Karina Sainz Borgo: No volverán a dormir tranquilos
«América no volverá a saber lo que es la seguridad», dijo Osama Bin Laden en 2001. Tenía razón
Cincuenta años separan una foto de la otra, pero apenas existen diferencias entre los helicópteros Chinook y los Black Hawk que sobrevolaron la azotea de la embajada de los EE.UU. en Kabul este fin de semana y los que transportaron a civiles estadounidenses y vietnamitas desde Saigón hasta los buques de la Séptima Flota, en abril de 1975. Estos quizá sean más grandes, pero los errores han sido los mismos, incluso ocupan más espacio.
Si la Operación Frequent Wind marcó el fin de la Guerra de Vietnam, la evacuación de civiles de la capital afgana tras la llegada de los insurgentes talibanes pone fin a veinte años de una contienda inútil, un despilfarro bélico y una pifia de política exterior.
Estados Unidos no logró restañar el zarpazo de Al Qaida a su imagen de imperio invulnerable en los ataques a las Torres Gemelas en 2001, ni Afganistán consiguió impulsar un Estado funcional.
Una multitud de hombres y mujeres, con tres o cuatro niños cogidos de la mano, trepan como pueden a un avión. No parecen hormigas; son hormigas. A los que no consigan escapar los matarán como tales. Dos décadas, ciento cincuenta mil muertes y más de un millón y medio de desplazados después, los talibanes han vuelto y nadie quiere estar ahí para verlo; ni siquiera el presidente del país, que huyó entre los primeros.
Estados Unidos sigue buscando un relicario de éxito. Desde la Segunda Guerra Mundial no consiguen reconstruir a nadie, aunque lo intenten. Tendrán que buscar a Aaron Sorkin para que transforme en épica esta ostentosa derrota. Si el fracaso militar en Vietnam convirtió al veterano de guerra en reliquia sentimental, habrá que ver con qué vitola adornarán esto.
Ninguna democracia prospera ni puede prosperar en un país ocupado. Toda invasión precipita el desastre. Estados Unidos lo sabe de sobra, incluso antes de Vietnam. Ocurrió con Bahía de Cochinos, la invasión a Cuba en 1961. El desembarco duró menos de tres días, pero atornilló durante décadas el aparato de la Revolución Cubana, que a día de hoy conserva el poder en la isla tras el asesinato, exilio y persecución de los disidentes.
Los afganos tendrán que resignarse a su suerte, porque nunca tuvieron otra. Aunque eligieran creer -a sabiendas de que era falso-, tal cosa como que una democracia no es posible por la vía de una invasión militar. Les queda tan sólo esa foto de familia, la instantánea que forman los que se agolpan para escapar. A los Estados Unidos, en cambio, le queda la misma lección sin aprender. «América no volverá a saber lo que es la seguridad. Los americanos no volverán a dormir tranquilos», dijo Osama Bin Laden en 2001. Y tenía razón.