La bomba Valls estalla en la política catalana
Napoleón Bonaparte sostenía que todo soldado francés llevaba en su mochila el bastón de mariscal. De la misma manera, Manuel Valls podría tener la vara de alcalde en la suya. La posibilidad de que se presente como candidato a la alcaldía barcelonesa por Ciudadanos ha provocado que las alarmas de todos los otros partidos se enciendan.
¿Se imaginan un cara a cara entre Ada Colau y Manuel Valls?
Los primeros en estremecerse han sido los de Barcelona en Comú. Ada Colau, Pisarello, Gala Pin y demás miembros de esa curiosa mezcla de subvencionados, comunistas y okupas tiemblan ante la posibilidad de vérselas con el ex primer ministro francés. Valls, nacido en el popular barrio barcelonés de Horta, tiene pátina, según los cánones de este rojerío de salón. Sus raíces son humildes, es de izquierdas, tiene un currículum político que nadie supera entre los otros candidatos y, lo que realmente les aterroriza, su discurso en contra del separatismo o el populismo es terriblemente demoledor y lúcido.
Valls fue el gran triunfador en la reciente manifestación organizada por Societat Civil Catalana con su intervención brillante en oratoria, argumentación y sentimiento. Ese es su miedo. Si algo ha jugado en favor de los podemitas catalanes ha sido la mediocridad de la mayoría de los adversarios con los que ha tenido que competir. La verborrea de Colau y sus soflamas demagógicas han encontrado poco rebote entre los partidos tradicionales, demasiado acomodados a otro estilo de hacer política.
Con el ex primer ministro no sería tan fácil, porque en Francia la política es algo muy distinto. Allí los encuentros dialécticos, tanto en la Asamblea Nacional como en cualquier otro ámbito, son duros, implacables, y requieren de los contendientes cintura, capacidad de argumentación, cultura, buenas lecturas y, lo más importante, tener ideas en la cabeza. La renuncia a todo eso, en especial al combate de las ideas, es lo que ha sumido tanto a derechas a izquierdas en el letargo insípido y destructivo en el que estamos sumergidos en España desde hace ya mucho tiempo, demasiado. Los franceses tienen otra cosa, además, de la que suelen adolecer nuestros prohombres – y promujeres, supongo que se dirá así – que se denomina sentido del estado.
Saben renunciar a una parte de su programa si ello beneficia al común de la nación. Esa incuestionable virtud democrática los hace estar a años luz de esta clase política cicatera y cortoplacista que padecemos los españoles. Ante todo ese sólido muro, ante ese bagaje político, ante la categoría que da haber ostentado el cargo de primer ministro francés ¿qué podría oponer Colau? ¿Decir que se disfrazó de super heroína una vez para reivindicar el derecho a la vivienda? ¿O que se hizo pasar por abogada en tiempos de la Plataforma Anti Desahucios? ¿Quizás que mintió cuando dijo que jamás se dedicaría a la política? Porque, vamos a ver, ¿me quieren ustedes decir que currículum profesional, qué méritos, qué distinciones posee Colau para oponerlas a Manuel Valls? Nada. Ninguna. Cero. Vacío absoluto.
Otro tanto se puede decir de no pocos aspirantes a la alcaldía. Ahí tienen ustedes a Alfred Bosch, de Esquerra, o a las gentes de las CUP. Dudo mucho que le durasen medio segundo, siendo piadoso. De los ex convergentes casi mejor no hablar, porque todavía no se sabe quien irá de cabeza de lista, pero ya ven ustedes como andan en el PDeCAT. ¿Y el PSC? Pues que como no viniese Miquel Iceta en ayuda de su amigo y compi yogui Jaume Collboni y bailase un zapateado, el edil socialista se iba a estrellar ante el francés nacido en Barcelona con las consecuencias de traumatismos electorales de pronóstico reservado. Collboni ni tiene discurso ni cree necesario tenerlo, con estar en su silla tiene más que de sobras, sintiéndose con eso más que satisfecho. Cosas del socialismo caviar, en feliz ocurrencia de Jean-François Revel.
En lo que respecta al PP, sin menoscabo del aprecio y admiración personal que siento por Alberto Fernández Díaz – con seguridad el político municipal barcelonés que conoce mejor y más a fondo la ciudad y sus problemas – tengo para mí que la estrategia de su partido está equivocada de medio a medio. Las declaraciones de Xavier García Albiol, otro buen político y amigo, son, a mi juicio, erróneas. Dice Xavier que el hecho de que Valls desee seguir con el debate independentista desde la plataforma municipal es un error, porque un alcalde debe ocuparse de los vecinos. Mi querido Xavier, deberías recordar que durante tu mandato como alcalde de Badalona supiste y pudiste compaginar a la perfección ambas cosas.
En Francia saben muy bien el valor que tienen los alcaldes y el rol que desempeñan en la política. De hecho, pocos llegan al consejo de ministros sin haber lucido antes la banda con la enseña tricolor, símbolo del cargo de alcalde. De ahí que me parezca que las declaraciones provenientes del PP obedezcan más a cosas de partidos y pre campañas, porque estoy convencido que Valls se entendería a la perfección con todos los que desean justamente eso, mejorar la vida de los vecinos, de la ciudad, del país. Con Alberto y Xavier, si a eso vamos.
La jugada magistral de Albert Rivera
Si se acabase concretado la candidatura de Manel Valls por Ciudadanos, la jugada sería magistral. La formación naranja tendría muchas posibilidades de alcanzar la alcaldía de Barcelona, lo que le permitiría matar varios pájaros de un tiro. Primero, tras ser el partido más votado en el Parlament de Cataluña, detentar el poder en la capital del Principado. Segundo, servir de contrapeso al independentismo al disponer también de mayoría en la Diputación de Barcelona. Tercero, controlar las derivas nacionalistas de la pseudo izquierda desde una posición institucional de autoridad e importancia. Cuarto, eliminar el san benito que le cuelgan a la formación naranja respecto a que no gobierna en ninguna ciudad catalana. Es más que evidente que esta maniobra es algo más que proponer a alguien solamente por intereses cortoplacistas, como el PSOE madrileño con Manuela Carmena.
Pero si, como todo indica, hay elecciones antes de agosto en mi tierra, sabremos si a Valls se le otorga o no un rol importante en la campaña de Ciudadanos y como responden los demás»
Tiene Albert – y no dudo que también Juan Carlos Girauta, eminencia gris de Ciudadanos, con un sentido del estado tan grande y una cultura tan enciclopédica que él solo es en sí un parlamento– una estrategia que, si me lo permiten, veo con símiles taurinos. De toreo del Arte, vamos. Ora una larga cambiada, ora una chicuelina, ora un pase de pecho, ora una tanda de verónicas para rematar con dos naturales y un pase de pecho. El toro, que ya se ha perdido, está vencido por desnortado. En la lidia de la política no son pocas las ocasiones en las que se alude al arte de Cúchares, así que bien podemos emplear esos términos.
Lo que pueda pasar o no con Valls lo veremos, porque aún falta tiempo para que las municipales lleguen y se ha demostrado con largueza que la política catalana tiene fecha de caducidad inmediata, porque todo va a velocidad de vértigo. Las certezas de hoy son las incertidumbres de mañana, y más con esa panda que, con tal de vivir del cuento, es capaz de decir cada día una cosa distinta. Pero si, como todo indica, hay elecciones antes de agosto en mi tierra, sabremos si a Valls se le otorga o no un rol importante en la campaña de Ciudadanos y como responden los demás. Como banco de pruebas sería muy útil. Al lado de la líder natural del partido, Inés Arrimadas, el concurso de Valls sería de gran eficacia para aumentar el número de votantes e intentar romper la mayoría separatista en el parlament.
Además, eso le daría más proyección al galo, allanándole el terreno de cara a su candidatura como alcalde de Barcelona. Que la gente no separatista estaría encantada es evidente, a juzgar por como recibió su presencia y palabras en la manifestación de SCC. Si además de a Valls, Albert pudiera fichar para ir en las litas a Josep Borrell, Albert Boadella, Mario Vargas Llosa y Rosa María Sardá, teníamos Ciudadanos para rato. En Barcelona, en Cataluña y en toda España.
Total, soñar no cuesta nada. Aunque cosas más raras se han visto.