Karina Sainz Borgo: Un mundo inédito a la fuerza
Daniel Ortega cierra la Academia de la Lengua de Nicaragua. Que no quede en pie nada anterior a la Revolución, porque la historia comienza con él
El tiempo autoritario es circular. Elude el progreso y si se topa con él lo aplasta. A fuerza de expandirse, lo ocupa todo: una mancha de brea que acaba sometiendo a los países a un retroceso incluso mayor al tiempo que tienen como naciones. Esta semana, el régimen de Daniel Ortega cerró la Academia de la Lengua de Nicaragua. Mejor dicho, la desahució, que es como actúan los caudillos, de a poco.
Ortega se esconde en triquiñuelas legales y bancarias que no permiten a la Academia ejercer su identidad jurídica para inscribirse en el registro de ‘agentes extranjeros’ junto a otras 83 ONG. Ortega ha tardado casi cien años, porque la institución goza de titularidad jurídica desde comienzos del siglo XX.
El incidente es de primero de dictador: abolir la rueda por considerarla antirrevolucionaria o sediciosa.
Como no tienen imaginación, los dictadores recurren al manoseo y la trompetería de la patria para cometer sus satrapías y complacer sus pulsiones. Empeñados en destruir y borrar, acaba saliéndoles un mundo inédito a la fuerza. Que no quede en pie nada que los anteceda, porque la historia comienza con ellos. Daniel Ortega ha desahuciado a una institución que resguarda, investiga y preserva la obra de autores fundamentales de la literatura nicaragüense como Rubén Darío o Ernesto Cardenal. Pero Ortega se empeña en señalar a la institución cual agente extranjero, como si la procedencia histórica de la lengua irritara al Sr. Ortega.
Al condenar a la Academia a la intemperie, Ortega desahucia también a sus escritores más importantes. Si el actual régimen nicaragüense se empeña en destruir una institución que vela por sus clásicos literarios, a los autores vivos los condena al exilio. Los persigue y se emplea a fondo en humillarlos. Lo ha hecho con el escritor y premio Cervantes Sergio Ramírez contra quien emitió una orden de captura, además de acusarlo de una retahíla de delitos que van del odio a la traición a la patria.
Ortega se ha ensañado contra uno de quienes apoyó el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), pero que muy pronto se convirtió en disidente y crítico de un proyecto político e ideológico por sus rasgos autoritarios. Lo explicó Sergio Ramírez en ‘Adiós muchachos’, su memoria personal de una lucha política fallida, porque eso que llaman Revolución no es más que un sumidero para que corra la sangre de alguien más.
En los mundos que proponen los regímenes dictatoriales no crece nada y si algo prospera o resiste el paso del tiempo, urge asfixiarlo, porque antes de la llegada al poder del supremo líder no hubo nada que merezca la pena recordar, preservar ni mucho menos estudiar. En esa sociedad sin memoria como las que se empeñan en crear sujetos como Daniel Ortega, el tiempo autoritario implanta un presente continuo. ‘Dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada’. Después del líder todo, antes de él nada.