Kissinger, Putin, China y Venezuela
La ecuación descrita en el título del artículo fue la que visualizó Henry Kissinger a sus cien años e intentó cambiarla de nuevo, pero no pudo
El presidente chino, Xi Jinping (der.) conversa con el ex secretario de Estado de los Estados Unidos, Henry Kissinger. Foto: EFE
Henry Kissinger fue el arquitecto del restablecimiento de relaciones entre los Estados Unidos y la República Popular China. Su viaje en 1971 a Pekín constituyó una apuesta audaz que permitió adelantar una jugada clave que tendría un alto impacto geopolítico unas décadas después: la siembra de la desconfianza entre dos actores globales con afinidades ideológicas, la Unión Soviética y China, por una parte.
Esta jugada debilitó la posición soviética con consecuencias graves para su caída; y adicionalmente, impulsó el proceso de industrialización que sentó las bases del gigante asiático.
A sus cien años, Kissinger, el 20 de julio de 2023, volvió a China y fue recibido como un verdadero jefe de Estado. Las atenciones oficiales que le dispensó Xi Jinping tuvieron alta resonancia tanto en China como en el resto del mundo. El ex secretario de Estado norteamericano intentaba, en medio de un clima de enorme tensión entre ambas superpotencias, mediar para retomar el camino del diálogo y la negociación para abordar las profundas diferencias en el campo económico que han aparecido con mucha fuerza en los últimos años.
Esta vez no lo logró. Obviamente sus condiciones de salud y el no tener un peso institucional de poder en esta oportunidad, no le permitieron bajar el tono de la disputa que ha venido creciendo últimamente.
Esta vez, la Rusia de Putin y Pekín han superado diferencias históricas para construir un eje frente a Occidente. Si bien China en el pasado reciente se dedicó fundamentalmente a construir relaciones económicas por todo el mundo, dejando de lado su visión ideológica, con el conflicto en Ucrania primeramente y luego en Gaza, ya ha tomado posición política y militar distanciándose de los Estados Unidos y Europa cada vez más.
Inclusive, en materia económica, está dando un giro extremo orientando el intercambio comercial y las inversiones hacia Moscú y los países alineados en el eje sino-ruso.
Habrá consecuencias
Obviamente este giro geopolítico y geoestratégico tendrá consecuencias en los próximos años. El mundo marcha hacia una reorientación de las alianzas y del mapa mundial. En esa ecuación entra lógicamente Venezuela. Un país sudamericano del hemisferio occidental, aliado durante décadas de las políticas norteamericanas por la complementariedad petrolera y energética en general, pero que desde hace poco más de dos décadas inició un proceso de acercamiento ideológico y geopolítico tanto con Moscú como con Pekín , que hoy nos ubica en un puesto de cabecera de playa de este nuevo eje global.
En ese sentido, y con unas elecciones presidenciales cercanas, Venezuela hoy representa un campo de jugadas globales donde diversos intereses se mueven buscando sus objetivos. El problema de esta situación, es que su población se mueve en otra dirección muy distinta a esos intereses geopolíticos globales.
El cúmulo de necesidades que tiene la gente desde hace cierto tiempo han configurado un comportamiento electoral asociado fuertemente a un deseo de cambio. Más de 80% de la opinión pública tiene un hastío generalizado y ese dato puede marcar los procesos comiciales tanto de julio próximo como los que deben convocarse en 2025 y 2026.
Esta ecuación descrita en el título de nuestro artículo de hoy, fue la que visualizó Kissinger a sus cien años e intentó cambiarla de nuevo, pero esta vez, no pudo.
*Artículo publicado originalmente en Efecto Cocuyo.