En 2016 llegó a manos de los periodistas Juan Fernández-Miranda y Jesús García Calero una serie de documentos e informes que redactaron los espías de Franco para informar al dictador de la conspiración que los monárquicos urdían en su contra. Los papeles salieron directamente del despacho del dictador en El Pardo. No habían visto la luz jamás. Todos pertenecen al mismo año, 1948. Para aquel momento, Franco cumplía una década en el poder tras la victoria del bando Nacional en la Guerra Civil y Juan de Borbón permanecía en el exilio.
Interpelados por aquel material, los jefes de Nacional y Cultura de ABC publicaron una serie de reportajes, pero todavía les quedaba por escribir la gran entrega del archivo que había llegado a sus manos y que toma forma en el libro Don Juan contra Franco (Plaza & Janés). Los informes no pertenecían a la Fundación Franco o la familia. Tampoco figuraban en ningún archivo público. Una persona cercana al entorno del dictador los hizo llegar a los periodistas. Una vez contrastada la autenticidad y veracidad de estos papeles, tanto Fernández-Miranda como Calero accedieron a estudiarlos, con la condición de que estos fuesen a parar a un archivo de consulta general: a través de ellos era posible reconstruir los primeros años de la posguerra española y el papel del heredero al trono de España.
Tras la muerte de Alfonso XIII, Juan de Borbón y Battenberg tuvo que asumir de golpe los derechos de una dinastía sin trono, para enfrentarse a un dictador que no escatimó tiempo ni energías en mantenerlo alejado de España. El padre del rey emérito Juan Carlos I gozó del apoyo de los monárquicos, así como de los nacionales y miembros del ejército, quienes veían con malos ojos los intentos del franquismo por apartar a la Corona y suplantarla. Este libro desarrolla una crónica de la conspiración monárquica y de la forma en la que Franco desata la represión contra quienes participan en ella.
La conspiración
“Es 16 de abril de 1948. Un folio suelto, mecanografiado por ambas caras, sale con un quejido mecánico de la máquina de escribir. Uno de los hombres del servicio de información de la Falange lo envía urgente al despacho de Franco. Aporta muchos detalles sobre un hecho grave, muy grave a sus ojos, que hace sonar todas las alarmas en El Pardo. Ha habido una reunión pública de monárquicos en la que se ha puesto en entredicho al Caudillo con duras palabras”.
Así arranca Don Juan contra Franco, con un escueto informe que da cuenta de una “copa de jerez” en casa del marqués de Aledo,consejero del Banco de España, esa misma noche, sería el general Alfredo Kindelán el encargado de dirigirse a los 300 monárquicos que asistirían a esa reunión. Franco no tiene duda: esta es la gota que colma el vaso. Si son capaces de llegar tan lejos es porque se creen impunes. Es ahí cuando mete mano dura contra los conjurados.
El libro traza una línea histórica mucho más amplia, que contextualiza y cubre toda la década de los años cuarenta, al mismo tiempo que explica cómo un grupo de destacados generales, aristócratas y políticos de la izquierda y la derecha moderadas en el exilio pactan para restaurar una Monarquía democrática que ponga fin a la dictadura franquista.
Asesorado por sus consejeros, uno de los más importantes Luis Carrero Blanco, Franco se muestra dispuesto en esos años a dar peso institucional al régimen, dotándolo de unas reglas establecidas y una continuidad asegurada. Lo consiguió en 1947, con la Ley de Sucesión, pero no sin haber atravesado muchos reveses y bendecido por un cambio político en la escena internacional: la Guerra Fría, el temor a Stalin y las alianzas de Estados Unidos y Gran Bretaña cambiaron el tablero a su favor.
Tanto los tradicionalistas, los monárquicos y los grupos de derechas que habían apoyado a Franco criticaban duramente la actitud del dictador de apartar a Juan de Borbón, quien desde el exilio adelantaba una estrategia que se desarrolló en dos fases, una primera de acercamiento y negociación y una segunda, bastante más profunda, de conspiración y resistencia política.
Uno de los rasgos más atractivos del libro radica en el hecho de que relativiza la imagen medrosa y desafortunada de Juan de Borbón, un hombre que había sido hijo de rey, fue padre de rey y que jamás reinó. Las cartas, comunicaciones y transcripciones de las reuniones que sostuvo tanto con sus aliados como sus oponentes muestran un personaje con una clara conciencia política de su papel en la restauración monárquica.
Hay escenas, como la reunión entre Juan de Borbón y Luis Carrero Blanco, en 1947, que demuestran claramente su encrucijada: mientras Franco permanezca en el poder, España seguirá sometida a un régimen autoritario, lo cual empuja a él y a sus aliados a buscar pactos con el ala más moderada de izquierda republicana, según los autores, uno de los antecedentes más tempranos que se tienen de lo que sería la Transición.
Basándose en los datos que ofrecen estos papeles, Don Juan contra Franco está escrito a la manera de un gran reportaje. En sus páginas, Juan Fernández-Miranda y Jesús García Calero dan cuenta de una serie de episodios novelescos al más puro estilo John Le Carré. Cada semana, y en ocasiones cada tres días, Francisco Franco recibía unos informes titulados Boletín de actividades monárquicas y en los que los espías daban cuenta de todos y cada uno de los movimientos de don Juan y su entorno, desde las conversaciones en las que se criticaba duramente al dictador hasta las cartas, reuniones y apuntes de los contactos políticos de estos en el exterior.
El lápiz bicolor de Franco
Franco dedicaba horas a estudiar estos informes con un lápiz de dos puntas, una de color rojo y la otra azul. La primera para las malas noticias, la segunda para la buenas. La descripción y relación de estos subrayados retratan al hombre que los hace y explica el proceder del dictador. Para poner a prueba el temple de quienes lo traicionan, Franco es capaz de llamarlos uno a uno al Pardo, para ver quién se desmorona al dar su versión y quién no. Hay personajes de una potencia histórica manifiesta, como el general Kindelán, un verdadero azote para Franco, con quien no escatimó palabras de advertencia sobre sus intenciones de convertir España en una escala de la Falange.
Otro personaje de potencia histórica y política es el duque de Alba, alguien cuya valiosa red de contactos políticos, diplomáticos y aristocráticos se convierte en una de las cartas más valiosas para don Juan, por supuesto, pero también para Franco, quien, incluso a sabiendas de que conspira en su contra, lo mantiene como embajador en Londres. Sin él, Franco habría avanzado a ciegas en el concierto internacional. Al duque de Alba Winston Churchill lo llamaba primo. En efecto: estaban emparentados.
Una de las imágenes más potentes del reportaje la protagoniza él, frente al Palacio de Liria aún devastado por los bombardeos, cuando convoca a la prensa para hacer saber que aquella sería la primera vez en 300 años en los que un duque de Alba no podría presentarse ante el Rey. Franco se lo había prohibido. María Luisa Narváez Macías, duquesa de Valencia, condesa de Cañada Alta y vizcondesa de Aliatar, también es otro personaje luminoso de este libro. Convencida en la necesidad de la restauración monárquica, convierte su casa en Madrid en centro de conspiraciones antifranquistas.