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La apasionante y desconocida vida del doctor Parkinson

Más de seis millones de personas sufren en el mundo una enfermedad que debe su nombre al científico que primero la describió. Aunque él nunca lo supo. Dedicado a apoyar la sanidad para los más desfavorecidos, ejerció como médico de familia, geólogo, paleontólogo, psiquiatra... pero dejó pocos datos sobre sí mismo.

La apasionante y desconocida vida del doctor Parkinson

En el año 1817, la editorial inglesa Sherwood, Neely and Jones publicó un pequeño folleto, de apenas sesenta páginas, titulado An essay on the shaking palsy (‘Un ensayo sobre la parálisis temblorosa’). Lo firmaba James Parkinson, miembro del Real Colegio de Cirujanos y conocido en la época por sus escritos de divulgación médica y su compromiso con los más desfavorecidos.

 

 

alternative textFósiles parkinson. Varias especies de fósiles y amonitas llevan hoy su nombre. Encontrarlos e identificarlos era su pasión, y a menudo llevaba a su familia con él a excursiones. Su hija Emma incluso coloreó algunos de los diagramas que aparecen en sus libros

El ensayo pasó sin pena ni gloria, el autor falleció unos años después y su nombre habría quedado relegado a una breve reseña en los libros de medicina de no haber sido porque en 1872, casi medio siglo después, cayó en las manos de Jean Martin-Charcot, un neurólogo francés que entendió la importancia de lo que en él se describía. Charcot dio a conocer aquel escrito, se refirió a la enfermedad como ‘la maladie de Parkinson’, y el apelativo hizo fortuna. Hoy, todo el mundo conoce la enfermedad de Parkinson, la segunda patología neurodegenerativa más común, pero pocos saben la sorprendente historia de quien le dio su nombre.

En su biografía El ilustrado señor Parkinson, la geóloga Cherry Lewis nos presenta al cirujano y boticario londinense James Parkinson (1755-1824) como una figura fascinante y polifacética de la Ilustración, «intelectualmente curioso, políticamente activo y socialmente comprometido». Más que en la medicina, Lewis hace hincapié en una de sus grandes pasiones, la geología, que en 1807 lo llevó a ser uno de los miembros fundadores de la Sociedad Geológica de Londres. No es lo único que sorprende en su trayectoria vital: marcado por el espíritu de la Revolución francesa, sus inquietudes políticas hicieron que se involucrase en un complot para asesinar al rey Jorge III.

Compromiso social

Nació y vivió en la ciudad de Hoxton, al este de Londres, y junto con su padre aprendió los rudimentos de la ‘medicina’ de aquel entonces: «A lo largo de una formación de siete años aprendió a fabricar medicinas, diagnosticar dolencias y purgar, sangrar y ampollar a sus pacientes; en su mayoría, de clase media-baja», relata Lewis.

Aquel entorno de pobreza, con la Revolución Industrial como telón de fondo, hizo aflorar su conciencia social. «En una época en que solo los ricos podían permitirse consultar a médicos, James Parkinson trabajó arduamente para que la información básica sobre el cuidado médico estuviera disponible para cualquiera que pudiera leer», escribe Pete Beidler, profesor en la Universidad de Lehigh (Pensilvania), diagnosticado de párkinson en 2006 y autor del libro Viviendo y muriendo con la enfermedad de Parkinson.

En el último tercio del siglo XVIII ganó fama como autor de un gran número de artículos médicos, folletos y libros, desde cómo reconocer y tratar la rabia y la epilepsia hasta los beneficios para la salud de la higiene personal. Todos estos consejos se recopilaron en 1799 en su obra magna, Admoniciones médicas dirigidas a las familias. Pero el compromiso social y político iba más allá, y el contexto histórico avivó el fuego: Parkinson, cada vez más radical, se lanzó a publicar panfletos políticos de títulos incendiarios que firmaba con el seudónimo Old Hubert. En ellos abordaba temas como la reforma parlamentaria o los derechos ciudadanos, criticaba las injusticias del sistema político británico y abogaba por una mayor representación democrática.

Este activismo lo llevó a verse envuelto en un supuesto complot, conocido como ‘The Pop-Gun Plot’, cuyo propósito habría sido intentar asesinar al rey Jorge III mediante un dardo envenenado disparado con una pistola de aire comprimido. Fue arrestado y llamado a declarar, pero finalmente se lo liberó sin cargos.

Pasión por los fósiles

Transcurrida su etapa más política, Parkinson volvió a su trabajo como médico, pero otra gran pasión –el estudio de los fósiles– irrumpió en su vida. Según cuenta Cherry Lewis, «fue el célebre cirujano John Hunter quien inoculó el veneno de la geología en el joven Parkinson. Hunter coleccionaba fósiles, y Parkinson lo secundó». Así, cuenta Beidler, «pasó sus años más productivos escribiendo sobre la historia de la Tierra, los estratos geológicos de Inglaterra y los principios de la paleontología. Su monumental obra ilustrada en tres volúmenes, Restos orgánicos de un mundo anterior (publicada entre 1804 y 1811), fue en su tiempo vista como su trabajo más importante e influyente».

Más que geólogo, era un paleontólogo. Y durante años compaginó esa dedicación con la atención a los pacientes, siempre marcada por su interés por una medicina social más justa. Peleó contra el trabajo infantil, y su investigación sobre las condiciones en las que trabajaban los niños en las fábricas ayudó a que se tomaran medidas a nivel local, tres décadas antes de que se aprobara cualquier legislación nacional. También fue pionero en ofrecer vacunas contra la viruela. No todo fue exitoso: en 1810 se vio envuelto en un polémico internamiento falso de una mujer cuerda, y recibió por ello numerosas críticas. Pero esta experiencia le serviría para publicar un nuevo libro: Mad-houses: observations on the act for regulating mad-houses (‘Manicomios: observaciones a la ley de manicomios’). Muchas de sus sugerencias para el tratamiento humano y la protección legal de los enfermos mentales fueron finalmente incorporadas en la Ley de Locura de 1845.

La parálisis temblorosa

James Parkinson era un hombre ocupado y enérgico, pero quizá lo más distintivo de él era su capacidad para observar cuidadosamente y sacar nuevas inferencias de lo que observaba. Esta capacidad de observación lo llevaría a fijar su atención en la enfermedad que le daría fama universal. Como señala Beidler, «comenzó a interesarse por notar los extraños movimientos torturantes de tres ancianos, desconocidos para él y entre sí, mientras se movían torpemente por las concurridas calles de Hoxton. Notó que caminaban encorvados, inclinados hacia delante mientras se arrastraban y tropezaban».

La mente inquieta de Parkinson le hizo ir más allá: los paró y los bombardeó a preguntas sobre esos inquietantes temblores. «A través de una observación cuidadosa, haciendo preguntas y prestando mucha atención a las respuestas de esos tres hombres, y luego de otros tres que exhibían una gama similar de síntomas, James Parkinson fue capaz de dibujar perfiles asombrosamente precisos de las personas que sufrían de parálisis temblorosa», escribe Beidler, que añade que «su genialidad fue que no los trató como signos o síntomas aislados, sino que podían ser etapas progresivas de una enfermedad que se desarrollaba poco a poco y que, a medida que progresaba, surgían muchos otros síntomas».

 

«En una época en que solo los ricos podían consultar a un médico, Parkinson trabajó para que la información sobre salud estuviera disponible para cualquiera que pudiera leer»

 

Con los resultados de su investigación, y a los 63 años, Parkinson publicó su Ensayo sobre la parálisis temblorosaNo pudo encontrar una cura para la enfermedad ni tampoco ahondar en sus porqués, pero la documentación de los síntomas le permitió identificar y describir una condición médica que hasta el momento no había sido definida. Aquel trabajo no le añadió fama. Es más, como señala Stamford, «Parkinson no buscó la celebridad en ningún sentido de la palabra. Cuando se le concedió la medalla de oro del Real Colegio de Cirujanos, bien podría haber elegido que su imagen se representara al óleo, como lo han hecho muchos ganadores de premios desde entonces. Pero, para Parkinson, la medalla fue un honor suficiente».

Esa ausencia de vanidad es una de las razones de que no podamos saber el aspecto que tenía Parkinson. Solo podemos quedarnos con la descripción que de él hizo el naturalista Gideon Mantell: «De estatura bastante inferior a la media, con un intelecto enérgico y una expresión agradable en el semblante, y de modales apacibles y corteses».

 

 

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