CorrupciónDemocracia y Política

La autodestrucción del sistema político

La Argentina juega con el riesgo 
de una ruptura de la representación

Los avisos se repiten y son cada vez más impactantes. El 6 de enero de 2021, el Capitolio de los Estados Unidos fue asaltado por una turba de fanáticos de Donald Trump, derrotado por Joe Biden. El domingo pasado, en otro enero en llamas, miles de seguidores del expresidente Jair Bolsonaro ocuparon y dañaron el Parlamento y la sede de la Corte brasileña, en Brasilia.

En ambos casos, esos miles de salteadores fueron impulsados por el convencimiento de que sus candidatos derrotados –presidentes que debieron abandonar el poder– debían continuar aun en contra de los resultados oficiales de sus respectivas elecciones. Representaban, en Estados Unidos y en Brasil, a millones de personas que frente a los hechos eligieron construir su propio universo basado en supuestos, creencias y supersticiones.

La Argentina parece haber elegido desconocer el reflejo que desprenden hechos tan graves en vecinos tan relevantes.

Hay otro fenómeno aún más inquietante: en nuestro país, el encapsulamiento en mundos enfrentados y aislados de la realidad empieza en la dirigencia política. El divorcio con una realidad social y económica angustiante acelera el riesgo de que la representatividad de los gobernantes entre en default. Los dirigentes políticos llevan una agenda y sus representados padecen otra, por completo desatendida por aquellos.

El último informe sobre Riesgo Político de América Latina, presentado desde Chile por los especialistas Jorge Sahd, Daniel Zovatto y Diego Rojas, del Centro UC de Estudios Internacionales, contiene una serie de advertencias concretas. “América Latina no escapa a esta recesión democrática. La situación se ha venido deteriorando progresivamente desde 2007 hasta la fecha”, explica el trabajo, que no solo alerta sobre la caída en la confianza en la democracia.

También plantea la crisis de gobernabilidad que apremia a las administraciones de varios países. “La luna de miel de los gobiernos en América Latina es cuestión del pasado. En Chile, el presidente Gabriel Boric vio caer su aprobación por debajo del 40% en solo cinco semanas de gobierno, mientras que en Colombia el presidente Gustavo Petro aumentó en 20 puntos su desaprobación en solo dos meses, de acuerdo con Invamer. En tanto, los presidentes de la Argentina y de Perú (el desplazado Pedro Castillo) exhibían en 2022 niveles de aprobación inferiores a 30%”.

En el ranking de los presidentes menos valorados de América Latina, según el mismo informe, Alberto Fernández se mantiene en el primer lugar. La consecuencia es conocida: se trata de un mandatario débil que encabeza sin mandar un gobierno dividido y enfrentado a una oposición también fragmentada en tantos pedazos como aspirantes presidenciales existen.

La Argentina juega con el riesgo de una ruptura de la representación. Cada mañana, los bandos enfrentados leen en los medios las noticias y eligen cuáles utilizarán como piedras contra sus adversarios.

Si no fuese grave, resultaría ridículo. Durante el Mundial, la primera plana del kirchnerismo se dedicó a acusar de “mufa” a Mauricio Macri por las redes sociales. Y luego del triunfo, Juntos por el Cambio se encargó de hacer notar que los jugadores no quisieron ir a la Casa de Gobierno ni prestarse al aprovechamiento político de lo que ellos habían logrado en la cancha. En esos días estaba terminando un año que registró la más alta inflación en décadas y una estremecedora tasa de pobreza estructural.

Si con el Mundial se pretendió una manipulación político-partidaria del triunfo, más preocupante es usar los gravísimos hechos de Brasil para cruzar acusaciones y forzar paralelismos. El intercambio de chicanas ensució lo que debió ser un rechazo monolítico de toda la dirigencia argentina respecto del intento de golpe de Estado y asalto de las instituciones brasileñas.

No hubo comunicado o tuit del oficialismo o de la oposición que luego del repudio a la violencia en Brasilia no añadiera una acusación hacia la otra vereda. ¿Hacía falta que el canciller Santiago Cafiero acusara a Macri de cómplice de los golpistas? ¿Era necesario que los dirigentes de Juntos por el Cambio equipararan la situación brasileña con la pretensión del oficialismo de echar a la Corte?

«El intento de enjuiciar a los cuatro miembros de la Corte amenaza con paralizar al Congreso»

En general las clases dirigentes de los países evitan exportar sus peleas internas cuando de cuestiones internacionales se trata. En la Argentina hace tiempo que todo se mezcla y confunde hasta lo impresentable. En el caso de Brasil, socio principal de la Argentina, se llegó al extremo de condicionar las relaciones al afecto y afinidad ideológica de los presidentes. Todavía no se ha establecido el verdadero costo económico y comercial de semejante desatino.

Es un error extendido. Si el oficialismo divide al mundo entre países amigos y enemigos según su deformada lente ideológica, Macri repite como si fuese un mérito que sus relaciones personales son una llave para entrar al mundo.

El enfrentamiento ciego, ajeno a la perentoria necesidad de tratar de resolver los problemas de la sociedad, tiene consecuencias que van más allá de las palabras.

La guerra contra la Justicia que desató Cristina Kirchner por haber sido condenada en primera instancia ya paralizó el Consejo de la Magistratura y lo enredó en una maraña de causas judiciales. Atrofiar un órgano institucional esencial no es el único daño.

El intento de enjuiciar a los cuatro miembros de la Corte amenaza con paralizar al Congreso. Es lo que avisó Juntos por el Cambio como freno al ensayo del kirchnerismo de destruir la cabeza del Poder Judicial. Ir contra la Justicia paraliza a otro poder, el Parlamento.

El daño se extiende y la lógica de la destrucción mutua paraliza las instituciones del país. Nadie frena.

 

 

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