CulturaLiteratura y Lengua

Karina Sainz Borgo: Escribir con los pulgares

La mayor amenaza contra el lenguaje no es la tecnología, sino el abandono

No bastan los hablantesUna lengua necesita quienes la traduzcan, la interpreten, la escriban y la lean, también de quienes la estudien y la protejan. Lo sabemos, a nuestro pesar: la primera muerte ocurre en el lenguaje. Es el resultado de esa tendencia que tienen las fiebres ideológicas y las pulsiones autoritarias para vaciar de contenido las palabras y rellenarlas de otro.

Cuando tienen un propósito, una misión, un plan trazado, las palabras segregan. Convierten al otro en oponente y a la convivencia la transforman en combate. Dotadas de un objetivo, nos entrenan para una batalla que irá librándose en el tiempo, porque no existe lugar de la vida al que no puedan llegar. Actúan como una fuerza de ocupación. El mundo se divide, se agrupa y se reparte a ambos lados de un enunciado, una idea, un sustantivo. En esa batalla no todos pueden empuñar un revolver, pero sí repetir una palabra.

Son muchas las conclusiones a las que podemos llegar durante tres días dedicados a la reflexión sobre la lengua, como ocurrió esta semana en Pucela durante el encuentro organizado por la Fundación Godofredo Garabito y Gregorio y al que acudieron una docena de escritores, periodistas y académicos. Reunidos en ocasión del aniversario de la firma del ‘Documento de Valladolid’ hace ya casi cuarenta años por todos los premios Cervantes entonces vivos, este nuevo conclave de hablantes y lectores tuvo como objetivo retomar lo que en aquella declaración conjunta se dijo. Si en 1994 Sábato, Bioy Casares, Torrente Ballester o Rafael Alberti identificaron retos, hoy hemos encontrado amenazas. En un mundo con patrones y algoritmos que predicen y resitúan el flujo de información y en el que agendas libertarias acaban patrullando el lenguaje, somos pasto de turba.

La lengua no sirve para separar, dijo Eduardo Mendoza el pasado jueves en Pucela. En efecto: no esa esa su función, pero la cumple a la perfección si alguien se la asigna. Es entonces cuando el mundo de quienes disienten acaba convertido, por ejemplo, en un planeta de fachas. La mayor amenaza que sufre el lenguaje no es la tecnología, ni que esta nos haya convertido en seres que escriben con los pulgares y sin levantar la cabeza, el peligro es que acabemos sometidos por quienes, en nombre de la igualdad de género, la inclusión o la tolerancia consiguen oponernos al progreso.

«Una ideología pretende controlarlo todo, desde los precios hasta el sentido de la historia», escribe el ensayista e investigador Carlos Leáñez en su ensayo ‘Lengua para libertad y libertad para la lengua’. En esas lúcidas páginas, Aristimuño explica cómo el Estado interviene el lenguaje y fumiga sus lugares alternativos, para levantar sobre ella relatos de guerra, resistencia y revolución. Degradando una lengua común, es posible reescribir e incluso borrar la reunión implícita que entraña compartir un idioma. El ser humano sin lenguaje es mera biología. Por eso, escribir con los pulgares no es el mayor peligro, sino el comienzo de una amputación mucho más peligrosa.

 

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