Karina Sainz Borgo: Experimento en la utopía
La cultura es el verdadero proyecto común
DANIEL BARENBOIM
Hace unos días, el director Daniel Barenboim estuvo presente en la ceremonia de graduación de los músicos de la Barenboim-Said Akademie, un proyecto que, como la orquesta West-Eastern Divan, fue ideada por el músico argentino y el filósofo palestino Edward Said con un único propósito: propiciar el encuentro. En la West Eastern Divan encontraron espacio jóvenes músicos procedentes de Israel y de países árabes de Oriente Próximo para que pudieran desarrollar juntos su formación musical. Aquel proyecto nació con el fin de demostrar que cuando se fija un objetivo común –hacer música–, la convivencia y el entendimiento entre personas procedentes de sociedades históricamente enfrentadas son posibles. En la ceremonia de hace unos días, el maestro Barenboim posó junto a sus alumnos, a los que entregó una carta. En ella, Barenboim insiste en el motivo y la razón de ser del paso de cada uno por esa academia. «En el corazón de nuestro proyecto educativo se encuentra un profundo compromiso con el encuentro humano y una firme creencia en el proceso transformador. Poder escuchar verdaderamente al Otro». Cada uno de los estudiantes de la Barenboim-Said Akademie tiene un trasfondo e identidad únicos, pero los guía una visión común: hacer música juntos. «Edward Said y yo nunca pretendimos que una orquesta o una academia pudieran traer paz y justicia. En cambio, hablamos de un experimento en utopía, una invitación a presenciar e imaginar una alternativa al presente: una realidad de humanidad compartida, de igualdad y reconocimiento mutuo». Dan ganas de leer esta carta en voz alta, a gritos si hiciera falta, porque en ella está el germen: la cultura y la belleza no se ejercen a favor o en contra de algo, la música no descoloniza ni desagravia, la música y las artes no traen La Paz por sí solas, pero convocan y reúnen. Barenboim tiene la respuesta y conviene saberla, porque no existe otra posible: el verdadero proyecto común es cultural. Solo de ese hallazgo puede nacer una convivencia política, identitaria, social y religiosa.
Hace unos años, el intelectual Amin Maalouf advirtió sobre el agotamiento de las civilizaciones. Lo hizo en las páginas de ‘El desajuste del mundo’ y en ‘Identidades asesinas’. La decadencia de las civilizaciones se expresaba, a su juicio, en el auge de la intolerancia política y religiosa, así como en el populismo, el individualismo, los nacionalismos y la xenofobia. La base de aquella decadencia era la desconfianza hacia el otro. He allí la piedra angular de lo que Maalouf explica y de lo que el maestro Barenboim dice a sus alumnos en esa carta. El porvenir pasa por el reconocimiento del espacio político en su sentido original: el encuentro.
Una sociedad embobada con su reflejo en una pantalla desemboca en liderazgos igual de frívolos, vacía las palabras hasta hacerlas de hojalata: que no valgan lo que valen, que se las lleve el viento o prendan cuando y donde corresponda como un garfio. Tiene razón Barenboim, la música no trae la paz, pero la educa y la propicia.