Karina Sainz Borgo: Espantos y (des)aparecidos
Alexéi Navalni fue asesinado dos veces por el Kremlin
En Venezuela hay entre 286 y 319 personas privadas de libertad y desde 2014 se han producido alrededor de 15.700 detenciones arbitrarias por motivos políticos. A las cifras, aportadas por Amnistía Internacional y la organización Foro Penal, las acompaña un patrón: detenciones sin órdenes judiciales; períodos cortos de desaparición forzada; limitación del derecho a la defensa; tortura y el uso de tribunales especiales.
Rusia, China, Emiratos Árabes o Corea del Norte usan métodos similares contra los disidentes. Se trata de una guerra lenta que ejercen los estados contra la sociedad civil, ya sea porque silencian, confunden o aplastan las protestas públicas como amañan. El periodista Vladimir Kara-Murzá fue condenado por un tribunal ruso a 25 años de prisión y Alexéi Navalni fue asesinado dos veces. La primera, con un intento de envenenamiento. La segunda y definitiva, esta semana, en la cárcel.
Otro caso se suma al manual de la persecución y deforestación civil: el de la abogada Rocío San Miguel, arrestada el 9 de febrero en el aeropuerto de Maiquetía cuando se disponía a salir de Venezuela junto a su hija. En ese momento, San Miguel, que es también ciudadana española, fue declarada como desaparecida. Dos días después, el fiscal Tarek William Saab informó que se encontraba detenida en el edificio del Helicoide del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), acusada de traición a la patria y terrorismo. Su familia, que también fue apresada y luego liberada, debe presentarse semanalmente ante la Justicia.
El día en que el escritor y premio Cervantes Sergio Ramírez tuvo que marcharse al exilio ante su inminente captura por los delitos de «odio y menoscabo de la identidad nacional» que la Fiscalía de Daniel Ortega dictó en su contra, el nicaragüense dijo una verdad incontestable: los dictadores carecen de imaginación. Sin duda, los que desprecian la ley y la democracia recurren a la trompetería de la patria para cometer sus satrapías. Se repiten, idénticos, en sus desmanes. Es una historia antigua, tanto como la piedra o la rueda. Pero hay algo mucho más profundo detrás: todos los regímenes autoritarios acusan un sentido de impunidad inversamente proporcional al que puedan tener de la justicia, la transparencia y la solvencia moral. Se sienten intocables.
Un Estado que actúa contra sus ciudadanos queda reducido a una estructura policial y autoritaria, por mucho que convenga en ocasiones blanquearlos o hacer pasar por democrático lo que no es. En las leyendas populares, se habla de espantos y aparecidos, espectros venidos de un mundo de terror imaginados por alguien más para meter miedo a quienes escuchan. Los verdaderos cuentos de la cripta ocurren, sin embargo, entre los vivos. Alojados en un mapa internacional que tolera sus desmanes, los regímenes autoritarios sobreviven gracias a quienes los blanquean política, mediática, económica y hasta deportivamente. Así son las historias de espantos y (des)aparecidos. Justo así, en pleno siglo XXI.