La agonía del socialismo europeo abre la puerta a las fuerzas antisistema
Operarios retiran una valla electoral del candidato socialdemocráta en las elecciones alemanas, Martin Schulz
Huérfanos de ideas y programa, los partidos socialdemócratas no hallan el camino para no ser relegados por los populismos de izquierda
Las elecciones alemanas acaban de lanzar una peligrosa señal de alarma para los partidos socialistas europeos. El SPD, la nave nodriza de la socialdemocracia continental, se hunde en la oposición después de haber recogido el peor resultado de su historia. Y ello sucede después de que en Francia el PS, guardián de la ortodoxia, haya desaparecido del mapa en las presidenciales de esta primavera.
La tendencia no es nueva, pero en los últimos meses se constata una aceleración del deterioro de la posición de los principales partidos socialdemócratas. Hasta 2009 en el Parlamento Europeo el socialismo se mantenía como fuerza claramente hegemónica en la izquierda.
Desde las elecciones europeas de 2014, aunque obtuvo una ganancia de seis diputados (pasó de 184 a 190, aún por debajo de los 200 que llegó a tener en 2004) se enfrenta a una seria competencia de los grupos populistas más a la izquierda que han florecido en muchos países, sobre todo al sur del continente, y que amenazan con relegar a los partidos tradicionales del centro izquierda a posiciones políticamente irrelevantes.
El SPD alemán llegó a ser la médula de la Internacional socialista y ha contemplado su cuarta y más dura derrota, pese a haber presentado un candidato de la talla del expresidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz. Prácticamente se ven abocados a la idea de una refundación para sobreponerse a la situación. Sobre todo porque en otros países el viento tampoco es favorable.
Las próximas elecciones legislativas, que probablemente serán convocadas en primavera, serán en Italia, donde se espera que la actual mayoría del partido Demócrata de Matteo Renzi -el más «centrista» de la familia de la socialdemocracia europea- pueda ser derrotado por los populistas euroescépticos del Movimiento Cinco Estrellas.
La esperanza Corbyn
La gran esperanza sería una crisis de la mayoría conservadora en Gran Bretaña para poner a prueba otra vez las posibilidades del líder laborista Jeremy Corbyn. Sin contar con que de todos modos la salida del Reino Unido de la UE dejará aún más debilitados a los socialdemócratas en el Parlamento Europeo, si se produjese el triunfo de una candidatura tan radical solo podría tener como consecuencia una agudización del debate en los partidos tradicionales.
Es razonable que muchos ciudadanos se pregunten si hay un futuro posible para la izquierda tradicional europea, que hace ya mucho tiempo que se quedó huérfana de utopía. Hay muchas causas que explican esa decadencia. La primera es que la globalización ha pasado por encima de ese mundo de contrapesos y certezas en la economía y el mundo laboral que los socialdemócratas contribuyeron a construir en el pasado.
Como dice el profesor de Ciencia Política en la UAM, Ángel Rivero, «su momento ha pasado y su mensaje apenas se distingue de otros partidos». En lugar de intentar adaptarse a lo inevitable, casi todos los partidos socialdemócratas han mantenido el mismo discurso que hace tres décadas, a pesar de que en un mundo globalizado y abierto ya no es sostenible. Y debido a ello, los electores hayan abandonado esas viejas siglas por las más radicales del populismo demagógico, en unos países en la extrema izquierda y en otros en la extrema derecha.
También es sintomático que, después de una crisis financiera tan terrible como la que se inició en 2008, los votantes hayan optado por abandonar a los partidos de la izquierda tradicional, en contra de lo que había sucedido desde el fin de la última guerra mundial. Los «beneficios políticos» de la crisis han recaído sobre partidos extremistas demagógicos y antisistema, de extrema derecha o extrema izquierda.
En el caso de Grecia, algunos socialistas europeos están intentando atraer a Syriza a su familia política, pero otros temen que ello sirva para radicalizar a sus bases y no al revés. Se puede pensar que los europeos nos dirigimos hacia un panorama en el que no habrá más que dos opciones: los que quieren salvar responsablemente el modelo democrático y liberal y aquellos que quieren destruirlo, aunque no sepan con qué lo podrán reemplazar.
En busca de su espacio
Para el polemista Guy Sorman, esa es precisamente la clave de la destrucción de la sociademocracia: «¿Qué queda de los socialistas después de que hayan renunciado a reemplazar el capitalismo por una economía planificada y estatalizada? Pues hacer que reine la justicia y la igualdad a través de la educación y de la redistribución de la riqueza. Pero eso ya lo hace también la derecha. Y si no quiere destruir el capitalismo, ya solo le queda atacar a la moral burguesa y la ética judeo-cristiana. Ser de izquierda es estar en contra de todo eso», afirmaba en 2014, mucho antes de la debacle del socialismo francés, que durante el mandato de François Hollande apenas consiguió cosas como implantar el matrimonio homosexual.
¿Eso es suficiente para atraer a las corrientes sociales que no se encuentran cómodas en un mundo que está cambiando y que va hacia espacios que nadie ha sido capaz de definir todavía? Es evidente que la utopía socialista ha dejado de ser atractiva en un mundo occidental que, paradójicamente, está conociendo uno de los periodos más largos de paz y, en términos históricos, de progreso. Tal vez ha sido esa ambición socialdemócrata de destruir las bases de la ética social tradicional lo que ha acabado por abrir las barreras a los grupos antisistema.