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Karina Sainz Borgo: Política cultural de microondas

Los partidos sienten por el sector un interés recalentado

Sánchez se sube a la 'OLA' del mundo de la cultura frente a PP y Vox para coger brío

 

Si la izquierda no tiene vergüenza, la derecha no tiene imaginación. Pero ambas coinciden en esa ceguera que les dura una legislatura entera y el arrebato en tiempos electorales. La relación con la cultura que tienen los partidos tradicionales -incluso los emergentes-, es ortopédica y forzada. Denota poca familiaridad y desconocimiento. Tiene más de pátina que de examen y sus programas en la materia recuerdan a aquel centímetro de profundidad que Indro Montanelli atribuyó al océano del conocimiento periodístico.

Esta semana, en un acto realizado en el Círculo de Bellas Artes, el candidato socialista y jefe de Gobierno, Pedro Sánchez, se rodeó de artistas, literatos y gestores culturales. Contra la censura, ese era el propósito. El evento repitió lo que todos: un amor a golpe de microondas, una pasión correosa, recalentada y oportunista. Bien le habría valido al presidente Sánchez asistir a la entrega de algún Premio Cervantes durante estos cuatro años, en lugar de inventarse una foto de familia en la que hasta Pedro Almodóvar brilló por su ausencia.

Conviene analizar el chascarrillo de la «ceja» que se utiliza para referirse peyorativamente a quienes apoyaron a Zapatero, pero también las chanzas sobre el poco interés por la lectura que sobradamente demostró Rajoy. Ambas expresiones simplifican la relación de verticalidad de la cultura con el poder. Cuando gobierna el Partido Popular, predomina un clima de reivindicación y reproche, merecidísimo, además, por la concepción de juego floral que usan los populares como escudo para relacionarse con un sector que le es hostil. Pero verticalidad, también, con un Partido Socialista al que los creadores no interpelan ni exigen políticas serias. El Estado cultural español vive de las rentas de aquel portentoso andamiaje que hizo posible la compra de la colección Thyssen, la proyección del Museo Reina Sofía o la creación del Instituto Cervantes. La cultura, como las autopistas, necesita ingenieros. La falta de reformas ha envejecido los mascarones de proa de aquella nave cultural de la primera mitad de la Transición, y que acabó cuarteada gracias a la atomización y ‘clientelización’ de sus instituciones más importantes. Hoy, la cultura ya no es ni siquiera el adorno, sino el farolillo de una feria zafia. Está hambrienta de una mirada curiosa y moderna. Basta leer los programas de partidos como Vox o Sumar para comprobarlo. Los dos convierten lo cultural en un sumidero ideológico. Desde la defensa de una «identidad nacional» formulada en términos estáticos que proponen los de Abascal hasta esa colección informe, cortoplacista y reactiva de medidas de la izquierda, que basa su oferta en el miedo (a la censura, al oponente) o la revancha (memoria histórica). No miran al futuro. Tan perniciosos han sido Víctor García de la Concha como Luis García Montero. No bastan los mandarines ni los militantes. Son necesarios los gestores y los investigadores. Es preciso el fuego lento, la hornilla siempre viva, y no el microondas que achicharra el filete que alguien recalienta campaña tras campaña, hasta dejarlo tieso como a la suela de un zapato.

 

 

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