La casa de cristal
Nos dirigimos a una sociedad en la que todo lo que todos los datos que hemos compartido pueden ser publicados
Uno de los mejores tebeos editados en España en los últimos años se titulaba La casa. Crónica de una conquista (Norma) y su autor es Daniel Torres, un veterano dibujante que había estado largo tiempo sin publicar. El cómic, de casi 600 páginas, está basado en un trabajo de documentación impresionante y repasa la historia de la vivienda desde el neolítico hasta el siglo XXI. Una de las cosas que quedan más claras en sus viñetas es que la privacidad ha resultado una conquista muy difícil, una lucha contra el espacio que, salvo para los muy ricos, se ha prolongado durante siglos y que todavía está pendiente en muchas sociedades. Virginia Woolf también contó aquella revolución en uno de sus libros más célebres, Una habitación propia. Todo esto, en el Occidente permanentemente conectado, se ha terminado.
Lo más grave del final de la privacidad es que en algunos casos se ha producido de manera inconsciente, pero en muchos otros de manera totalmente consciente. Estamos regalando sin darnos cuenta algo que ha costado siglos conquistar. Las fotos realizadas con FaceApp circularon ampliamente por redes sociales: con una ingeniosa aplicación, gracias a la inteligencia artificial se mostraba cómo sería nuestro rostro en la vejez. Todo fue bien hasta que se descubrió que el usuario firmaba una especie de pacto mefistotélico con los autores del juguetito a los que tal vez no entregaba su alma, pero sí sus datos.
Esa noticia se conoció poco antes de que fuese detenido en Bulgaria un informático de 20 años que había logrado los datos fiscales de todos los adultos del país que hubiesen declarado alguna vez a Hacienda. De todos. El hacker ni siquiera era una lumbrera: al parecer el robo masivo de información fue bastante sencillo. Todo ello ocurre mientras los cuatro gigantes de la era digital, Amazon, Apple, Google y Facebook, son investigados en el Congreso de EE UU entre otras cosas por las dudas sobre su tratamiento de los datos. Se trata de ejemplos de las últimas semanas.
Nos dirigimos a una sociedad de paredes de vidrio en la que todo lo que hemos escrito, dicho, incluso a veces pensado (nuestros gustos de compra), todos los datos que hemos compartido con nuestros amigos o con nuestra Administración pueden ser publicados y, desde luego, son utilizados sistemáticamente con fines comerciales o políticos. Ya no existen habitaciones propias.