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Karina Sainz Borgo: Abanderados de ningún lugar

Un grupo de 36 atletas conforman el equipo olímpico de refugiados

Equipo refugiados Juegos Olímpicos París 2024
                                                                                Reuters

 

 

Treinta y seis deportistas provenientes de once países navegan el Sena en un barco sin bandera. Ninguno puede regresar a su país. Represaliados, amenazados con la cárcel o la muerte, compiten por el oro, la plata y el bronce en una docena de categorías. Son vecinos en un limbo. No representan a nadie más que a sí mismos y a quienes como ellos viven el repudio, la persecución y la amenaza.

En una carrera de naciones, forman el pelotón de los amputados, gente sin pies que corre más rápido porque le va en ello la vida que les queda. Corren por sus muertos, por los desplazados, los ultrajados y los triturados. No representan a un país en concreto, porque ya no lo tienen. En la inauguración de los Juegos Olímpicos París 2024, la más esperpéntica que se podía esperar del gusto francés, navegan hacia Trocadero vestidos de sí mismos o de lo que fueron.

Es la tercera vez que el Comité Olímpico Internacional (COI) reúne a un grupo de atletas en condición de refugiados. Debutaron en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro de 2016. De no tener, no tienen siquiera la bandera olímpica, ya que compiten con un emblema específico: un corazón. Además de ser reconocidos por Acnur, la Agencia de la ONU para los Refugiados, cada uno de estos atletas debió de acreditar su nivel de competición de élite. Y así lo hicieron.

Este año, la delegación está representada por Masomah Ali Zada, una mujer originaria de Afganistán que vivió sus primeros años en el exilio en Irán. Tras su regreso a Kabul, fue a la secundaria y a la universidad para estudiar deporte. Empezó a practicar ciclismo con un grupo de mujeres jóvenes, y, a pesar de la presión de los sectores más radicales, entró en el equipo nacional. Eso la convirtió en blanco. En 2016 solicitó asilo en Francia. Ahora estudia el segundo año de ingeniería civil en la universidad en Lille, donde vive con su hermana Zahra.

Estar desposeídos de nacionalidad no limita la capacidad de competición. Si ganan, ningún país los ensalzará. Si pierden, nadie consolará ni reprochará su derrota. En los juegos de Tokio, el boxeador venezolano Eldric Sella subió al ring para competir por primera vez. Duró 67 segundos en el cuadrilátero: un golpe de su contrincante lo derribó sobre la lona, como si en lugar de carne y hueso, el venezolano estuviese hecho de cristal.

Sella había salido de Venezuela en 2018, con apenas veintiún años. Huyó hacia Trinidad y Tobago escapando de un país gobernado por un régimen autoritario. Tras su derrota en Tokio, no pudo regresar a Trinidad, que se negaba a recibirlo por no tener un pasaporte en vigor. Mientras Acnur buscaba un país que lo recibiera, el régimen de Nicolás Maduro acusó a los organismos multilaterales de utilizarlo «ideológicamente». Fracasarás más de lo que crees, dice el púgil. Eldric vive en Uruguay y sigue entrenando. El único país que le queda lo lleva impreso en los nudillos.

 

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