La amargura de las nuevas comedias
En Catastrophe la protagonista se queda embarazada por accidente al mismo tiempo en que le encuentran un posible tumor. El método Kominsky comienza mostrando los últimos días de una paciente terminal de cáncer, y enseguida, la próstata de Michael Douglas se convierte en protagonista de la serie. Y en los primeros instantes de los capítulos piloto de Muñeca rusa y de The Good Place mueren sus protagonistas. Que descansen en paz.
Aunque parezca mentira, no son dramas: son comedias bastante tristes. Incluso las de humor más o menos blanco se están nutriendo últimamente de enfermedad y de muerte, además de los tradicionales divorcios y adicciones a sustancias diversas. Ácido, amargo, agridulce: el humor de estos años es menos dado a la carcajada que a la sonrisa o a la mueca o incluso al ceño fruncido. En vez de reír, a menudo lo que piensas es “Malditos bastardos”.
Es posible conocer a la persona perfecta y enamorarse locamente de ella, dice el padre divorciado y cómico profesional Louis C. K. en uno de sus monólogos: “Y envejecerán juntos, y tendrán hijos, y luego ella se morirá”. El amor ya no tiene final feliz y las risas enlatadas han dejado su lugar a los silencios incómodos del humor negro, encarnados a menudo en un protagonista que está terriblemente solo.
Hemos pasado de las comunidades familiares o de amigos de Seinfeld, Friends, Cheers o Big Bang Theory a las desquiciadas estructuras emocionales de Modern Family o de Veep y a las soledades abismales de Nurse Jackie, Louis C. K. o Transparent. En el fondo de eso habló Lena Dunham en Girls: de la desestructuración de las comunidades juveniles, de la invalidez del protagonista colectivo para la nueva comedia. Por eso una de las amigas se pasa una temporada entera en Japón.
Muchos de los episodios de Black Monday terminan con un retrato despiadado del aislamiento de Maurice Monroe, esa mezcla imposible entre el Lobo de Wall Street y el Príncipe de Bel-Air, pero sin amigos y sin familia. Es decir: sin amistad y sin amor. La brillante serie de Jordan Cahan y David Caspe sobre cómo un grupo de criminales con aspecto de brokers cocainómanos desplomaron y desplumaron la Bolsa, con su aspecto ochentero desde los títulos de crédito y con sus cuidadísimos guiones, insiste en desnudar a los compañeros de trabajo de Monroe. Aunque ellos sí tengan novia o novio o hijos, están igualmente aislados en lo más profundo de sí mismos (es decir: de sus máscaras).
Pese a que Hannah Horvath quiera ser escritora, Adam Sackler es actor. De hecho, en la temporada final de Girls se rueda, en clave metaficcional, la relación amorosa entre ambos y la traición de su mejor amiga. También los protagonistas de otras dos comedias importantes de los últimos años, Better Things y Master of None, son actores. Y las chicas de Glow entrenan y ensayan para la representación de un espectáculo de lucha libre. Y Sandy Kominsky es profesor de actuación.
También La maravillosa señora Maisel (quien se divorcia en el capítulo piloto y durante la segunda temporada digiere lentamente y en secreto su necesaria soledad) es una monologuista que aprende a dominar el escenario al mismo tiempo que a domesticar su genio natural en guiones improvisados pero cada vez más perfectos. Todas esos actores y actrices, de un modo u otro, actualizan el viejo tópico del gran teatro del mundo e insisten en que el cómico está condenado al monólogo: esa es su tragedia.
La tendencia se ha vuelto global, como demuestra la serie española Mira lo que has hecho. Aunque su foco sea la paternidad como experiencia tragicómica y la crisis de los 40, el personaje protagonista de la serie y del proyecto que está grabando en ella se llama Berto Romero, como el actor real, de modo que ambos están embarcados en proyectos paralelos que ignoran los límites entre la ficción y la supuesta realidad.
Eso no solo permite explorar la fama, sino también hacer que la máscara se enfrente tanto a los escenarios domésticos, supuestamente auténticos, como a sus representaciones de mentira. Las transiciones entre el padre y el actor, entre la felicidad tan tensa y la felicidad tan falsa, entre la vida teatral y la comedia pirandelliana provoca los mejores momentos de Mira lo que has hecho. Berto a solas, abismado, entre dos mundos. Momentos, está de más señalarlo, extrañamente tristes.
Como dice Miguel Espigado en Reír por no llorar. Identidad y sátira en el fin del milenio, los discursos cómicos del siglo XXI cambian las lágrimas por la risa, pero también nos arrojan “un dolor diferente, más cognitivo, menos emocional: el de reconocer la ausencia de sentido”.
Al hacerlo en la distancia de la pantalla nos sentimos a salvo, al menos durante lo que dura la carcajada, o la sonrisa, o la mueca, o ese gesto que —malditos bastardos— nos saca de nuestra zona de confort porque no lo sabemos identificar.