La Alejandría que diseñó Alejandro Magno
La capital egipcia tomó el testigo de Atenas y se convirtió en la gran metrópolis de Occidente hasta que Roma le arrebató el puesto
Hay muchas Alejandrías fundadas por Alejandro Magno a lo largo del itinerario de sus campañas (Alejandría de Aria, Alejandría de Aracosia, Alejandría Bucéfala…). Pero ninguna como Alejandría la Grande. La llamada “Perla del Mediterráneo” fue la urbe griega más importante de Egipto y una de las más fascinantes de la Antigüedad.
Como capital del imperio de los Ptolomeos, se convirtió en la gran metrópoli cultural y comercial del Mediterráneo de finales del siglo IV al I a. C. Tomando el testigo de Atenas, se alzó como centro del conocimiento y foco de expansión de la cultura griega. Su historia, sin embargo, comenzó con el sueño de un solo hombre.
La fundación
Dos acontecimientos definieron la conquista de Egipto por Alejandro Magno: su legitimación simbólica, con la consulta al oráculo de Amón en Siwa, y la fundación de Alejandría. De camino al oasis de Siwa, Alejandro decide la creación de una urbe que constituyera la encrucijada entre Oriente y Occidente. Así, a su regreso en abril de 331 a. C., tiene lugar la ceremonia de fundación del primer gran emplazamiento que llevaría su nombre.
Alejandro debió de reconocer el lugar, pues Homero había situado en él uno de los episodios de la ‘Odisea’
Su posición geográfica y simbólica primó en la elección del lugar. La ciudad nacería con una vocación impuesta de gran puerto marítimo y comercial abierto al Mediterráneo. No existía ninguna otra ciudad en Egipto que pudiera ejercer esta función, pues todos los grandes centros urbanos de época faraónica estaban ubicados tradicionalmente a orillas del Nilo.
Alejandro escogió un pequeño puerto de pescadores llamado Rakotis, situado en la desembocadura de Canopo (hoy Abukir), al oeste del delta. Este terreno constituía una amplia y fértil franja limitada al sur por el lago Mareotis. Frente a la costa se encontraba la pequeña isla de Faro.
Alejandro debió de reconocer este lugar, pues Homero, uno de los principales referentes de la cultura griega, había situado en él uno de los episodios de la Odisea. La privilegiada cercanía de la isla permitiría construir una plataforma de unión con el continente, con lo que se creaban así dos excelentes puertos naturales.
La ciudad fue concebida como una verdadera polis griega, en un ambicioso proyecto urbanístico diseñado por el propio Alejandro y hecho realidad por el arquitecto griego Dinócrates de Rodas. Cleómenes fue el encargado de su supervisión.
La planificación comenzó encerrando la ciudad tras unas fuertes murallas defensivas. Las calles, más amplias que las tradicionales griegas, seguían un trazado ortogonal, formando cuadrículas rectangulares, dispuestas de tal manera que el viento del norte refrescara la ciudad en la calurosa estación estival.
Sin embargo, apartada de los brazos del delta, la falta de agua dulce obligó a la construcción de un canal de abastecimiento que enlazaba con el Nilo. Este sistema se completaba en la ciudad con un complejo entramado de cisternas que aseguraba el suministro de agua potable a cada casa. La red se mantuvo hasta época otomana; hoy solo se conservan algunas de las centenas de cisternas que existieron.
Alejandro saldría de Egipto en mayo de 331 a. C. para reprimir una rebelión en Samaria y proseguir sus campañas en tierra persa. No volvería a pisar suelo egipcio ni vería su sueño hecho realidad. A diferencia de otras ciudades fundadas por el macedonio, Alejandría sobrevivió a su fundador para brillar con luz propia bajo los nuevos soberanos de Egipto.
La Alejandría ptolemaica
Desde que Ptolomeo I, que había sido general del Magno, se hiciese con la satrapía egipcia, su recién inaugurada dinastía lágida se legitimó presentándose como heredera del conquistador macedonio. Suplía así la carencia de elementos de tradición.
Los Ptolomeos centraron su interés en Alejandría porque ella encarnaba el espíritu y la memoria de Alejandro. La ciudad y su fundador iban a ser asociados indivisiblemente. Parece que esa fue la intención de Ptolomeo I al hacer enterrar a Alejandro en la ciudad que este creó.
Consiguió “desviar” su cadáver durante la procesión fúnebre que marchaba camino a Macedonia y llevarlo a Menfis, desde donde fue finalmente trasladado a Alejandría. Allí, el cuerpo de Alejandro reposaría en un sarcófago de oro, reemplazado después por uno de cristal. Según algunas fuentes, fue colocado en el interior del propio Palacio Real. De esta manera, el rey macedonio quedaba definitivamente ligado a la nueva casa real.
Los Ptolomeos impusieron, además, un culto a Alejandro, culto que se extenderá a los miembros de la dinastía lágida. En todo caso, el traslado del cuerpo del fundador fallecido suponía, de forma explícita y simbólica, el traslado de la capital del reino de la milenaria Menfis a Alejandría.
En la actualidad no existe ningún indicio arqueológico que revele la localización original de la tumba de Alejandro, si bien las fuentes escritas la sitúan cerca del mausoleo de los soberanos lágidas, conocido con el nombre de Sema. Sin embargo, la ubicación en el interior del complejo palacial parece ser la más probable.
Una urbe cosmopolita
Alejandría se convirtió en el crisol del mundo helenístico. El historiador griego Diodoro Sículo la describe en el siglo I a. C. como la primera ciudad del mundo civilizado, a la cabeza en elegancia, riqueza y lujo. La residencia real, un gran complejo ampliado en los sucesivos reinados, albergaba también el museo y la biblioteca. El palacio fue también escenario de escándalos familiares, además de frecuentes asesinatos de reyes y príncipes, que caracterizaron a la dinastía lágida.
Su primacía la convirtió en una gran urbe multicultural. Alejandría era una ciudad creada para ser vivida y disfrutada por sus ciudadanos. La planificación urbanística se basó en las necesidades de sus habitantes. Contaba con un gran número de espacios públicos (ágora, hipódromo, estadio, gimnasio…), embellecidos en cada reinado. Crecía tan rápido que la actividad constructora era frenética, superponiendo un edificio a otro.
En época de Cleopatra VII era la ciudad más populosa de todo el Mediterráneo, rivalizando con Roma. La población se agrupaba en cinco barrios que llevaban por nombre las cinco primeras letras del abecedario griego.
Su carácter cosmopolita la hacía distinta a las poblaciones del resto de Egipto. Se dividía en tres grandes grupos: el núcleo dominante de colonos greco-macedonios, únicos valedores del derecho a la ciudadanía; los egipcios nativos, que ocupaban el barrio ubicado en el antiguo enclave de Rakotis; y un gran número de extranjeros venidos de todo el Mediterráneo oriental (Persia, Siria…), de entre los que destacaba la comunidad judía, que ocupaba su propio barrio.
La plebe alejandrina protagonizó algunos de los episodios más sangrientos de la historia de la ciudad
Mercenarios, comerciantes, intelectuales… formaban una población heterogénea que mantuvo sus propias costumbres y cultos. Los repetidos abusos de poder de los gobernantes de la ciudad y el choque entre etnias dieron pie a numerosos conflictos sociales. La plebe alejandrina, mayoritariamente formada por el elemento nativo, se distinguió por su carácter insurrecto, protagonizando algunos de los episodios más sangrientos de la historia de la ciudad.
Sede del prestigio griego
Alejandría se convirtió en el principal foco de la cultura griega a la sombra de su museo y su biblioteca. Ambas instituciones tenían, además de una finalidad académica, un significado político de gran relevancia. Ellas encarnaban magistralmente la ideología y la política de los primeros lágidas.
La ampliación de los fondos de la biblioteca de Alejandría se convirtió en un fin en sí mismo, y en esta actitud se percibe la ambición imperialista de los Ptolomeos. Ante tal volumen de entradas, la biblioteca se vio desbordada muy pronto. Se hizo necesario construir otro edificio, que se convertiría con el tiempo en una institución independiente.
La actividad del museo y la biblioteca hizo de Alejandría un centro de creación y de expansión de la herencia griega. Este “helenismo”, a través de la cultura y la educación, sería el referente y el elemento de unión para una sociedad tan heterogénea como la alejandrina. Se suplía así el vacío de una tradición común. No obstante, esta identidad cultural pasaba por una actitud más bien excluyente hacia lo no griego, es decir, hacia lo propiamente egipcio.
Gran puerto del Mediterráneo
La principal ventaja de la ubicación de Alejandría era su potencial comercial. Probablemente esta finalidad fue la que los griegos residentes en Egipto desde generaciones anteriores reclamaron a Alejandro para la fundación de la ciudad.
Dinócrates se inspiró en el puerto de Siracusa para crear el Heptastadio, un dique artificial de 1.155 m de longitud que unía la isla de Faro con el litoral. Hoy, colmatado de tierra, forma el istmo de Mansheya. Con ello se creaban dos amplias entradas que aseguraban el acceso a la urbe en todas las épocas del año, sin depender de la dirección de los vientos.
El puerto occidental, conocido como puerto de Eunosto, o del Feliz Regreso, fue utilizado como entrada comercial. El puerto oriental acogía al Gran Puerto, donde se albergaba también a la flota real. El gran faro levantado en el extremo oriental de la isla a la que debe su nombre daba la bienvenida a los visitantes. Su presencia hacía más segura la llegada de las naves a una costa inhóspita azotada por vientos traicioneros.
Una vez que se aseguraba el suministro para la ciudad, el puerto de Alejandría monopolizaba la exportación de los productos de Egipto. Al comercio del grano se añadía uno de lujo destinado a las élites del mundo helenístico: objetos realizados en lino o vidrio y productos exóticos. Procedentes de las rutas comerciales del corazón de África, especias, oro, plata o marfil entraban a la ciudad mayoritariamente por su tercer puerto, localizado en el lago Mareotis.
Alejandría controlaba también las mercancías originarias de Arabia e India que llegaban a través de los puertos egipcios de la costa del mar Rojo. Los enormes graneros y depósitos públicos reflejan la intensa actividad comercial de la ciudad. Alejandría se presentó también como centro industrial. Destacaba la existencia de talleres de fabricación de papiro y el excelente trabajo del vidrio, así como la elaboración de perfumes y compuestos asociados a la medicina y las prácticas funerarias.
La afamada flota real tenía su base en la capital, que contaba además con unos importantes astilleros. Frente a una escasa tradición naval durante la época faraónica, la dinastía lágida hizo de Egipto una potencia.
La ciudad de los lágidas retuvo su poderío hasta que el ascenso de Roma fue imparable. Con la derrota de Cleopatra ante Octavio, la Alejandría de Egipto cambiaba de dueños. Su museo, su biblioteca y sus templos seguirían brillando al lado de Roma, convertida ahora en el centro del mundo. Alejandría se iría apagando a medida que su emblemático faro iba derrumbándose. Su lento declive se precipitará definitivamente cuando El Cairo sea designada nueva capital en el Egipto otomano.
Este artículo se publicó en el número 448 de la revista Historia y Vida.