Karina Sainz Borgo: Contra el rebuzno, desobediencia
Llevar la contraria hoy es un derecho, casi una obligación

KARINA SAINZ BORGO
La imaginación creativa está vinculada a la imaginación ideológica, escribe la investigadora estadounidense Leor Zmigrod, conocida por sus estudios en neuropolítica, una rama que explora los mecanismos que dan forma a las creencias. «Las ideologías afectan nuestra arquitectura neuronal», escribe. De ahí que una persona con imaginación flexible tenga más probabilidades de serlo también a la hora de evaluar formulaciones ideológicas. Una idea inoculada de forma sistemática llega a los núcleos emocionales. Al menos esa es la premisa para comprender el auge de la polarización y la puesta en escena del extremismo. Zmigrod comenzó a plantearse estas preguntas en 2015, cuando un grupo de jóvenes británicas quería ir a Siria para unirse al ISIS. Las chicas se habían radicalizado en sus dormitorios, en reuniones, o incluso en foros a los que tenían acceso gracias a sus móviles: casos extraordinarios dentro de procesos ordinarios. Lo cotidiano como campo de batalla. Esa primera muerte que –ya me habéis leído–, ocurre en el lenguaje.
Toda acción genera una reacción. De ahí que, para Zmigrod, las ideologías sean la respuesta del cerebro al problema de la predicción y la comunicación: aportan soluciones fáciles a nuestras dudas; guiones que podemos seguir y grupos a los que podemos pertenecer. Guiando nuestros pensamientos y acciones, las ideologías pueden convertirse en atajos, pero también en fuente de nuevos problemas. Quienes poseen la capacidad cognitiva para romper la norma, pueden crear un pensamiento flexible y manejar ideas complejas. Por ejemplo: el militante de una causa es libre de criticarla, interpretarla o rebatirla.
El dogma hace posible que dos corrientes, incluso opuestas, acaben obrando de la misma forma. La ideología como posesión (algo que se tiene, pero del que puede uno volverse presa) está asociada a la repetición y memorización, a los hábitos y conexiones neuronales. A la machaca, pues. La pura y simple propaganda. Por eso la ideología acaba concibiéndose como inmutable, cuando en realidad las visiones del mundo pueden cambiar: la mejor prueba de ello fue la revisión y en algunos casos la escisión en la mayoría de los partidos comunistas del mundo tras la Primavera de Praga.
Si el siglo XX terminó con una promesa liberal, el XXI empezó con una explosión de fundamentalismo –la voladura de las Torres Gemelas–, y avanza hacia la radicalización: desde los nacionalismos acérrimos hasta el discurso de la reparación como venganza. Estar contra el otro se vuelve no parte del programa sino el programa en sí. En su ‘Tratado sobre la tolerancia’ Voltaire señala cómo el derecho a la libertad de unos no puede estar por encima de la libertad de otros y Steiner, para quien toda materia de conocimiento tenía la naturaleza de una obligación, señaló que la verdadera experiencia del mundo es la sumatoria de las ideas más que las ideas en sí. El derecho a desobedecer, a llevar la contraria y a que dos cosas puedan ser verdad a la vez es un deber cuando lo que reina es el silencio, la obediencia o el rebuzno.