Karina Sainz Borgo: Hamás remite a Sófocles
La forma en la que una sociedad mata dice mucho de ella, pero mucho más la forma en que trata los cuerpos sin vida o al moribundo
Su madre la reconoció por los tatuajes en las piernas. Desmadejada, con el cuerpo doblado y la cabeza gacha, la joven alemana capturada por Hamás en el ataque a Israel parece viva y a la vez muerta; más bien exhausta, vencida, vejada. Sobre ella, un montón de hombres con armas de asalto celebran su captura. La llevan en la parte trasera de una camioneta como a un animal abatido durante una cacería. La exhiben con el orgullo de quien se ha cobrado una pieza de las grandes. La tratan como a un animal, la perciben y le asignan un lugar en el mundo que la hace merecedora de menos piedad de la que tendrían con cualquier ser vivo. Cuántas veces la habrán violado. ¿Entre cuántos?, ¿cinco, seis? Las imágenes del ataque de Hamás en Israel y las que corren, una tras otra, conducen a la pregunta sobre si no es preferible estar de una vez muerto que cientos de veces a merced de un verdugo.
La forma en la que una sociedad mata dice mucho de ella, pero mucho más la forma en que trata los cuerpos sin vida o al moribundo. A la primera muerte se añade una segunda: la indignidad del cadáver. No sepultar a los caídos, pasearlos y arrastrarlos como lo hizo Aquiles con Héctor, mutilarlos y esparcirlos, jugar con el cuerpo hecho despojo, reduce a un ser vivo al desecho, le arrebata la condición de ser en sociedad y lo resitúa en el lugar de las alimañas.
En su ‘Poética’, Aristóteles asegura que la tragedia encierra la catarsis, esa facultad de redimir y purificar al espectador. Alrededor de ella se desencadena la reflexión sobre el proceso de formación de la ciudad y la democracia. La tragedia antigua no era solo un espectáculo como lo entendemos hoy, más bien se trata de un rito colectivo de la ‘polis’, una especie de ceremonia ciudadana. Releer y revisitar la tragedia es un gesto político como ninguno. Sin embargo, cuando asistimos a ella sin la convención literaria, la tragedia acaba nublando la razón y anulando nuestra capacidad para hacer algo con ella.
La viralización de las imágenes de vejación por parte de Hamás convierte en espectáculo el sufrimiento y la irracionalidad. Nos expulsa de cualquier catarsis y redención. Inducen no a la reparación, sino a la venganza. Tras verlas pensamos más en el castigo que en la justicia. Es una bola de odio condenada a hacerse cada vez más grande, más rápida. Ojo por ojo, diente por diente. Siglos de Derecho desaparecen de un plumazo. El lenguaje y las normas nos hacen humanos, nos sacan de la caverna y nos introducen en la civilización. Nos permite formar parte de algo digno, distinto de la turba. Lo que ha hecho Hamás remite a Sófocles: Polinice, el hermano insepulto, entregado a las aves carnívoras y a los animales inmundos, desata la desesperación de Antígona, la voz acusadora que pretende alzarse entre los vivos y los muertos, para pedir la sepultura para un hombre muerto por otro de su misma sangre.