevas generaciones el estudio de las lenguas clásicas se las privó de la leche nutricia que fundó nuestra cultura. Y, paralelamente, se sometió también la Historia a paulatinos asedios y amputaciones, para completar este proceso. Sólo quien sabe de dónde viene puede saber hacia dónde va. Y, al jibarizar el estudio de la Historia, se aboga por crear nuevas generaciones sin identidad y sin arraigo, permeables a todas las formas de ingeniería social inventadas o por inventar.
Todas las leyes que se han sucedido durante los cuarenta últimos años coinciden en el paulatino arrinconamiento de las Humanidades
Tras el arrinconamiento de las lenguas clásicas se prosiguió con la Filosofía, madre de las Humanidades, pero también de las Ciencias; piedra angular sobre la que se sostiene toda forma de conocimiento que merezca tal nombre. Pues la Filosofía permite al hombre explicarse su lugar en el mundo, permitiéndole a la vez discurrir sobre las realidades metafísicas que dan sentido a la vida y reglamentar las realidades naturales (desde la política a la economía) conforme a criterios morales. Al convertir la Filosofía en una disciplina de relleno, nuestros pedagogos avanzaron en la consigna de condenar a las nuevas generaciones a la orfandad espiritual: tras extirparles la leche nutricia que fundó nuestra cultura, se las despojaba también del instrumento que permite ahondar en el conocimiento y apagar los estrépitos con que hoy se trata de matar nuestra curiosidad.
Prosiguiendo con este plan inicuo, se arrinconó después la Literatura, que nos enseña que la palabra es el instrumento a través del cual el conocimiento adquiere expresiones bellas, incluso sublimes. De este modo, se convirtió la asignatura de Literatura en un mero apéndice de la asignatura de Lengua, con la excusa de evitar a los jóvenes la tortura de frecuentar a los clásicos. En cambio, se impuso la lectura de obras pestíferas de escritores del régimen, bazofia ideologizada de la peor calaña, obras inanes y genuflexas ante todos los paradigmas culturales vigentes, escritas además muy burdamente. Inevitablemente, las generaciones formadas en lecturas tan pedestres y basurientas estarán incapacitadas de por vida para la lectura de obras literarias de fuste. Suponiendo que les dé por leer, no podrán acceder más que al bodrio de moda, a la novelucha policíaca de temporada, a la birria seudohistórica en boga… En cambio, serán por completo insensibles a cualquier obra que no trate el lenguaje como una zapatilla, que contenga pensamientos elaborados y primores del estilo. Cualquier ironía les parecerá pedante, cualquier metáfora, jeroglífica; y desarrollarán una aversión espesa y cejijunta hacia cualquier libro que delate sus carencias.
Llama, en verdad, la atención que, más allá de discrepancias ideológicas, todas las leyes que se han sucedido durante los cuarenta últimos años, impulsadas por gobiernos del más variopinto pelaje, coincidan en el paulatino arrinconamiento de las Humanidades. No encontraremos, sin embargo, ningún documento pedagógico que abiertamente descalifique estas disciplinas humanísticas o aconseje su supresión. En cambio, si analizamos las directrices educativas emanadas desde los órganos supranacionales que se encargan de delinear (y configurar) los contenidos educativos logremos descubrir las razones de esta paulatina postergación. Así, por ejemplo, en un documento del Banco Mundial titulado Prioridades y estrategias para la educación podemos leer que los cambios tecnológicos acaecidos durante los últimos años exigen una «creciente demanda por parte de las economías de trabajadores adaptables capaces de adquirir sin dificultad nuevos conocimientos» (de tipo técnico, por supuesto). Aunque el lenguaje es eufemístico, a nadie se le escapa lo que este documento está proponiendo.
El Latín, la Historia, la Literatura o la Filosofía nos ‘atan’ al pasado, dotándonos de un esqueleto intelectual y espiritual. Nos convierten en ‘trabajadores rígidos’, en definitiva. A la postre, esta erradicación indolora de las Humanidades nos está hablando del sometimiento de la educación a las leyes de mercado.