La batalla cultural de Macri necesita otra victoria electoral sobre el peronismo
Hoy se cumplen 345 días de Mauricio Macri como presidente. Dentro de 20 días cumplirá un año en el poder y hay una cuestión que lo sigue obsesionando. Ganar la batalla cultural contra los resabios del kirchnerismo anidados en ciertos rincones de la sociedad. No es una tarea fácil. Cristina y varios de los suyos dejaron huellas difíciles de borrar. El viernes por la tarde, mientras se hacía esta entrevista a la sombra bucólica de la Quinta de Olivos, algunos gremios de la CGT y los grupos piqueteros reciclados como movimientos sociales reunían a unos cuantos miles de personas para reclamarle al Gobierno. Un millar de micros paralizaban el centro de la Ciudad y muchos argentinos adelantaban el fin de semana para evitar el caos de tránsito. Una escena que se repite desde hace más de una década y que el macrismo hasta ahora no pudo cambiar. En los medios retumbaba una carta de Hebe de Bonafini al Papa Francisco pidiéndole ayuda porque, a criterio de la madre de Plaza de Mayo más emblemática y más polémica, la Argentina está pasando por un período de miseria y hambre sin precedentes. Hebe y Bergoglio, dos argentinos con trascendencia global, que suelen complicar el camino del Presidente. Ella con su verborragia implacable. Y el Papa, con sus gestos discretos pero siempre en la dirección que Macri menos hubiera deseado.
Aún así, el Presidente sigue confiado. Dice que las encuestas que lee le muestran la aprobación de la mayoría a las pruebas de nivelación que se le tomaron a los alumnos argentinos con algún nivel de polémica docente. Y también asegura que el 83 por ciento de los consultados por sus encuestadores aceptó pagar las tarifas aumentadas del gas y de la energía eléctrica. “La sociedad acompañó más que la dirigencia”, casi se queja Macri. Su otra obsesión es el Círculo Rojo, esa minoría de políticos, empresarios y periodistas influyentes a los que imagina en su contra. Como si él y sus colaboradores no formaran parte de ese círculo que el asesor ecuatoriano Jaime Durán Barba diseñó para que tenga también enemigos en su propio sector social. Y, de ese modo ingenioso, espantar la idea inconveniente de que el macrismo gobierna sólo para los ricos.
Macri habló de la tensión de los primeros meses de su gobierno. “Corría, corría y nunca llegaba…”, es la imagen que encontró para describirlos. Citó a Churchill por aquella frase de que, a veces, las cosas necesitan ponerse peor para que puedan llegar a estar mejor. Y enarbola la bandera PRO de “defender lo correcto, porque lo políticamente correcto ya nos hizo mucho daño”.
Las reflexiones conceptuales son interesantes pero chocan siempre contra las necesidades políticas. El momento en que la reactivación económica arranque y vuelva intrascendente la disputa estratégica entre Alfonso Prat-Gay y Federico Sturzenegger. El segundo en el que Elisa Carrió se detenga y determine quiénes son los funcionarios a los que no va a someter a sus ráfagas impiadosas de acusaciones y denuncias judiciales. Y el instante en el que seleccione a los candidatos para las elecciones del año próximo.
Hace tiempo que los nombres comenzaron a correr de boca en boca y de encuesta en encuesta. Macri dice hoy que Esteban Bullrich es demasiado buen ministro de Educación como para postularlo en la provincia de Buenos Aires. Pero son varios los que alientan esa alternativa mientras otros juegan las cartas del primo Jorge Macri, la del neorólogo radical Facundo Manes y, claro está, la carta explosiva de la omnipresente Lilita Carrió. Deberán acertar para que el candidato a senador por los bonaerenses, el más determinante de la elección próxima, pueda vencer a un peronismo que hoy luce dividido mínimamente entre la opción renovadora de Sergio Massa y la opción siempre revulsiva de Cristina Kirchner.
Porque es así. Los consejos en los libros de Mandela y las herramientas de la filosofía budista resultan insuficientes cuando llega la hora de la verdad. En el segundo semestre de 2017 deberá enfrentar su primer examen electoral para lograr consolidarse en el poder y soñar con esos ocho años con reelección incluida de los que ya habla con la imprudencia de los optimistas. Macri necesita que la Argentina vuelva a crecer. Necesita que ceda la inseguridad y que el Estado recupere la presencia que perdió mientras el kirchnerismo se distraía detrás de los bolsos llenos de dólares. Si esas demandas pendientes se concretan podrá ganar los comicios legislativos y recién entonces disponerse para dar la batalla cultural. La batalla que todavía no pudo emprender ningún gobierno extraño a los genes poderosos del peronismo.