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Kundera y Marías toman café

Que están juntos es seguro porque comparten sangre. La azul literaria del Reino de Redonda

Cuando el 'rey' Javier Marías nombró duque a Milan Kundera

 

Se ha ido Milan Kundera y seguro que ya está sentado en algún nuevo Café de flores sin turistas –así debe ser el limbo de los que mueren sin Nobel cuando lo merecen– con Javier Marías. Que están juntos es seguro porque comparten sangre. La azul literaria del Reino de Redonda. El Rey Javier I y su corte nombraron en 2010 a Kundera duque de Amarcord. Los títulos serán ficticios pero la nobleza literaria no se discute.

También habrá más autores que te cambien la forma de leer, de entender los libros y un poco la vida la primera vez que te cruzas con sus páginas además de ellos dos, pero ahora mismo, tan recién lo de Kundera, no se me ocurren.

La pena por el autor muerto puede sonar a plañidera alquilada exagerando la tristeza. ¿Qué te duele a ti, lector, que sigues con tu vida? ¿Que no vaya a publicar más? Esa es sólo una parte. No es un vacío físico, es conceptual: a partir de ahora, Kundera, como Marías, ya nunca más nos contará cómo somos.

Los dos escritores bucearon en las profundidades del alma, de la nuestra a la de sus personajes. Kundera nos explicó el mundo desde la incomprensión –hasta en la broma–, desde el aislamiento. Por eso consideraba tan valiosa cualquier pequeña conexión. La más pura, dejó dicho, la amistad. Marías extraía mercancía preciosa en cada adentramiento en ese gesto nimio, sencillo, de sus personajes. Los dos nos descifraron de arriba a abajo desde el simbolismo de un detalle –un sombrero, un mechero– creando imágenes literarias inmortales. Fueron dos espeleólogos de las conexiones humanas. Kundera estrujó las esencias de lo político hasta dar con sus toques más amargos. Los dos lo hicieron con el amor, hurgando en cada hueco de ésta compleja, inmensa y oscura cueva. Poniéndole luz nos enseñaron las sombras. Fueron de la seducción a la pasión, tantas veces obsesiva. Mostraron el tedio, la locura, la conveniencia. Pero sobre todo, el vacío. Ambos crearon personajes femeninos hipnóticos. Con sus aristas, pero a la vez enigmáticos y fuertes. Teresa y Sabina de ‘La insoportable levedad del ser’ se quedan a vivir en toda casa kunderista igual que Berta Isla es una más de la familia cuando empiezas a conocerla. Del español podemos seguir con María, de ‘Los Enamoramientos’, y con las mujeres de ‘Corazón tan blanco’. Y de Kundera, Irene, protagonista en ‘La ignorancia’. La emigrante checa que vuelve a un hogar que ya no existe. Otra vez la incomprensión. En Irene está todo Kundera. El libro habla de la emigración y sus vacíos. Pero no sólo de un país sino de todo el viaje de la vida. Creemos que pertenecemos a algo, o alguien, pero no. Ésa es la hondura de la libertad, qué vértigo, pero de ahí nace la verdadera responsabilidad, la insoportable levedad. La que nos hace tan manipulables. Gracias por advertirnos tan bonito, maestros. Los cafés corren de nuestra cuenta, qué menos.

 

 

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