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Karina Sainz Borgo: Diccionario electoral español

Exagerando sus filias regionales, los candidatos acaban arengando a los paisanos con identidades de atrezo

No existen dos Españas. Ni siquiera tres, como escribió Manuel Chaves Nogales en su prólogo de ‘A sangre y fuego’. Está la España de los balcones donde Goya asomó a sus majas a la calle, y de cuyas balaustradas cuelgan hoy rojigualdas, esteladas y hasta enseñas del orgullo. Existe, cómo no, una España que olvida y otra que busca el hueso de sí misma en Cuelgamuros. También la de ultramar, que convirtió sus expediciones en una cultura de 600 millones de hablantes, pero también la que compra el ‘souvenir’ de la leyenda negra, venga o no de Flandes.

Hay más de una, dos o tres España: la de secano, que prefiere esculpir sobre las piedras de una masía o una ikastola la verdad revelada de las identidades y esa otra cada vez más mestiza, una España hecha de desembarcos y de la que yo misma me siento parte.

Conviven la España del humor compasivo cervantino, la del mordaz ripio de Lope e incluso una que se entrega al amarillo cetrino de la bilis que glosó Quevedo en ‘Los sueños’. Y qué decir de la España monárquica y la republicana, y dentro de esta última la de izquierdas y la de derechas, porque sí: hay republicanos de izquierdas y de derechas. ¡Ah, también la España vacía! Esa a la que Sergio del Molino dedicó un ensayo brillante y de la que muchos han echado mano, cambiándole el nombre en beneficio propio. ¡Cuán útil ha resultado este epígrafe para una clase política que de pronto descubrió un país despoblado!

Ante tal repertorio de riquezas y contradicciones, sorprende que, en tiempos de elecciones, los candidatos a ocupar este o aquel gobierno se presenten ante sus votantes blandiendo una única opción de lo que supone ser de un lugar. Los aspirantes que participan en los comicios del próximo 19 de junio sobreactúan la identidad y se disfrazan de andaluces o de lo que ellos creen andaluz. Más que candidatos, parecen figurantes de Berlanga.

Exagerando sus filias regionales, presumiendo de autonomías de último minuto, los candidatos arengan a los paisanos con sus identidades de atrezo y blanden un racimo de propuestas desligadas de lo particular y trepadas. Sacan a pasear a sus líderes nacionales al Rocío, a la Feria o a lo que convenga; y si hay que hablar de las lenguas vehiculares, pues se hace. Le ha ocurrido a la Macarena ‘Romero de Torres’ Olona de Vox o al PSOE de Pedro Sánchez, líder de un partido que ahora es forastero en lo que era su feudo hace 40 años.

No hace falta disfrazarse para retratar las muchas España que conviven. Es la conjunción de todos esos registros lo que le da sentido y refuta cualquier intento de resumirla en los enunciados, necedades y disfraces regionales que aparecen en momentos electorales. Esas son «las convenciones recibidas» a las que se refirió Flaubert en su ‘Diccionario de lugares comunes’, las mismas que acaban convirtiendo los asuntos del voto en carnavales y romerías.

 

 

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