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Kamala Harris, el juguete roto de Biden

El presidente demócrata apuesta por la reelección, pero su vicepresidenta y primera en la línea de sucesión se ha convertido en un lastre

         Biden conversa con Kamala Harris tras el discurso sobre el Estado de la Unión ante una sesión  conjunta del Congreso en el Capitolio la pasada semana. EFE

 

La vicepresidencia de EE.UU. es un lugar incómodo. No te puedes permitir hacerlo mal, pero tampoco muy bien y empequeñecer al presidente. Kamala Harris no tiene el segundo problema. La vicepresidenta de Joe Biden deambula con pena y sin gloria por los pasillos de la Casa Blanca. Pasado el ecuador de su primer mandato, Harris no ha encontrado ni sitio, ni voz, ni apoyo popular. Ahora, en un momento crítico, cuando Biden se prepara para anunciar que irá a por la reelección, la primera vicepresidenta de la historia de EE.UU. aparece para muchos demócratas como un lastre para conseguir un segundo mandato.

Quizá por la importancia del momento, las malas sensaciones que han acompañado a Harris desde su llegada a la Casa Blanca han empezado a aflorar de forma pública. El pistoletazo de salida lo dio a finales del mes pasado la senadora Elizabeth Warren, peso pesado del ala izquierdista del partido y candidata a la presidencia en 2020. En una entrevista en la cadena de radio WGBH de Boston, le preguntaron si Biden debía presentarse a la reelección: «Sí, sin duda», respondió con decisión y rapidez. Su respuesta fue muy diferente cuando le preguntaron si Harris debería acompañarle de nuevo como candidata a la vicepresidencia: «Eso realmente prefiero dejarlo a con lo que Biden se sienta a gusto», dijo de forma sorprendente.

Decepcionante

La prensa olió la sangre y empezó a revolver en los círculos demócratas. Dos días después de las declaraciones de Warren, ‘The Washington Post’ publicó un artículo que dejaba mal parada a Harris, con el titular «Algunos demócratas están preocupados por las perspectivas políticas de Harris». Aseguraba que más de una docena de líderes demócratas en estados claves para las elecciones consideraban que «el mandato de Harris ha sido decepcionante» y criticaban su falta de presencia. «No ayuda que no es buena comunicadora», decía Jacquelyn Bettadapur, que lidera al partido en un condado de Georgia.

Pocos días después, el otro gran periódico de EE.UU., ‘The New York Times’, ambos devorados por las elites demócratas, cargaba todavía más las tintas: «Kamala Harris se esfuerza por definir su vicepresidencia. Hasta sus aliados se han cansado de esperar», titulaba esta semana.

«No ha estado al nivel del desafío de demostrar que puede ser la líder del partido, y mucho menos del país, en el futuro», decía el artículo. Incluso se deslizaba con acidez que los altos cargos demócratas a los que el equipo de Harris había referido sus preguntas decían que «han perdido la esperanza en ella».

Esas esperanzas eran mucho mayores en 2019, cuando Harris decidió presentarse como candidata a la Presidencia de EE.UU. Había tenido una carrera exitosa como fiscal de distrito de San Francisco, fiscal general de California y senadora por aquel estado desde las elecciones de 2016. Tenía buena imagen y marchamo de efectividad como brazo de la ley en California. Era mujer, negra y asiática (su padre era jamaicano y su madre había inmigrado desde India) y había ganado reconocimiento público entre los demócratas por el interrogatorio duro al que sometió a Brett Kavanaugh, aspirante a juez del Tribunal Supremo.

Pero su candidatura fue un desastre. Apenas ganó titulares por un debate en el que acusó a Biden de racista. Abrazó las causas más izquierdistas para tratar de robar relevancia. Su campaña se hundió, sin capacidad de conseguir recursos, sin conectar con los votantes y con caos en su equipo.

Voto femenino

Biden la recuperó para su ‘ticket presidencial’ con el objetivo obvio de movilizar al voto femenino y a las minorías raciales, además de llamar a la puerta de la historia: con la victoria frente a Donald Trump, Harris se convirtió en la primera mujer, primera persona negra, primera persona asiática en el cargo.

La apuesta por Harris tenía muchas repercusiones: con un presidente de 78 años, ella sería mucho más que una vicepresidenta al uso. Cualquier contratiempo del anciano presidente la colocaría como comandante en jefe de la primera potencia mundial. Muchos pensaban entonces que Biden no iría a por un segundo mandato, y ella quedaría como la favorita demócrata para sucederle.

La realidad ha ido por otros caminos. Biden, de momento, no ha necesitado repuesto. Y Harris no se ha confirmado como una opción solvente en cualquier caso. Poco después de aterrizar en la Casa Blanca, Biden la puso al frente de una tarea difícil: la crisis migratoria, con el mandato de atajar las raíces del fenómeno en los países de Centroamérica. Desde entonces, el número de arrestos de indocumentados ha batido récords históricos. Tampoco ayudó que Harris tuviera una reacción desastrosa cuando, en una entrevista con la NBC, le afearon que no hubiera acudido a la frontera. Eso provocó que la vicepresidenta se cerrara en banda a la mayoría de intervenciones en prensa durante meses. Al mismo tiempo, se vivían turbulencias en su equipo, por el que han pasado dos jefes de gabinete, dos portavoces, tres directores de comunicación y dos asesores económicos.

Inefectiva e invisible, el apoyo popular no tardó en hundirse. Y sigue así: solo le da el aprobado el 39 por ciento de los estadounidenses, con una impopularidad mayor incluso que la de Biden.

Elecciones de 2024

Todo ello sembró el pánico en el partido demócrata el pasado otoño, cuando no estaba claro si Biden se presentaría a la reelección. Harris no era una opción para ganar en 2024. Ahora todo apunta a que el presidente buscará un segundo mandato, pero eso no elimina el problema de la vicepresidenta: para muchos añadirá debilidad a un Biden que ya lo tiene cuesta arriba y que acudirá a la cita con las urnas con casi 82 años. Su edad profundiza las dudas sobre Harris: Biden estaría en el cargo hasta los 86 años en un hipotético segundo mandato. Es decir, la posibilidad de que Harris tenga que sucederle -algo que no entusiasma a los votantes y que los republicanos utilizarán a su favor- será mucho mayor que en su primer mandato.

Buscar ahora un recambio para Harris en el ‘ticket presidencial’ no parece una opción. Es probable que sea demasiado tarde. Y Biden -un hombre blanco- no puede permitirse el coste político de fulminar a una mujer negra y asiática en el actual clima político de EE.UU. El voto femenino en estados clave con presencia abundante de la minoría negra -Michigan, Wisconsin, Pensilvania- fue clave para su victoria en 2020.

Harris tiene un año para remontar el vuelo, abanderar una batalla política decisiva -la ha encontrado con el derecho al aborto-, patearse los estados clave y generar algo de entusiasmo. Su historial no invita al entusiasmo.

 

 

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