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La carta de una maestra: un testimonio de la crisis en Venezuela

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Hace unas semanas, mientras hablaba sobre la situación social venezolana con amigo que vive en el exterior, él me interrumpió con este señalamiento: “Juan, estaba casi cronometrando el tiempo que transcurriría antes de que comenzaras a hablarme de los problemas del país, la gente de Venezuela tiene como la urgencia de contar lo que les pasa…”

Aquel día caí en cuenta de que para algunos contar lo que nos pasa a veces es el único recurso que nos queda para defender la dignidad. Denunciar lo indigno de las circunstancias que vivimos es una forma de no aceptarla, de rechazarla: un intento de cambiarla o (al menos y como último recurso) dejar una evidencia de esa injusticia. Cuando tu drama tiene un testigo que te comprende, que te acompaña y que de alguna manera se solidariza contigo, tu dignidad puede seguir en pie.

El drama en soledad hiere mortalmente la dignidad.

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Hoy estoy obligado dejar evidencia y testificar lo que viven algunas de nuestras maestras de las escuelas públicas, mujeres que se han forjado a pulso durante años estudiando, levantando hogares con rol simultáneo de madre y padre, al mismo tiempo formando y ayudando a nuestros niños y a las familias más necesitadas a abrirse camino en la vida y hacerlo desde la educación, desde la formación, desde la escuela.

En el habitual desorden y clima de informalidad que hay al finalizar una asamblea, se me acercó una maestra a conversar. Cuando supe dónde trabajaba le di el pésame por una compañera que fue asesinada recientemente durante un enfrentamiento entre bandas mientras visitaba a su mamá en Valles del Tuy. Cuando comentábamos las tristezas y complicaciones que implicó llevar su cuerpo de vuelta a Barlovento para poder velarla, me tomó del brazo y me llevó a un rincón buscando algo de privacidad. Entonces me dijo: “Profe, es que no quiero que mis compañeras me vean así. Yo para ellas soy su fortaleza y fuente de ánimo… usted sabe. Necesito que me ayude, porque nunca pensé que me atrevería a contarle a alguien esto que me pasa”.

Además de sufrir la muerte de su compañera, esta maestra me confesó que su hija desempleada está embarazada y, además, tiene un hijo con discapacidad. Y es viuda porque hace dos meses asesinaron a su esposo para robarle la moto mientras llevaba a su niño a la escuela. “Era un buen hombre y sustento del hogar”, me dijo. “Siempre estaba pendiente de su muchacho especial, pero la violencia y el hambre nos están matando”.

Entonces le pedí que me enviara un correo electrónico para poder iniciar algunas gestiones formales de apoyo y ella me dijo que lo haría en la noche.

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“Muy señor mío,

Por medio de  la presente me dirijo a ustedes para recordarle que hoy en horas de la tarde le planteé una situación personal que me aqueja. Deseo con todas mis fuerzas continuar desarrollando mi labor con la experiencia que ello supone. Hace poco participé en el concurso de ascenso [concurso para ascender a directivo], logrando una buena calificación, por lo cual no quiero que el problema familiar y económico que estoy presentando se convierta en una traba para mí y es por ello que le pido esto. Tengo a mi cargo a mi hija, quien acaba de quedar viuda con seis meses de embarazo, y a mis cuatro nietos, de los cuales dos están estudiando: uno segundo y el otro cuarto grado, además del niño con discapacidad auditiva que también estudia. Sé que usted conoce perfectamente el sueldo que tengo, pero sin embargo adjunto mi recibo de pago”

La maestra, junto con su carta, me adjuntó su recibo de pago: sus ingresos mensuales son de 15 mil bolívares, más 12 mil bolívares en ticket de alimentación. Con esa cantidad ella tiene que hacerle frente a una canasta básica familiar que ya se estima en 300 mil bolívares. Es decir: 10 veces más que sus ingresos. Y me siguió explicando:

 “de no ser por este momento tan difícil que hoy estamos viviendo, aunado a la tragedia familiar, yo no le molestaría. Estoy segura de que usted sabe entender mis necesidades y abogará por ellas. Soy docente desde hace 21 años, con 19 años en la gobernación de Miranda. Me encuentro cursando un posgrado en gerencia educativa del cual sólo me falta presentar la tesis y, por estos momentos, la suspendí para dedicarme por entero a la familia”.

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Ojalá esta historia que comparto hoy fuese un caso aislado, una excepción, el infeliz azar atravesado en la vida de una persona. Pero en realidad es apenas una muestra de la realidad que atraviesa el pueblo venezolano y, en particular, nuestras maestras.

Con este post quiero hacer algo que vaya más allá de contar lo que nos pasa. Quiero dar mi reconocimiento público a la entereza de nuestras mujeres y maestras para enfrentar gigantescas dificultades personales y profesionales mientras mantienen en pie dos instituciones tan fundamentales como la familia y la escuela.

Por ustedes bien vale la pena seguir luchando por un cambio en nuestro país. Y con ustedes vamos a fundar familias y a construir las escuelas donde ya crece otra Venezuela.

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