Krauze: “Decir que Octavio Paz era de derechas es una barbaridad”
El poeta, escritor, ensayista, diplomático y Premio Nobel de Literatura Octavio Paz (1914-1998) se puso sobre los hombros una tarea que se antoja titánica: sumergirse en la psicología del mexicano e intentar descifrarla. El resultado es El Laberinto de la Soledad, un ensayo meticuloso, doloroso, fascinante y majestuoso. “La Piedra Rosetta que [los mexicanos] leemos con fascinados y con horror”, glosó el historiador Enrique Krauze en uno de los actos que La Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) ha rendido en homenaje de Paz, en el centenario de su nacimiento.
“Yo creo que empecé a leerlo en clave biográfica”, recordó Krauze ante un auditorio abarrotado. Repasó sus capítulos. La certeza (con incluso una frialdad de francotirador) con la que Paz repasó y explicó los porqués del comportamiento mexicano, un campo minado del que muy pocos han conseguido salir indemnes. Y ninguno ha descifrado con la maestría de Paz.
Krauze recordó, más allá del Paz ensayista y magistral poeta, al Paz polemista, al que buscó el debate con el otro de manera incansable, “y que murió buscándolo y se le ninguneó”, subrayó. Se refirió al momento en que renunció como embajador de México en 1968, después de que el Gobierno mexicano encabezado por Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) ordenara una sangrienta represión contra una manifestación estudiantil que dejó, como saldo, al menos 44 muertos según documentos desclasificados del Departamento de Estado.
“Nosotros queríamos que fundara un partido político, que se volviera en nuestro caudillo”, evocó Krauze. “Pero él hizo algo mucho más sabio: fundó una revista. La revista Plural. Y desde ahí hizo algo muy controvertido: comenzó a criticar a la URSS, al socialismo totalitario. Todas las personas que conozco, todas menos seis, todas de prestigio y de autoridad, que le criticaron con dureza en los años setenta y ochenta, todas, todas ellas, terminaron adoptando las ideas de Paz una vez caído el muro de Berlín. El mismísimo Carlos Monsiváis le dijo: ‘Bueno. Tenías razón’”.
Krauze también dejó claro que Paz “siempre votó socialista” y que le horrorizaba el American Way of Life. Que, “a diferencia de Mario Vargas Llosa”, era un liberal en las ideas sociales (libertades en ideas y políticas), pero que fue siempre un crítico contra el capitalismo salvaje. Pese a que los críticos de Paz subrayan que su cercanía con los Gobiernos priistas al final de sus días, que aplicaron en México feroces políticas económicas neoliberales, mancha su figura. El historiador, colaborador de Paz desde los años setenta, quizá una de las personas que mejor lo han conocido, respondió: “Decir que Octavio Paz era un hombre de derechas es una barbaridad. […] Él lo que quería era un diálogo con la izquierda, lo pidió siempre y se murió pidiéndolo. Y se le ninguneó”.
La voz grave del historiador y ensayista bajó un poco de tono ante un auditorio en silencio. “La vida nunca es un libreto perfecto. De pronto, Paz sufrió el incendio parcial de su biblioteca. Fue un golpe del que no se levantó. Y después descubrió que tenía un cáncer, que era doloroso y que era incurable”. Y entonces recordó la última vez que se reunió con Paz. Lo vio en Coyoacán, donde vivía, un barrio colonial hacia el sur de la Ciudad de México. El historiador describió la imagen de Paz “como un león, apretando los dientes y preocupado, como siempre lo estaba, por México”.
El ambiente político de entonces, a finales de los noventa, avisaba que los vientos iban a cambiar. El Congreso lo controlaba una inaudita coalición entre el PAN (conservador) y el PRD (izquierdas), cuyo único objetivo era formar un bloque por primera vez, en décadas, de oposición. Faltaban apenas unos años para que el PRI por primera vez perdiera una elección presidencial en más de 70 años. Pero Paz, recordó Krauze, estaba preocupado. Paz recordaba que él había nacido en medio de la sangrienta revolución mexicana, un conflicto tan sangriento que se cobró en 10 años al 10% del total de la población del país, y miraba con la atención de quien ha visto lo suficiente como para no deslumbrarse con facilidad todos esos cambios. Desconfiaba que México tuviera una transición democrática que se cobrara sin sangre. “Se preguntaba entonces, lo recuerdo. ¿Qué va a pasar? ¿Qué va a pasar?”. En los últimos ocho años, al menos 80.000 mexicanos han muerto y otros 30.000 están desaparecidos.