Jurado No. 2, de Clint Eastwood
El productor Jonathan Abrams debutó como guionista con Jurado No. 2 (Juror #2, 2024), un drama dirigida por Clint Eastwood en una asombrosa prueba de longeva maestría. Con 94 años cumplidos al momento del estreno de este film, Eastwood demuestra que no tiene límites físicos ni creativos a la hora de emprender un nuevo proyecto y aunque sus filmes recientes carecían del brillo habitual, con Jurado No. 2 puede estar él seguro que los aplausos que ha recibido son muestra auténtica de las bondades de su película y no un saludo condescendiente consecuente con su edad y su trayectoria.
Aunque la película de Eastwood que Jonathan Abrams asegura ser una influencia para Jurado No. 2 es Río místico (Mystic River, 2003), no es difícil ver acá un homenaje directo a Doce hombres en pugna (12 Angry Men, 1957), la obra maestra de Sidney Lumet, pues ambas son courtroom dramas, donde el peso del relato está en la sala donde delibera una docena de jurados que deben decidir frente a un caso criminal. Doce hombres en pugna está circunscrita a las discusiones del jurado, mientras en Jurado No. 2 asistimos al juicio y por ende al enfrentamiento entre la abogada de la fiscalía, Faith Killebrew (Toni Collette) y el abogado defensor, Eric Resnick (Chris Messina) respecto a un hombre, James Michael Sythe (Gabriel Basso), acusado de haber asesinado a su novia tras una discusión en un bar. Para el guionista y para Eastwood es importante que nos formemos nuestra propia opinión respecto a las pruebas presentadas y a los argumentos de cada abogado, aunque nosotros como público ya sepamos lo que en realidad pasó.
Eso ocurre porque la película nos revela, gracias al jurado que porta la escarapela número 2, lo que hizo el acusado con su novia, Kendall Carter (interpretada por Francesca Eastwood, la hija del director). Ese jurado se llama Justin Kemp (Nicholas Hoult) y es un hombre rehabilitado del alcoholismo que está a punto de ser padre. Él sabe lo que ocurrió, pero no era consciente de ello cuando lo nombraron jurado, solo después es que ata cabos y se da cuenta que él sabe cosas sobre este juicio que nadie parece haber advertido. El espectador del filme se entera también de esos hechos, reemplazando la sorpresa final por un largo suspenso, la misma táctica que utilizaba Hitchcock en sus películas y en la que él era un experto. Jurado No. 2 pasa a ser entonces un drama existencial, pues Justin Kemp tiene sentimientos encontrados e imposibles de revelar frente al juicio que se está desarrollando y en el que él es juez y parte.
A sus dilemas morales hay que añadir que, dado que la abogada de la fiscalía aspira a ser fiscal de distrito -catapultada entre otras cosas por un posible triunfo en este caso- lo que conocemos como la “verdad” en Jurado No. 2 es utilizada a conveniencia, sin la imparcialidad debida. Justin y la abogada tienen conflictos de intereses ocultos y eso hace que este proceso sea una muestra de lo que ocurre cuando la trasparencia judicial se difumina en medio de argumentos que suenan convincentes, justificaciones convenientes, pruebas poco claras, descuido investigativo en la fiscalía y prejuicios por parte de los jurados. Voy a detenerme en ese último aspecto: los otros once jurados son personas aparentemente normales e imparciales, como en Doce hombres en pugna, pero a medida que los conocemos mejor nos damos cuenta que cada uno arrastra dolores, secretos, una historia previa que puede parcializar su decisión. Además su opinión puede ser objeto de manipulación por otro miembro del jurado o por la capacidad argumentativa de los jurados, nublando su criterio. Ocurrió acá y es posible que ocurra en cualquier otro sistema judicial que dependa de un jurado tan humano como cualquiera de nosotros.
Todo lo anteriormente expuesto complejiza y la da peso a Jurado No. 2, un drama que parte de una situación límite para hacernos reflexionar sobre la subjetividad de las decisiones penales y sobre lo difícil que resulta ser honesto cuando lo que está en juego es nuestro propio futuro: una cosa es la moral desde lo teórico, otra es cuando una decisión moral tiene un impacto negativo sobre nuestro propio porvenir. Sé que no debería haber ambigüedades al respecto, pero las hay. Somos seres frágiles e imperfectos. Al final, sin embargo, el largo brazo de la ley alcanza a quien debe responder por lo sucedido. Algo absolutamente consecuente en un filme dirigido por un hombre que cinco veces interpretó en el cine al inspector Harry «el Sucio» Callahan.
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