Ni perplejidad ni escándalo. Esto es una arcada. Un asco. Ha querido la izquierda ‘woke’ ganar méritos arrojando piedras contra la verdad. Cancelar y renunciar al más elemental sentido común se ha convertido en una de las bellas artes y modalidad rejuvenecida del Santo Oficio, que ahora, en lugar de herejes, ve colonialistas por todas partes. Así lo demuestra el libro ‘Olvidar a Camus‘, Olivier Gloag, un profesor estadounidense criado en Francia. Publicado a finales de 2023, el legajo pasa en estas semanas de noca en boca como una náusea.
Existen tantas formas de cretinismo como cretinos habitan el mundo. Una en particular distingue a quienes, como Olivier Gloag, se valen de los hechos para procesarlos a su favor y confeccionar con ellos versiones simples de grandes episodios y personajes. Ha querido Gloag hacerlo con el Nobel francés Albert Camus, al que se refiere como el último escritor del colonialismo, antisemita, machista y anticomunista. Dice él que desea desmitificar a Camus. Lo que en verdad hace es derramar sobre él esa mezcla de paranoia y oportunismo que bate la hormigonera ‘woke’.
Cada generación cree que está dedicada a rehacer el mundo, escribió Camus. «Sin embargo, la mía sabe que no lo va a rehacer. Su tarea es mayor. Radica en evitar que el mundo se desmorone», dijo en el discurso de aceptación del Nobel de Literatura, en 1957. El asunto no consiste en salvar el mundo, sino habitarlo con coherencia para evitar su descalabro. Para aquel entonces, Camus ya se había desmarcado de Jean Paul Sartre y mantenía su compromiso como una bandera propia y solitaria, que a Gloag le parece reaccionaria.
Nacido en el seno de una modesta familia de emigrantes, la infancia y gran parte de la juventud de Camus transcurrieron en Argelia. Empezó estudios de Filosofía en la Universidad de Argel y publicó su primer libro en 1942, ‘El extranjero’, al que siguió ‘El mito de Sísifo’. En las claves de esos años están los amasijos del niño que Camus narra en ‘El primer hombre’. El Camus de ‘Combat’, el periódico de la Resistencia francesa, supuso una brújula moral en la Francia de Vichy. Camus escribió en francés, lo que para Gloag es un signo de aceptación de «la lengua del colonizador».
De la misma forma en que Gloag se propone desmitificar a Camus –desfigurarlo–, determinados círculos intelectuales patrullan la historia, el lenguaje, los libros y lo que haga falta para fundar un mundo inédito, a su gusto, sobre el que sea posible dibujar uno nuevo. Lo hizo el independentismo y el nacionalismo catalán con la Diada, también Pedro Sánchez con una reubicación circense de Franco que quedó incompleta en su esencia y más recientemente el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, que no para de ver colonialistas ahí donde vaya y entiende que España fue a América lo que los belgas al Congo. Bajo esa lógica cualquier cosa muda en otra. Después de ceder sus banderas más importantes a la turba, el progresismo apedrea el progreso. Prefiere la caverna.