La batalla de las figuras
Maria Dolores de Cospedal, una de las candidatas para suceder a Rajoy al frente del PP, en un encuentro con miembros de nuevas generaciones. MARCIAL GUILLÉN (EFE) / VÍDEO: ATLAS
Todo el mundo ha celebrado que el Partido Popular elija a su nuevo líder a través de unas primarias. Aquella manera de decidir a dedo era de esas costumbres que ya no tienen pase, así que no está mal que hayan salido algunas figuras a batirse para conquistar el voto de la militancia. Las maneras tienen que ver con las de cualquier otro proceso electoral, pero lo que resulta un tanto extraño en las primarias de los partidos es que todos los candidatos defienden el mismo programa. Es como un concurso para saber simplemente quién puede hacerlo mejor. Más difícil resulta saber es si ese proceso favorece en verdad la democracia interna de los partidos. Si genera más debate, mejores argumentos, una revisión y puesta a punto de los valores e ideas de la formación, el necesario proceso de autocrítica sobre lo que no funcionó.
Convertir la democracia en una cita exclusiva con las urnas puede convertirse a la larga en un problema. Todo queda ahí reducido al enfrentamiento entre las figuras, a su capacidad de conectar con la militancia, a su habilidad para destacar frente a sus adversarios. Pero esa batalla, aparentemente inocua —todos están, al fin y al cabo, en el mismo bando—, puede provocar heridas profundas donde antes solo había diferencias de criterio, incluso abrir un cisma, una catástrofe interna. Ha ocurrido en otros partidos.
En cuanto se ponen en marcha unas elecciones, y unas primarias lo son, enseguida se instala una atmósfera de combate en la que cada candidato procura machacar a sus adversarios. “Las facciones redoblan entonces su ardor y todas las pasiones artificiales que la imaginación puede crear en un país feliz y tranquilo se agitan en ese momento a plena luz”, escribió David von Reybrouk en Contra las elecciones, ese provocador ensayo en el que proponía caminos para “salvar la democracia”. Lo relevante de su crítica a la obsesión por las urnas apunta al abrumador ruido de las campañas, donde solo importa sacar músculo frente al rival, inventar fórmulas felices, tocar las emociones de los votantes. Nada de ideas ni de propuestas políticas concretas, pura fanfarria y tópicos previsibles. “Un partido sólido”, “una formación moderna”, “el verdadero referente del centro-derecha”: mensajes intercambiables que los candidatos del PP repetirán mil veces. Tampoco es que tengan mucho margen de maniobra, pero si al final solo se trata de encontrar gestos más eficaces que los de los rivales, ¿en qué va a quedar la renovación del partido? ¿Va a ser capaz de sortear los desperfectos de tanta corrupción y la desconfianza que ha generado su concepción tan patrimonialista del poder? No parece muy claro.