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La amenaza del nacionalismo

Las elecciones vascas de mañana arrojarán un resultado histórico para Bildu. Este ascenso habría sido imposible sin la normalización que el PSOE ha hecho de los de Otegi

Seis claves para entender la disolución de ETA

 

 

Todos los sondeos proyectan para las elecciones vascas un resultado insólitamente favorable para los intereses del nacionalismo. Desafortunadamente. La suma de los escaños de PNV y Bildu, a falta de concretar quién quedará primero, dibujan una coyuntura insólita marcada por el retroceso del bloque constitucionalista, una mengua que previsiblemente se agravará por el mal resultado del Partido Socialista de Euskadi que, en puridad, ha dejado de responder a los rasgos que lo convirtieron en uno de los pilares del pacto del 78 en el País Vasco. La nueva circunstancia desafía también la hegemonía del PNV, que ve cómo su dominio incontestado durante décadas se encuentra ya equiparado en importancia e influencia con los de Otegi. Sean o no la fuerza más votada, la izquierda aberzale estrenará en el nuevo ciclo político vasco un protagonismo que acabará marcando el futuro inmediato.

La campaña comenzó aletargada, pero la persistente incapacidad que ha demostrado Pello Otxandiano para reconocer a ETA como una banda terrorista hizo que repuntara el interés de estas elecciones. En el fondo no ha existido novedad alguna, ya que en Bildu nunca han disimulado su complicidad con la herencia violenta, administrando condenas y declaraciones lastradas por fórmulas ambiguas y condicionales. El historial de Sortu, fuerza rectora de la coalición aberzale, es macabramente elocuente y las palabras del candidato a lendakari sólo han servido para que el PSOE finja durante una semana haber recuperado la sensibilidad moral que tenía antes de Pedro Sánchez. La indignación impostada de los socialistas resulta inverosímil, pues son ellos quienes sostienen a Bildu en el Ayuntamiento de Pamplona y es con ellos con quienes se decidió pactar y modificar la ley de la Memoria Democrática, prolongándola hasta el año 1983.

La inverosímil dramaturgia de los socialistas ha servido, al menos, para dimensionar los excesos antidemocráticos de una formación como Bildu que, en demasiadas ocasiones, no encuentra en la izquierda reprobación alguna y sí una validación constante. Si no fuera por la persistente legitimación del Gobierno de coalición, sería mucho más difícil encajar la imagen de normalidad que mañana catapultará a la formación radical a unos resultados históricos. Sin la unión leal de todos los demócratas, los herederos del terror encontrarán un camino expedito para seguir implantando un marco excluyente y desleal con la injusticia histórica que supusieron tantas décadas de terrorismo.

La violencia etarra, así como otras formas de hostilidad de desigual intensidad, convirtieron al País Vasco en una excepción dentro del territorio europeo. Casi 200.000 personas han tenido que abandonar su tierra y el exilio forzoso de quienes se enfrentaron al credo obligatorio nacionalista ha transformado, sin duda, la sociología del lugar. El Parlamento vasco, muy previsiblemente, contará a partir del domingo con una nueva mayoría nacionalista preparada para desafiar nuestro marco de convivencia y el imperio de la ley. Afortunadamente, y al igual que ocurriera con el ‘procés’, España y Europa cuentan con los recursos democráticos e institucionales suficientes para proteger nuestro Estado de derecho y a buen seguro el orden legal y constitucional prevalecerán. Esta condición robusta y eficaz del derecho y los acuerdos civiles no impide que debamos condenar la normalización de aquellos que creyeron que era legítimo exterminar físicamente a quienes no pensaban como ellos. La banda terrorista ya no existe, pero sus causas siguen perfectamente vivas. Que esa violencia jamás sea rentable es una misión prioritaria e imperativa para todos los demócratas.

 

 

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