L.A. Confidential, 25 años de una historia abrasiva, turbia e hipnótica
Curtis Hanson traslada al celuloide el hálito de tragedia de la novela de James Ellroy. La película contiene corrupción política y policial, asesinatos truculentos, racismo rampante, prostitución, tráfico de drogas y otros primores de alcantarilla. Logra entrar en el corazón oscuro de la verdad. Una película redonda.
Nada permitía preludiar que Curtis Hanson pudiera completar una película tan inspirada como L. A. Confidential. Y nada en su filmografía posterior raya ni de lejos a su altura, ni siquiera aupándolo al taburete de la condescendencia.
Hanson, que había alcanzado el éxito unos pocos años antes con una intriga de factura cuasitelevisiva, La mano que mece la cuna (1994), nos brindaba en 1997 esta turbadora obra maestra, tal vez el homenaje más cuajado que se rendía al cine negro clásico desde Chinatown, de Roman Polanski. ¿Y cómo se explica que un director aplicado, pero más bien huérfano de verdadero genio, se descuelgue de repente con una obra de esta magnitud? Hay que remontarse a los orígenes; y en los orígenes está James Ellroy, el perro rabioso de la literatura americana.
L. A. Confidential es la tercera novela de la tetralogía que consagraría a Ellroy, dedicada a recrear los ambientes criminales de Los Ángeles, allá por la década de los cincuenta. Corrupción política y policial, asesinatos truculentos, racismo rampante, prostitución y pornografía clandestina, tráfico de drogas y otros primores de alcantarilla concitados en quinientas páginas que no dan tregua al lector, en volandas de una escritura compulsiva, gélida y abrasiva a un tiempo, embetunada de sordideces impronunciables y siempre adictiva, increíblemente adictiva. La escritura descarnada y electrizante de Ellroy –mitad testimonio clínico, mitad descargo de conciencia– fue, inevitablemente, edulcorada (o siquiera rebajada en su graduación) en esta adaptación cinematográfica, que evita algunas escabrosidades del original, barniza con una pátina de glamour sus ambientes purulentos y atempera su pesimismo furioso. Pero, así y todo, Hanson logró trasladar al celuloide ese hálito de tragedia irremediable que recorre la obra de Ellroy, como un escalofrío de mercurio en mitad de la noche.
El otro ingrediente que convierte L. A. Confidential en una obra maestra es el elenco de actores reclutado para la ocasión, con Guy Pearce y Russell Crowe al frente, dispuestos ambos a comerse el mundo. Guy Pearce interpreta a Ed Exley, un policía sediento de gloria que desea emular las hazañas de su difunto padre y ascender rápido; Russell Crowe a Bud White, un amasijo de músculos y traumas infantiles, ansioso de vengar la muerte de su madre, víctima de una paliza conyugal, en la jeta de cualquier putero que se tropiece en el camino. Ambos están grandiosos en sus respectivos papeles; y juntos forman una rara química que ensancha las costuras del tópico noir del poli malo y el poli bueno. A su lado hallamos a Kim Basinger, que interpreta a la prostituta de lujo Lynn Bracken, brindándonos –cuando ya era cuarentona corrida— el personaje más cautivador de su carrera, lleno de misterio y aflicción, de ternura y oprobio (tal vez el personaje que la justicia divina le tenía reservado, para resarcirse de las películas más bien pachangueras que la consagraron como sex-symbol en los ochenta).
Russell Crowe y Guy Pearce forman una rara química que ensancha las costuras del tópico ‘noir’ del poli malo y el poli bueno
Y no podemos olvidarnos de Kevin Spacey, que aquí incorpora con ironía insuperable a Jack Vincennes, un poli cínico y cantamañanas que aprovecha su historial de éxitos pretéritos para forrarse como asesor de una pestilente serie televisiva; tampoco, por cierto, del leñoso James Cromwell, que aquí borda un villano solapado y sinuoso: ambos coincidirán en la que probablemente sea la mejor secuencia de la película, la muerte de Vincennes, que por cierto no figura en la novela de Ellroy. Cuando el agonizante Vincennes pronuncia el nombre de Rollo Tomasi, de importancia crucial en el desenlace, el espectador siente algo así como mariposas (o más bien polillas) en el estómago.
La trama de L. A. Confidential tiene una estructura cautivadora. Al principio, son varios los hilos argumentales que se desarrollan en paralelo, de forma aparentemente inconexa. Poco a poco, la madeja de pruebas manipuladas, mentiras inextricables y pistas falsas se va desenredando; y varios giros del guion actúan a modo de maniobra envolvente sobre el espectador, que se adentra con los protagonistas en un laberinto de revelaciones pavorosas y que, como ellos mismos, necesita saber más, hasta penetrar en el corazón oscuro de la verdad. Hanson combina hábilmente todos los elementos de una intriga que jamás desfallece; y la creciente dimensión del aquelarre criminal encuentra su válvula de escape en secuencias de una violencia inopinada y su remanso en el idilio entre Bud White y la prostituta Lynn, de una fisicidad áspera que no necesita enseñar ni media teta para conmovernos.
Una película, en fin, redonda, de un estilo tal vez menos abrasivo que el de Ellroy, pero de su misma turbiedad hipnótica.