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Karina Sainz Borgo: La judía de Toledo

El mundo funde sus quimeras en necedades

La judía de Toledo

 

Hay disfraces ofensivos. Pintarse la cara para simular negritud es racista. Interpretar a un judío sin serlo y traducir a una poeta negra siendo a un hombre blanco es apropiación cultural. Los chistes de homosexuales y discapacitados están proscritos, el azúcar mata, el cigarrillo también. Truman Capote fue drogadicto, fue alcohólico, fue un genio. Hay machistas de izquierdas. El ministro de Cultura quiere reformar la ley de Patrimonio para abolir la tauromaquia. El rapto de Europa sí fue una violación, y no por eso hay que descolgar el lienzo. No hay sororidad entre las diosas del Olimpo. Las novelas no arreglan problemas, tampoco las películas ni las series. Los ciudadanos tienen certezas, los creadores dudas. Las revoluciones patrocinadas desde el poder acaban siempre mal, porque ni la historia ni el Estado le deben nada a nadie. Ahora que la noche no es negra sino afroamericana, los autos de fe se han convertido en la forma más barata de entretenimiento y la modalidad de gobierno más frecuentada por los populismos de izquierdas y de derechas. No hay hombre ni mujer que se resista a hablar en necio.

En su obra ‘La judía de Toledo’, escrita en 1617Lope de Vega, el ‘Fénix de los Ingenios’, hizo a un labriego recitar el alegato más claro sobre el modo torticero y acomodaticio en el que todos vaciamos o llenamos de sentido determinadas palabras. Belardo, el hortelano que cuida el palacio toledano de La Galiana, declama en el segundo acto la paradoja humana por excelencia. Turbado por la belleza de una joven que casi le hará perder el trono, el Rey Alfonso VIII interroga al campesino. Quiere que le diga quién es esa mujer, de dónde viene. Pero el paisano sólo sabe una sola cosa, solo una: que es judía. Al escucharlo, el monarca exige rectificación. «Judía no: hebrea». Es entonces cuando el hortelano recita: «¡Las necedades del mundo,/ en qué funde sus quimeras!/ Todo es lisonja y engaño,/ todo es locura y soberbia./ A Dios le llaman de vos,/ al hombre llaman de alteza,/ cortesana a la mujer/ que está sin honra y vergüenza,/ mocedades a los vicios,/ a los hurtos diligencias,/ a la pobreza deshonra,/ y honra al fausto y la riqueza,/ valiente al que es temerario,/ discreción a la cautela,/ moreno al negro atezando,/ a la envidia competencia,/ al que escribe secretario,/ aunque en las cárceles sea,/ donde el secreto mayor/ los pregoneros le cuentan;/ los oficios llaman artes;/todos los nombres se truecan./Sólo a la muerte no mudan,/ porque iguala cuanto encuentra».

Sirve de poco cambiar el nombre a un hecho si su verdad se impone. En la elección de las palabras y las interpretaciones a las que dan pie están, al mismo tiempo, el veneno y su antídoto, una tesis y la contraria. Tiene razón Lope de Vega. Las necedades en las que el mundo funde sus quimeras son las mismas desde hace cuatro siglos. Por mucho que a la noche queramos llamarla afroamericana y al hurto diligencia renombrarlas no mitiga ni transforma en fortuna las miserias.

 

 

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