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Justin Trudeau, un político diferente

Hay quien lo compara, por su cercanía y su naturalidad, con el presidente Kennedy (y a su esposa con Jackie). El primer ministro de Canadá, sin embargo, tiene estilo propio. Hablamos con uno de los gobernantes más populares y admirados del planeta.

Solo hay que observar cómo posa ante la cámara para ver que Justin Trudeau sabe perfectamente el efecto que ejerce sobre los demás.

Desde el 4 de noviembre de 2015 es el primer ministro de Canadá. Atractivo, divertido, liberal -el polo opuesto de Donald Trump-, Trudeau, de 45 años, es partidario de la protección del clima y de la migración. Cuando su vecino del sur anunció la extensión de su muro fronterizo con México, el canadiense dijo que en su país todo el mundo era bienvenido. Cuando confió la mitad de los cargos de su gobierno a mujeres y le preguntaron por qué, pronunció una frase que se hizo famosa. «Porque estamos en 2015».

Trudeau es hijo de Pierre Trudeau, primer ministro de Canadá entre 1969 y 1979 y, en un segundo periodo, entre 1980 y 1984. Tras concluir sus estudios de Ciencias de la Educación y Literatura, dio clases de francés, fue profesor de teatro o instructor de snowboard, entre otras cosas. Hasta que se hizo famoso. Fue hace 17 años cuando pronunció un emotivo discurso a su padre, recién fallecido. habló de forma tan conmovedora que se le abrieron las puertas de una carrera política que lo llevó al Parlamento en 2008, y en 2013 a la cúspide del Partido Liberal. Pero cuál es el secreto de su política? Para descubrirlo, hablamos con él.

XLSemanal. Medio mundo lo considera el ‘anti-Trump’. ¿Donald Trump y usted tienen también cosas en común?

Justin Trudeau. Los canadienses me eligieron porque me comprometí a traer crecimiento, a concentrarme en la clase media y en aquellos que trabajan duro para acceder a esa clase media. Quiero demostrarles a los que se han sentido descolgados del crecimiento económico que los tenemos en cuenta.

XL. Son promesas similares a las que llevaron a la gente a elegir a Trump…

J.T. Son los mismos problemas, pero la forma de afrontarlos es muy diferente.

XL. ¿Qué pensó cuando supo que Trump había ganado las elecciones?

J.T. Me sorprendió. No creo que muchos contaran con su victoria. Pero me dejó claro el enfado y el miedo de un buen número de estadounidenses. Y que iba a ser un reto para nuestras relaciones, ya que su ideología no se corresponde con la mía. Pero también que debemos ocuparnos de ese malestar, de esa frustración contra el Gobierno, las élites, los partidos… No hemos sabido escuchar suficientemente bien a los ciudadanos.

“La cualidad más importante de un líder político es escuchar. No te quedes mirando a la gente que protesta, ¡pregunta por qué!”

XL. ¿Esa ira es un peligro para la democracia?

J.T. En las elecciones de Canadá de 2015, el partido en el Gobierno alimentó esos miedos. Muchos tienen sus raíces en el movimiento populista de derechas. Pero nosotros nos opusimos a ese enfoque.

XL. ¿Cómo?

J.T. En lugar de decir: «Os defenderemos de lo malo», dijimos: «Intentemos alcanzar juntos lo mejor». Construyamos juntos una idea positiva de cómo puede ser nuestra convivencia, creemos juntos una visión de futuro. Es mejor remar todos en la misma dirección que estar señalando a los demás con el dedo. Macron y Sadiq Khan, el alcalde de Londres, han usado una frase parecida. Ambos han dicho: «Juntos somos más fuertes». Y ha funcionado.

XL. Mucha gente espera grandes cosas de usted y de Macron. Se ha creado una imagen romántica de ustedes. ¿Qué tienen en común?

J.T. No nos centramos tanto en las cuestiones de la política mundial. Sino en la gente de nuestros países, en asegurarnos de que los ayudamos, de que les ofrecemos soluciones. Muchas personas están frustradas, sienten miedo, ira. Siempre habrá quien nos intente convencer de que hay que cambiar el sistema radicalmente. Pero es importante insistir en que podemos trabajar con el sistema existente y que debemos asegurarnos de que funcione para todas las personas. Debemos garantizar las libertades y que haya oportunidades para todos, en lugar de tener miedo, que es lo que siempre intenta la derecha, o de estar enfadados, que es lo que persigue la izquierda.

XL. Usted se sitúa en el centro, pero ¿el centro no lo tiene complicado en tiempos revueltos?

J.T. El centro tiene que afrontar el desafío de ser razonable, equilibrado. La derecha siempre puede irse más hacia la derecha, y la izquierda hacer otro tanto hacia la izquierda. El centro tiene que conectar con la gente. Y eso no siempre funciona en política: no es fácil adaptar los mensajes al típico eslogan de las pegatinas. Pero la gente busca soluciones razonables, y no debemos alimentar emociones negativas.

En 2016 fue el primer gobernante en ir al Orgullo Gay. Su gobierno además estudia el uso de un indicador neutral del sexo para DNI y pasaportes

XL. ¿Hay un populismo bueno?

J.T. Para mí, la cualidad más importante del liderazgo político es escuchar. No quedarse mirando a las personas que salen a la calle a protestar, sino preguntarles por qué lo hacen. Dar respuesta a sus preocupaciones. Para mí, eso no es populismo; es tener en cuenta a la gente y ser consciente de que tienen derecho a expresar sus miedos. Si no nos tomamos a la gente en serio, vamos por mal camino.

XL. Bueno, eso es lo que Donald Trump dice que hace. prestar atención a las preocupaciones y los miedos de la gente.

J.T. No me corresponde a mí juzgar a Trump; eso se lo dejo a sus votantes.

XL. Estados Unidos se ha retirado del acuerdo de París. ¿Aun así se puede avanzar en la protección del clima?

J.T. Mi predecesor, Stephen Harper, nunca estuvo muy interesado en la lucha contra el cambio climático. Durante su mandato vimos que las ciudades, provincias y empresas asumían el liderazgo en la materia ante la postura del Gobierno. Algo similar estamos viendo ahora en Estados Unidos: son otros los actores que asumen el liderazgo.

XL. Es cierto, otras instituciones -estados, ciudades y pequeños ayuntamientos- han asumido ese reto. ¿El G20 puede saltarse al Gobierno estadounidense y hablar directamente con los estados?

J.T. Sí, y lo hacemos.

XL. ¿No cree que, en el fondo, la política estadounidense es más honesta? Europeos y canadienses hablan de luchar contra el cambio climático, pero Europa no hace nada que perjudique a la industria automovilística, y en Canadá se siguen construyendo oleoductos…

J.T. No puedo hablar por Europa. Pero en el caso de Canadá, un país tan frío y grande como es, sí que puedo decir que el cambio climático siempre ha sido un desafío. Estamos trabajando en el campo de las energías verdes, pero sabemos que todavía seremos dependientes de los combustibles fósiles durante unos cuantos años más. Dicho en pocas palabras. estamos decididos a cumplir con los compromisos derivados del acuerdo climático de París.

XL. Trump apuesta por el proteccionismo, y usted defiende el libre comercio. ¿Sigue creyendo en el CETA, el acuerdo de libre intercambio entre Canadá y la UE?

J.T. El comercio es positivo para la economía. Pero no responde a la pregunta clave de cómo hay que repartir el crecimiento. En los últimos años, de esa bonanza solo se han beneficiado unas pocas personas. Y otras muchas se preguntan por qué ellos no. Si la Unión Europea no es capaz de llegar a un acuerdo de libre comercio con un país como Canadá, ¿con qué otro país pretende hacerlo?

“El comercio es positivo para la economía, pero no responde a la pregunta clave: cómo hay que repartir ese crecimiento”

XL. Quizá con China.

J.T. Quizá con China… Esa es precisamente la pregunta que tiene que responderse Europa.

XL. ¿Qué puede aprender Europa de Canadá en el tema de la migración?

J.T. La situación de Canadá no es comparable. Nosotros estamos rodeados por el océano y en el sur tenemos un vecino que vigila estrechamente sus fronteras. No tenemos un flujo incontrolado de refugiados. Pero nuestra gente ha visto que recibir a estas personas supone un beneficio para todos, también para la economía. Cuando la integración funciona, todos ganamos algo. Pero debemos limitar la inmigración descontrolada. Y eso no se consigue solo poniendo límites a la entrada de inmigrantes, sino sobre todo colaborando con los países de origen.

XL. Su padre fue primer ministro de Canadá. ¿Qué aprendió de él?

J.T. Me enseñó muchas cosas, pero dos me vienen enseguida a la mente. La primera: «Sé fiel a tu palabra; si no lo haces, en política estás perdido». La segunda: «Escucha a la gente. A los ciudadanos de a pie, a otros políticos, a directivos de empresas y a los trabajadores. Aprende de ellos».

XL. ¿Hay algo que haga de manera diferente a su padre?

J.T. Oh, sí, hoy el mundo es muy distinto. Las redes sociales son una herramienta que me ayuda a estar en contacto con la gente. Mi padre no tuvo esa oportunidad. Pero mi principal preocupación no es defender el legado de mi padre, sino pensar en el futuro.

LOS KENNEDY DEL NORTE

Una saga con glamour

El político sigue los pasos de su padre, el primer ministro más carismático que haya dado Canadá (Pierre Trudeau). Él y su madre, Margaret, fueron auténticos iconos en los setenta. Cuando se casaron, Pierre, de 51 años, había sido novio de Barbra Streisand –«es una mezcla de Brando y Napoleón», dijo- y ella era una joven de 22 rendida a sus pies. Aburrida de la vida oficial, sin embargo, acabó frecuentando a gente como los Rolling Stones, Ryan O’Neal o Truman Capote, hasta que en 1979 llegó la separación. Ahora su hijo y su esposa, Sophie, forman una de las parejas más atractivas de Canadá.

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