Karina Sainz Borgo: El progreso era esto
Son las seis de una tarde de verano. Pienso en comprar un billete de tren. Que sea barato, barrunto. Qué va, me corrijo. Que salga pronto. Es lo mejor. Dos horas o quizá tres de margen para hacer frente a cualquier incidente. Reservo la ida y la vuelta a la misma hora, las seis de la mañana, por si pasa cualquier cosa. Así tengo margen para coger un autobús o cualquier otra cosa. Trago saliva. Me encomiendo a la providencia. Decido confiar, no porque crea en el cumplimiento de la norma, sino porque el caos suele ser territorio de la excepción. Son las seis de la tarde de verano y dudo. En los últimos dos viajes me he retrasado algo más de dos horas, la más reciente con caos en el vestíbulo de la estación de Chamartín. Tamborileo los dedos sobre el escritorio y aparto las ideas catastrofistas que orbitan alrededor de mi cabeza. «Pero qué podría pasar».
En el boletín informativo de la radio hablan de problemas en los trenes con dirección a Andalucía. Pego el oído. «Hay caos en Santa Justa». «También en Atocha». Han perdido potencia eléctrica, problemas en la catenaria, otra vez. Aún no llego a saberlo –me enteraré al día siguiente– pero el servicio ferroviario se restituirá catorce horas después. De momento, se calcula que el número de afectados ronda los veintiséis mil pasajeros. Son las seis de una tarde de verano y pago, con reparos, un billete de ida y otro de vuelta. Es imposible que algo salga mal, conjeturo. Añado los pasajes a mi billetera virtual y retomo mi trabajo, hasta que salta una alerta formativa en la pantalla del ordenador. No sólo dan problemas los trenes a Andalucía, también los que van Zaragoza y los que se dirigen a Levante. Un calambre nervioso me atenaza el estómago. «¿Y si se retrasa el mío también?». «¡Qué va, falta aún para el domingo!». «De aquí a allá todo se arregla, seguro».
Dos compañeros de redacción conversan a mi lado. «¿Te vas de vacaciones?», inquiere uno. «Sí, mañana», responde eufórico el otro, ya con un pie en el asueto. «Si te vas de viaje, mejor que sea en coche, ni se te ocurra ir en tren o en avión». Se refiere al colapso en los controles de la T4 del aeropuerto de Barajas por el que decenas de pasajeros perdieron sus vuelos. «Si hasta te sale mejor ir andando», se cachondea un tercero. Tintinean en el aire risitas sobre el coste del piso de Jessica y las juergas de José Luis Ábalos. Recibo otra alerta, esta vez de mi banco. Acaban de cargar el IRPF del año pasado y la cuota de autónomos.
Subo el volumen de los cascos. Oigo no sé qué del progresismo en boca de la vicepresidenta segunda, o tercera –hay tantas–. Son las seis de una tarde de verano, acabo de comprar billetes de trenes que no sé si llegarán a su destino y me pregunto qué clase de progreso es ese que no conduce a ninguna parte.