Karina Sainz Borgo: La larga noche venezolana
El régimen de Nicolás Maduro cruzó la noche del domingo todos los límites rumbo a a la radicalización y la satrapía más evidentes
En el hato El Miedo, de noche se mueven las cercas, así describió Rómulo Gallegos la práctica correosa que usaba Doña Bárbara para hacerse con las tierras que no le pertenecían. El icónico escritor del siglo XX venezolano y primer presidente democráticamente electo de ese país –desalojado por un golpe de Estado a los pocos meses– construyó en aquella novela una metáfora de la Venezuela del dictador Juan Vicente Gómez, quien durante 35 años gobernó el país como si de un fundo se tratara. A punta de pistola, despotismo y abuso.
Casi un siglo después, Venezuela cumple 26 años gobernada por el régimen que comenzó en 1998 con la elección de Hugo Chávez Frías, teniente coronel que encabezó dos intentos de golpe de Estado, fue sobreseído y habilitado como candidato y ganó después las elecciones presidenciales envuelto en el clamor popular. Chávez permaneció en el poder durante cuatro mandatos seguidos. Impulsó un proceso constituyente que allanó el camino para el secuestro de las instituciones, disolvió la separación de poderes y alentó un férreo sistema de represión política que asfixió medios de comunicación y voces independientes.
Acuciado por un cáncer fulminante que minó su salud y lo llevó a la tumba, designó como sucesor a Nicolás Maduro, líder sindical y probablemente el menos aventajado de sus acólitos, el mismo que pretende ser reelegido por tercera vez en unas elecciones desprovistas de transparencia alguna y que él da por suyas en medio de flagrantes violaciones a la ley y a la soberanía popular. Hugo Chávez eligió un liderazgo que apenas pudiera opacar al suyo. Chávez, que regó América Latina con dinero público y estimuló el liderazgo de figuras como Rafael Correa, Evo Morales o Cristina Kirchner, brillaba como el sol populista en la oscura noche nacional. Fue enterrado como un prócer y, valiéndose del uso mesiánico de su estela, Nicolás Maduro llegó al poder con el sempiterno apoyo del régimen cubano, que había encontrado en el chavismo la mayor reflotación económica desde el período especial.
Cien años después de la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, nueve millones de venezolanos han emigrado por motivos económicos y políticos. De ellos, al menos mil han fallecido devorados en la selva del Darién y más de un millón espera una resolución para sus solicitudes de asilo. Cien años después de que Rómulo Gallegos describiera la oscuridad en la que operaba Doña Bárbara, el 92 por ciento de las denuncias por violación a los derechos humanos ha quedado sin respuesta, más de 300 presos políticos permanecen en cárceles militares y casi 20.000 ciudadanos han sido víctimas de detenciones arbitrarias. En apenas una década de gobierno de Maduro, más de 10.000 personas han sido asesinadas, casi 2.000 torturadas y 8.000 agredidas. Las cifras pertenecen a Provea, onegé de derechos humanos venezolana fundada en 1989.
En el hato El Miedo, de noche se mueven las cercas, escribió Rómulo Gallegos. Dilapidación, abuso, latrocinio. Hugo Chávez llegó al poder en el momento de mayor valor del barril de petróleo, puso en marcha medidas que tuvieron un impacto positivo en la reducción de índices de pobreza y que sirvieron como mecanismo de movilización y fidelización política. El oficialismo y el Estado acabaron confundiéndose en una misma estructura clientelar. En apenas tres años de gobierno de Nicolás Maduro, más de 14 millones de personas se hallaban en situación de pobreza. Cuando Hugo Chávez llegó al poder esa cifra estaba en 11 millones. El país se desmoronaba a pedazos.
El desmantelamiento de la industria petrolera a partir de 2003 con la expulsión de 18.000 trabajadores marcó un descenso de la producción, además de un escandaloso desvío de dinero en corrupción. Tan sólo como ejemplo, en España, la Audiencia Nacional procesó al exembajador de España en Venezuela Raúl Morodo por el cobro de 4,5 millones de euros de PDVSA mediante supuestos contratos falsos de asesoría legal. Una extraña corte política comenzó a encubrir un régimen abiertamente totalitario con severas restricciones a las libertades económicas y civiles, y en el que cerca de 500 medios de comunicación independientes sufrieron el acoso y posterior cierre.
Aquella dialéctica moral revolucionaria y libertadora que erotizaba a la izquierda radical europea comenzó a despistar a los socialdemócratas y activó las zonas erógenas de profesores universitarios, asesores, lobistas y, por supuesto, de sus respectivas cuentas bancarias. Le pasó a Podemos con Evo Morales y Hugo Chávez. Y a José Luis Rodríguez Zapatero con Maduro. La épica del revolucionario que comenzó Martí y retomó Fidel Castro –y que fue desmantelada por autores como Octavio Paz, Mario Vargas Llosa o Carlos Rangel– obró una ilusión en la intelectualidad romántica. Hizo creer que la utopía era posible y que América Latina era el freno al imperialismo y el capitalismo. Para ellos pudo ser inspirador, festivo incluso, pero para América Latina fue una desgracia y sigue siéndolo. Así como la intelectualidad marxista de los años sesenta desconfiaba de la democracia por considerarla una fachada de la burguesía, ésta ha acabado cebando nuevos espejismos y delirios telúricos cuya única y evidente contraprestación no puede ser sino económica.
La larga noche venezolana se perpetúa. Una coalición opositora ahora unida y con un liderazgo renovado, pero ferozmente perseguida y estigmatizada, tiene el enorme reto de defender un triunfo electoral que resulta evidente tras la jornada del pasado 28 de julio. Buena parte de la comunidad internacional se mantiene escéptica ante unos resultados imposibles de auditar, avalados únicamente por las autocracias globales y sus habituales satélites políticos.
Los venezolanos han visto cómo la liberalización oficiosa del dólar en los últimos años ha convertido en virutas un gigantesco sistema de ayudas estatales que servía como palanca, desde los tiempos de Hugo Chávez, a cambio de votos y fidelidad política. Incapaz de movilizar a sus bases, especialmente en los rincones más empobrecidos de un país quebrado por la miseria y la migración forzada, el régimen de Nicolás Maduro cruzó la noche del domingo todos los límites rumbo a a la radicalización y la satrapía más evidentes. La orden de movilizar a colectivos paramilitares y fuerzas policiales en algunas de las principales ciudades, minutos antes del anuncio de los resultados, es el preludio de un nuevo zarpazo represivo.
Nicolás Maduro ha incumplido los pactos prácticamente impuestos a la oposición venezolana en unas negociaciones adelantadas en Qatar y Barbados: inhabilitó a María Corina Machado, candidata electa en primarias que acabó representada ‘in extremis’ por Edmundo González; impuso candidatos títere; impidió cualquier observación internacional imparcial y expulsó del país a cualquier invitado sospechoso de impugnar unas elecciones que, de haber podido, habría celebrado de forma clandestina Las autoridades electorales venezolanas, secuestradas por el poder oficial, proclaman ganador a Maduro con el 51 por ciento de los votos, mientras Machado y González aseguran haber obtenido un apoyo del 70 por ciento. Las actas electorales de las 28.000 mesas de votación en todo el país son el único recurso para mostrar la naturaleza de un fraude, un robo, ese viejo amaño de la barbarie, la misma que hace que, de noche, en el Hato El Miedo, de noche se muevan las cercas.
Karina Sainz Borgo