Ética y MoralGente y SociedadHistoria

Juan Manuel de Prada: Los ‘fascistas’ y los homínidos

Recientemente el Congreso rechazaba la celebración de un homenaje al embajador de España en Hungría durante los años de la Segunda Guerra Mundial, Ángel Sanz Briz, quien con sus desvelos lograra salvar a miles de judíos de una muerte cierta. Algunos diputados llegaron incluso a afirmar que celebrar aquel homenaje a un «franquista» habría significado «blanquear el fascismo». Repugna que homínidos tan sectarios y fanáticos, incapaces de distinguir la nobleza humana de las circunstancias históricas o las estructuras políticas en las que se ha desarrollado, nos representen en las instituciones.

En realidad, el caso de Sanz Briz no fue una excepción en aquellos años sombríos; José Antonio Lisbona, en una monografía excepcional titulada Mas allá del deber, nos brinda una detallada descripción de las actividades de decenas de diplomáticos que hicieron algo parecido. A esta monografía hemos acudido para documentar la novela que estamos escribiendo, ambientada en el París ocupado por los alemanes, donde desarrolló su labor como cónsul de España Bernardo Rolland (1890-1976), a quien los homínidos del Congreso podrían también tildar de ‘franquista’ y ‘fascista’. Tras prestar servicios diplomáticos en ciudades como Berlín, Londres o Montreal, Rolland decidió, apenas estallada la Guerra Civil, presentar su dimisión a la República y regresar a España para alistarse en el ejército sublevado, donde conduciría ambulancias de la Cruz Roja. Un hermano suyo, menos afortunado que él, sería fusilado en la Dehesa de la Villa.

No sé si aquellos hombres eran ‘fascistas’, como pretenden los homínidos del Congreso; yo creo que eran nobles caballeros cristianos

Nombrado cónsul general de España en París en marzo de 1939, Rolland empezará a distinguirse por su defensa de los españoles sefarditas en cuanto los alemanes ocupan Francia, siempre con la colaboración de su canciller en la Embajada, Rafael García Mouton. Rolland se niega a que las ordenanzas antisemitas promulgadas por alemanes y franceses sean de aplicación para los ciudadanos españoles de origen judío (un subterfugio que sería utilizado con frecuencia por nuestra diplomacia durante aquellos años). Sin pedir la aprobación de su Ministerio, Rolland expidió a los judíos españoles certificados de protección que él mismo firmaba; y, viendo que estos documentos no siempre eran garantía suficiente, empezó a organizar su repatriación, concediéndoles visados de entrada en España. Pronto extendería también estos visados a otros judíos que no se hallaban inscritos en el registro de ciudadanos del Consulado, como por ejemplo Daniel Carasso Mussafia, propietario de una reputada empresa de yogures.

Asimismo, Rolland logró liberar a decenas de judíos españoles de la tenebrosa cárcel de Drancy, antesala de los campos de trabajo del Este, tras arduas gestiones con las autoridades alemanas y francesas. En esta labor benemérita fue fundamental la ayuda de la Misión Católica Española de París, regentada por claretianos, que le procuró falsos certificados de bautismo, para convertir a los judíos perseguidos en aparentes católicos. Muchos de los judíos salvados por Rolland abandonaron París en vagones de tren reservados a militantes de Falange. De este modo pudo escapar la familia Saporta, que había sido detenida en la redada del Velódromo de Invierno, en julio de 1942.

La valerosa conducta de Rolland enojaba enormemente a las autoridades alemanas de ocupación, que durante años pidieron su cese al Gobierno español. Serrano Suñer se hizo el remolón hasta que lo destituyeron; y el embajador José Félix de Lequerica siempre manifestó sobre Rolland una opinión excelente en sus informes, que hemos podido consultar. Su cese se producirá finalmente, ante las constantes presiones alemanas, en abril de 1943; pero su sustituto, Alfonso Fiscowich, seguirá la misma línea de actuación de su predecesor. No sé si aquellos hombres eran ‘fascistas’, como pretenden los homínidos del Congreso; yo creo que eran nobles caballeros cristianos cuya conducta cualquier persona no marcada por el estigma de Caín debe ponderar y enaltecer.

Rolland siguió desempeñando cargos de relieve en la administración franquista hasta su jubilación. Cada vez que el Real Madrid jugaba en el estadio Santiago Bernabéu, recibía una llamada de la secretaria del vicepresidente del club, Raimundo Saporta, evacuado de adolescente de París, para recordarle que tenía a su disposición dos entradas en taquilla. Así ocurrió, ininterrumpidamente, durante más de veinte años, durante los cuales Rolland y Saporta celebraron muchas veces juntos la Navidad.

Uno recupera la alegría de ser español ante biografías como la de Sanz Briz o la de este Bernardo Rolland; alegría que pierde al saber que en las instituciones lo representan homínidos por cuyas venas desfila la sangre maldita de Caín.

 

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba