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La batalla decisiva

 

El título de esta nota lo da el tirano cubano Raúl Castro. A principios del pasado mes de marzo en una visita a Caracas Raúl Castro pronunció una frase con resonancias de fin de época: “En Venezuela”, afirmó, “se libra hoy la batalla decisiva”.

Nadie le prestó demasiada atención. No es costumbre –salvo algunas excepciones- que la dirigencia política opositora considere la presencia cubana en Venezuela como un dato central. ¿La causa? no es fácil de dilucidar; quizá tenga razón un amigo psicólogo cuando afirma que aceptar tal presencia como un hecho fundamental sería para ellos algo similar al niño que juega con un globo y viene alguien y se lo explota. El jugar con el globo es equivalente a su idea de que para salir del chavismo lo que se requiere es mucha voluntad, asistir a todas las elecciones que el chavismo convoque, no chistar demasiado sobre las crecientemente ilegales condiciones electorales, todas ellas violatorias de la constitución, hibernar en sus sedes partidistas entre elecciones y esperar que la cada vez más desesperada ciudadanía acepte sus estrategias sin protestar mucho. El gran triunfo del 12-15, gracias a un monumental rechazo al estado de cosas, no los puso alertas, y no los llevó a entender que el chavismo, como toda epidemia, se adapta y genera anticuerpos; con el fin, en su caso, de hacer todo lo que sea necesario, a costa de vidas humanas incluso, para mantenerse en el poder (lo único que le interesa y motiva de verdad).

Pasemos ahora a una imagen que demuestra que afortunadamente la gente no es tonta: el fin de semana pasado, el primero post-auto golpe, el primero donde urbi et orbi se acepta ¡por fin! que en Venezuela tenemos una dictadura; el primero donde hasta la Fiscal General reclama la barbaridad perpetrada por ese dúo siniestramente armonizado que forman Maduro y el presidente del Tribunal Supremo, Maikel Moreno, un vehículo del partido Un Nuevo Tiempo daba vueltas por las urbanizaciones del municipio Chacao, pidiendo a la población “acudir a validar” al partido este fin de semana. Expliquemos mejor el asunto: mientras que, por ejemplo, la OEA (a pesar de los pataleos del embajador boliviano, con apoyo del impresentable representante venezolano) y el Mercosur convocaban reuniones de emergencia frente a la feroz ofensiva de la dictadura, o que la Conferencia Episcopal emitía otro extraordinario documento en defensa de la libertad, a los dirigentes del partido de Manuel Rosales lo único que les interesaba era “relegitimarse” una vez más ante el TSJ y al CNE (a los que, de paso, ellos legitiman), autores del nuevo reglamento de inscripción partidista, absolutamente inaceptable, malévolamente pergeñado con el fin de crear nuevos obstáculos a las organizaciones políticas.

Mientras la OEA, el Mercosur, incontables jefes de Estado y de gobierno, parlamentos y organizaciones de la sociedad, exigen al régimen que se liberen los presos políticos, se respete a la Asamblea Nacional, se permitan canales de ayuda humanitaria y se realicen elecciones generales, para los dirigentes de Un Nuevo Tiempo es suficiente la palabra de las brujas del CNE de que “algún día” se celebrarán elecciones -eso sí, solo regionales-.

Estos “opositores” caen en una conocida trampa cognitiva (demostrada por el premio Nobel de Economía, el psicólogo Daniel Kahneman): tratan las probabilidades remotas como si fueran posibilidades reales.

Ante semejante espectáculo, algunos vecinos reaccionaron con indignación e ira, gritando y reclamando a los nuevo-tiempistas.

Hay dos herramientas de la psicología política que el chavismo ha intentado imponer en nuestro país, siguiendo las lecciones de la tiranía cubana: la primera, que fue la más exitosa, se denomina “despotismo por convencimiento”, y fue lo que sucedió luego de la victoria chavista del 98: toda la institucionalidad venezolana se “adaptó” sin chistar a la voluntad totalitaria del máximo líder, quien incluso se dio el lujo de insultar en el parlamento a la muy venerable constitución del 61, sin que casi nadie dijera esta boca es mía.

Como recuerda el historiador Timothy Snyder en su reciente y recomendable obra “Sobre la tiranía: 20 lecciones del siglo XX”: “no se hable de “nuestras instituciones” a menos que usted las haga suyas, defendiéndolas, actuando en su favor”.

Costó años, y muchos errores chavistas unidos a la caída de los precios petroleros, para que la mayoría de la gente comenzara a reaccionar contra el convencimiento de que el chavismo era lo mejor que le había pasado a este país.

La segunda herramienta psicológica que se está tratando de imponer –como sucedió también en Cuba y en la Unión Soviética- es la “desesperanza aprendida”. Se busca que mientras más pase el tiempo la gente se convenza de que nada puede hacer para superar la actual situación, que no hay remedio, y que ante la pérdida de motivación, de esperanzas, y frente a la creciente desmoralización, lo único que queda por hacer es resignarse. Es la victoria del pensamiento único, es tolerar lo intolerable.

Conductas como las de Manuel Rosales y demás dirigentes de Un Nuevo Tiempo solo ayudan a reafirmar esas conductas negativas.

Pero en realidad lo que vivimos en Venezuela es un momento crucial de quiebre anti-totalitario, que requiere de una creciente presión internacional, y una todavía mayor presión nacional, y que ambas actúen coordinadamente. Afortunadamente, hay dirigentes opositores que tienen la estrategia clara, y saben que, como afirma Raúl Castro, “en Venezuela se libra hoy la batalla decisiva”.

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