CorrupciónDemocracia y Política

Karina Sainz Borgo: El Gobierno escribe mal

Sea cual sea el relato del Ejecutivo, Pegasus en este caso, no le creen ni sus socios ni la oposición

John Le Carré aprendió a escribir en el servicio secreto británico. Publicó más de 24 libros en 50 años. Los agentes de la KGB amaban sus novelas. Y no es de extrañar: su personaje icónico, George Smiley, el espía que protagonizó sus mejores libros, nació en el cuartel general del MI5, en Curzon Street. Los jefes que revisaban los informes de Le Carré se educaron leyendo a los clásicos. Sabían contar y por eso exigían talento e imaginación a los suyos al momento de presentar sus reportes. Cada documento debía de ser un homenaje a Conan Doyle. O casi.

Ninguno de los mentores del joven espía Le Carré habría dado por buena una sola línea de la rueda de prensa ofrecida este lunes por el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. Por alucinada e inverosímil, por extemporánea y hasta suicida, su alocución estuvo abocada al fracaso. Adolecía del sin pies ni cabeza de los desaventajados. Según Bolaños, en mayo de 2021, en plena crisis migratoria con Marruecos, los teléfonos del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y de la ministra de Defensa, Margarita Robles, fueron infectados por el programa Pegasus de espionaje, el mismo virus que, según el independentismo, fue usado para espiarlos.

Golpe de efecto, desesperación de folletín o fabulación de microondas, sea como sea, el reciente argumento del Ejecutivo intenta una defectuosa cortina de humo tras la publicación del informe del Citizen Lab sobre cómo este ‘software’ de espionaje se usó para hackear los móviles de al menos 65 políticos, activistas y abogados del entorno independentista catalán y vasco. Un gobierno en paños menores se resbala por la jabonosa escalera de sus vergüenzas. Y lo hace sin talento ni sentido común. El Gobierno escribe mal, porque no consigue que nadie le crea: ni sus socios, ni la oposición.

¿El Gobierno español tardó un año en darse cuenta de que era espiado? De ser así, ¿lo cuenta ahora para espantar exactamente qué? De ser el espía al espiado, una retransmisión de la mengua, el emplatado de lo que sale mal, casi una estafa. La idea del timo no es nada baladí en este caso. El padre de Le Carré fue estafador, un especialista en el arte de mentir. Tocado por la capacidad para el engaño, el escritor inició su carrera en los servicios de inteligencia británicos.

Fue ahí, en el nido del espionaje, donde Le Carré aprendió a mentir, o al menos a mentir con calidad: sin aburrir ni confundir. Fue en esos primeros años cuando publicó ‘Llamada para el muerto’. Con aquel libro marcó el teléfono de su propio talento, una lenta y laboriosa investigación que acabó en radiografía del telón de acero. Algo de eso crepita en el episodio que ha informado Bolaños, con una diferencia: lo de Le Carré estaba bien escrito, lo de Moncloa dista mucho de ser una buena historia.

 

 

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