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Karina Sainz Borgo: El tango de Messi

Hay algo dramático e hiperbólico en el asunto Messi y su salida del Barcelona

 

Tiene razón Carlos Zanón: es una maldad del destino que Vázquez Montalbán no conociera a Messi, aunque a juzgar por los destrozos que está ocasionando la marcha del argentino del Barcelona, la noticia le habría roto doblemente al escritor su exhausto corazón. Motivos tendría, sin duda. No se puede entender la última década del Barça sin el rosarino, quedaría incompleta como un relato sin Cruyff o Kubala.

Cuando llegó a La Masía, Lionel Messi tenía apenas 13 años. Lo habían rechazado en el River, era demasiado pequeño para su edad. Hoy apenas alcanza el metro setenta, estatura suficiente para hacerse con seis balones de oro, el doble que Cruyff.  En aquel entonces, el club pagó el tratamiento hormonal y rubricó en una servilleta el futuro de uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. Veinte años y 34 títulos más tarde, el asunto acaba con un burofax. Si hasta parece un tango.

La capacidad de emocionar está reñida con la destreza que tiene el creador para habitar y ser lo creado. Quien disfruta del fútbol, sean sus afectos o no blaugranas, no puede negar la predisposición de Messi para la belleza. Aunque su temperamento es frío y el gesto se le ha entumecido en los últimos años en un rictus de hartazgo, Messi hace lo que muy pocos futbolistas: juega y entiende el balón como un segundo corazón que palpita fuera de su pecho. Pone un estadio entero de pie con la punta de su bota.

Veinte años y 34 títulos más tarde, el asunto acaba con un burofax. Si hasta parece un tango…

Debutó a los 17 años, con el Barcelona de Rijkaard. Cinco años después ya era un astro. Con Guardiola, Messi firmó sus mejores números hasta convertirse en 2009 en el jugador más joven en ganar el balón de oro. El paso de los años y la acumulación de goles y títulos, lo convirtieron en un dios blaugrana, un virtuoso capaz de todo, excepto en la albiceleste, su dolor de cabeza patrio, la corona de espinas en su frente de mesías. A sus 33, a Messi se le acaba el tiempo para levantar una copa del mundo.

En su país le reprochan su individualismo y falta de liderazgo, así como su juego romo y falto de fútbol cuando juega con la selección. En el combinado nacional, Messi ha tenido que entenderse con no pocos problemas, entre ellos el Maradona seleccionador, que decidió arrasar la tierra en la que no reinaba. Lo hizo en aquel mundial de Sudáfrica, obligándolo a jugar en una posición para dejar muy claro que él mandaba donde Messi no puede: en la Argentina.

Lo de can Barça, sin embargo, es otra cosa. Ocurrió, además, en medio de la pandemia, justo en el año que no fue y en el que la liga se jugó de milagro. El 2020 quedará en nuestra memoria como un acantilado en el que todo se despeñó, incluido el fútbol. El portazo del argentino roció con vinagre las heridas de un club en decadencia. Por eso, la sensación de agravio de una parte de la hinchada, además de la escandalosa capacidad de Bartomeu para enfurecer a uno de los mejores jugadores de la historia.

El 2020 quedará en nuestra memoria como un acantilado en el que todo se despeñó, incluido el fútbol

Al día siguiente de que  Koeman prescindiera de Luis Suárez y casi dos semanas después de caer en Champions tras encajar 8 goles ante el Bayern de Múnich, el delantero decidió marcharse con sus seis balones y botas de oro puestas. A ese Barcelona politizado y ambiguo se le ha escapado su estrella como a los independentistas el procés. Y ese es un punto de no retorno, un estropicio.

El més que un Club  va a menos. Mengua como lo hace la Liga de Fútbol Española. Sin Cristiano primero y sin Messi después, la competición pierde el interés y la vistosidad que durante años tuvo. Tardará mucho tiempo para que podamos volver a presenciar una rivalidad como la del portugués y el argentino. Fuimos afortunados. Por eso hay algo dramático e hiperbólico en el asunto Messi y su marcha del Barcelona. Es, pues, una tragedia estruendosa como un tango viejo. Menos mal que el destino le hizo la putada a Montalbán y lo eximió de presenciar esta desventura.

 

 

 

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