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Karina Sainz Borgo: Los dominios del payaso

Ha pasado de trabajar en el circo a dirigirlo

Rosa Díez على X: "En Psicopatía se califica como la Tríada Oscura a los  individuos en cuya personalidad confluyen la psicopatía, el narcisismo y el  maquiavelismo. Y no tiene cura. Pedro Sánchez

 

Existe en la ‘Comedia humana’ un tipo infalible. Personajes en principio carismáticos, graciosos o por distintas razones depositarios del afecto del público, quienes, llegado el momento, acaban convirtiéndose en una pedrada en la dentadura. Cuando se exige de ellos la candidez y el don de gentes que muestran en circunstancias normales, llegada la anomalía, se presentan en su mengua más clara. Pensemos en el Sancho Panza que debió asumir el gobierno de la ínsula Barataria. Todo su contrapunto terrenal y humorístico se viene abajo al momento de ejercer el poder. Le está grande y por eso se hace manifiesta la tragicomedia de sus propios límites. En la ‘Comedia dell arte’ existe otra variante, se trata del Pedrolino, ese criado ingenuo y bonachón que en el siglo XVII francés se consolida como Pierrot, vestido con amplio traje blanco y cara empolvada, siempre melancólico y estropeado en su comicidad. En el siglo XX, más hijo del cine que de la corte o el teatro, aparece el payaso moderno, en la mayoría de las ocasiones un ser autoritario. Existen por supuesto Grock y Charlot –marginados, esencialmente tiernos y buenos–, pero cobra vida un tipo de payaso –atribuible a Stephen King–, como símbolo de lo monstruoso. El maquillaje exagerado, antes cómico, pasa a sugerir ambigüedad, burla cruel o amenaza. Es justo ese tipo el que ha pasado de trabajar en el circo para gobernarlo. La risa dura de Zelenski en la última reunión en la Casa Blanca con Donald Trump muestra a la perfección al payaso global. El presidente ucraniano, que tuvo que tirar de sus reflejos de actor y comediante para reír los chascarrillos del traje, debió contestar una rueda de prensa cuya naturaleza era, en realidad, la de una arena romana que acabó convertida en circo.

Algo parecido ocurrió, en el caso español, con el presidente de Gobierno Pedro Sánchez. Cuando al socialista lo desalojan de su zona de confort, su encanto muta en psicopatía. Ocurrió en la visita a Paiporta, en Valencia, durante los desbordamientos y la tragedia de la dana: mientras llovía barro sobre él y los Reyes, Pedro Sánchez se escurrió por los laterales. El manual del pícaro en su versión más canónica: la astucia y cobardía desplegadas cual número cómico para descargar la tragedia en alguien más, en aquel caso, la Corona. Esta semana, en los incendios de Galicia y Castilla y León, volvió a ocurrir lo mismo, pero en una versión psiquiátrica. Vacante de sí mismo –desalojado de la vigilia o la cognición–, el presidente Pedro Sánchez mostró un gesto vacío, sin expresión, algo que podía ubicarse entre la reacción de un antipsicótico potente en sangre o la evaporación absoluta de la empatía y el sentido común en su organismo. En lugar de la ira o la indignación que provocó en los demás su huida en Paiporta, su gesto en los incendios produjo el miedo cinematográfico que esparcen los payasos –el Joker de Nolan, por ejemplo– cuando extienden sus dominios más allá del circo. Hay motivos para el terror.

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