Más de dos millones de personas viven repartidas en 360 kilómetros; unas 6.500 por kilómetro cuadrado. Equivale a Valladolid, pero con seis veces más población. Eso es Gaza: una espuela, un zarpazo, un clavo ardiente. Guareciéndose tras sus habitantes, el grupo terrorista Hamás lanzó el pasado 7 de octubre más de dos mil misiles contra Israel. Lo hizo a sabiendas de que habría una respuesta de igual o peor magnitud. Se parapetó en la vida de los civiles. Invocó un pueblo de usar y tirar.
Encajada entre el mar mediterráneo, Egipto e Israel, Gaza está en manos de la célula extremista islámica desde el año 2007. Durante más de una década, sus vecinos han acordado un bloqueo que restringe el movimiento de civiles palestinos. También ha impuesto barreras económicas y policiales. El temor a las incursiones islamistas ha levantado fronteras por doquier: bridas y muros de los que Hamás se aprovecha. Actúan como secuestradores disfrazados de Mesías. Mantienen en una situación de rehenes a aquellos a quienes llaman enemigos, pero también lo hacen con los suyos. Los arrinconan contra la pared, para obligarlos a elegir la espada.
Para Hamás, la mano de Dios es de hierro. Quizá la ministra Ione Belarra, que blasona un antisemitismo de manual y una equidistancia de cafetín universitario, prefiera ignorarlo. Sin embargo, desde que la célula terrorista controla Gaza, la economía de la región ha quedado al borde del colapso con tasas de desempleo superiores a 46%. El 95% de los habitantes no tiene acceso a agua potable ni luz. La mitad de los palestinos de Gaza tiene menos de 19 años y probablemente ninguno llegue a los veinte. Mandarlos a la muerte sale gratis. El negocio redondo del odio.
Ahogar y hambrear un pueblo carece de toda dignidad, pero usarlo como escudo remite a la naturaleza del verdugo. Si para salvar un pueblo hay que doblegarlo o enajenarlo, ¿qué redención es esa? Hamás disparó los misiles guareciéndose tras el cuerpo de cientos de hombres, mujeres y niños que acabarán doblemente muertos. Primero a manos de quienes dicen defenderlo, y después a manos de Israel. Los exabruptos de Hamás no blanquean los que Israel ha cometido y cometerá. Pero es la primera piedra lo que escuece.
En el mapa, Gaza tiene el aspecto de un puño cerrado, un largo brazo que golpea con la mano prieta. A Gaza se le ha usado y se le usa para romper ya no a Israel, sino a sus posibles alianzas y cercanías con el resto del mundo árabe. No existe disculpa posible para el asesino, y mucho menos para el que mata cabalgando sus obcecaciones. Casi 2.000 israelíes fallecieron tras el ataque de Hamás. Toda sangre es roja y por eso inútil seguir derramándola. Kipling y el lamento por la muerte de su hijo, aparece en cada guerra. Es una advertencia, una alarma. «Si alguno pregunta por qué hemos muerto/ diles, porque nuestros padres mintieron». Gaza tiene forma de puño cerrado. Es la vieja guerra, con nuevas mortajas.