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La antorcha del optimismo: una cronista llamada Gabriele Tergit

Breve y acertado recordatorio de la vida y la obra de Gabriele Tergit (1894-1982), no sólo víctima y testigo del horror de la gran guerra, sino una de sus cronistas más acertadas, dueña de un estilo satírico, vigoroso, conciso y claro, adquirido a lo largo de años como reportera judicial. También escribió las novelas ‘Effingers’ y ‘Käsebier’ conquista la ‘Ku’damm’.

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Gabriele Tergit fue una magnífica escritora berlinesa de los años veinte. Reconocida por sus novelas y particularmente famosa por sus crónicas judiciales, su literatura es un asombroso registro de los años de entreguerra. Su biografía está signada por el exilio, la huida de Berlín con su familia, la vida clandestina a salto de mata en decenas de mudanzas y el retorno a la Alemania de postguerra con una novela bajo el brazo: Los Effingers, un manuscrito que se fue escribiendo en el destierro: Checoslovaquia, Palestina, Inglaterra. Pero entonces nadie quiso publicarla. La saga de una familia judía a través de tres generaciones no era un tema bienvenido en 1948. Se necesitaron casi setenta años para recuperar esa voz, y celebrarla, abriéndole las puertas al canon. Menos mal para los lectores. Porque no sólo se rescata una escritora del olvido sino una forma de contar el mundo, signada por la originalidad, el humor y la aguda mirada sobre sus contemporáneos. Aunque Gabriele Tergit ya no esté aquí para disfrutar este renacimiento, pues murió en 1982.

Nacida en 1894 en Berlín en el seno de una familia judía acomodada, Tergit estudió historia, sociología y filosofía en la Escuela Social Femenina, algo desacostumbrado para una joven de su rango. Y se hizo periodista. A los veintiún años publicó su primer artículo en un periódico. En 1924, el Berliner Tagesblatt le ofreció un contrato estable como periodista, por el cual se comprometía a escribir nueve crónicas judiciales mensuales. Un golpe de suerte. Para Tergit, para sus lectores y para la posteridad, por el impresionante testimonio que significan esas crónicas, literaria e históricamente.

Registrar el derrumbe de un mundo

La reportera judicial Tergit se convirtió en la cronista más exitosa de su tiempo. Textos cortos, de no más de una página o dos, algunos incluso de media cuartilla, con una prosa ágil, su dominio del suspenso y los silencios que seducen. Su literatura de vanguardia, sólida y ligera a la vez, la coloca entre las mejores representantes del género.

Sus crónicas muestran una sociedad en decadencia, el abismo entre las clases, el paulatino deterioro de las condiciones de vida, las pequeñas revanchas, los gérmenes del odio. Peleas de vecinos, mujeres desairadas, hombres engañados. Historias de bígamos y abortos, donde el ciudadano común es protagonista, con sus miedos, sus deseos, pretensiones, resentimientos y rencores. Y una justicia empeñada en cumplir la ley al pie de la letra, pero que no siempre es justa.

Tergit escribió sobre los más diversos juicios. Nada de lo cotidiano deja de sorprenderla, su mirada está allí donde otros expresan el sobreentendido. No toma partido en sus descripciones, antes bien, se sabe qué le interesa en los casos que elige para comentar, para ilustrar, para revelar en esa ciudad de Berlín acosada por la inflación desmesurada, la pérdida paulatina de las seguridades esenciales, la ciudad de las colas para comprar, de las abismales diferencias, de los rebusques para sobrevivir. La ciudad donde se está gestando el monstruo que hará tabula rasa de cualquier diferencia, de toda diversidad: el nazismo. Ya en los años treinta sus crónicas hablan de los grupos de choque callejeros, cuando todavía eran tema para la justicia. Y fue la cronista del juicio contra Adolph Hitler y Joseph Goebbels por sus ataques a la prensa en el Tribunal del distrito de Moabit. Por sus crónicas sobre el juicio integró la lista negra de los opositores del régimen. El 5 de marzo de 1933, una gran patada de las SA intentó asaltar la vivienda del matrimonio Tergit pero no pudo romper la puerta protegida con barras de hierro. “Se olía un odio tan grande, que cuando se liberase, iba a llevar al asesinato”, escribió Tergit entonces. Y no se equivocó. Huyó con su hijo y su esposo: veinte direcciones distintas en esa travesía, un contrato de arquitectura en Palestina para su esposo, ella en Praga por un tiempo, hasta que la familia pudo reunirse. Después, el silencio, los años del horror, el exilio en Londres, donde muere a la edad de ochenta y ocho años.

Entre crónica y crónica escribió también novelas. En 1932 publicó Käsebier conquista la Ku’damm, la historia de un cantante de barrio que logra un efímero reconocimiento en el “centro” de la ciudad, fue bestseller. Tergit criticaba allí la fuerza perniciosa y manipuladora de la propaganda. “Unos pocos tienen un gran nombre, pero nadie se da cuenta que no saben nada. Y muchos son muy capaces, sólo que cuando los demás se enteran, ya es demasiado tarde.”

Pero el mundo conocido se estaba terminando. Pocos meses más tarde ella partía al exilio. Años desaparecidos junto con millones de muertos, las vidas no vividas, la amputada juventud. En 1946 escribe: “Antes que comenzáramos a participar nos devoró la devaluación de la moneda. Ese proceso se frenó recién diez años después del inicio de la gran guerra. Diez años perdidos, que nosotros no pudimos vivir. En 1925 conseguimos nuestros primeros puestos, comenzamos a conocer una vida normal. Fueron cinco, espléndidos cinco años. En 1930 se acercaba lentamente el fin. La crisis económica afectó primero a los más desposeídos. Los afortunados todavía se sostenían. Pero pronto tener éxito dejó de ser divertido. Eran tan grande la diferencia entre los hambrientos y los satisfechos. Después llegó la noche sobre Europa. Doce años, doce terribles años. Nadie sobrevivió. Nosotros, los que nos acercábamos al clímax de la vida, que habíamos enaltecido la bondad, fuimos condenados al silencio, tuvimos que golpear piedras. Otra vez estábamos frente al problema ¿cómo ganar suficiente para techo, ropa, zapatos? Cinco años felices en toda una vida. No es mucho. Ahora luchamos para ayudar a un nuevo mundo, a pesar de todos los poderes que desafiamos. Tenemos que sostener la antorcha del optimismo, hasta que los jóvenes estén en condiciones de llevarla adelante.”

Cinco años en toda una vida. Y sin embargo, cuánta belleza el legado de Gabriele Tergit.

 

 

 

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