La centroderecha latinoamericana: entre el elitismo percibido y la defensa silenciosa de la democracia

En las últimas dos décadas, la centroderecha en América Latina ha transitado un proceso de deslegitimación simbólica que ha erosionado su carácter popular. A pesar de haber sido históricamente una fuerza estabilizadora y defensora del Estado de derecho, su narrativa ha sido desplazada por una izquierda que ha sabido capitalizar las demandas sociales y culturales emergentes o por una extrema derecha más dura y contundente en sus apuestas en seguridad, economía y valores morales conservadores. Este fenómeno no solo responde a dinámicas electorales, sino a una transformación profunda en el campo tanto de las ideas políticas como de su representación pública, la cual requiere atención y discusión.
Centroderecha, derecha y América Latina
En la ciencia política contemporánea, la centroderecha se define como una corriente que combina la fidelidad al método democrático y la igualdad frente a la ley, como la definió el politólogo italiano Norberto Bobbio en su clásico libro Derecha e Izquierda. Razones y significados de una distinción política. Los valores de la centroderecha se afincan en la defensa de la democracia liberal, la economía social de mercado y la subsidiariedad del Estado, banderas de corrientes como el liberalismo, el humanismo cristiano y el conservadurismo. Parte del principio de que el mercado es un motor de innovación y prosperidad, pero debe ser regulado éticamente y compensado con mecanismos de cohesión social provenientes de la tradición, la cultura y la diversidad religiosa. Su horizonte normativo es una sociedad libre, meritocrática y solidaria, donde el Estado actúe como garante de derechos, no como sustituto del individuo.
Esta tradición se diferencia claramente de otros dos polos del espectro ideológico. Por un lado, la centroizquierda, que podemos resumir en la “tercera vía” propuesta por Anthony Giddens (1998), desde la que se sostiene una concepción más intervencionista del Estado para corregir desigualdades estructurales. La centroizquierda comparte con la centroderecha su adhesión a la democracia y los derechos humanos, pero difiere en algunos énfasis políticos: privilegia la redistribución y la expansión del gasto público como instrumentos de justicia social. Por otro lado, se encuentra la extrema derecha, caracterizada por su nativismo, autoritarismo y populismo, así como por su rechazo a la diversidad cultural y su inclinación a concentrar el poder. A diferencia de esta, la centroderecha liberal defiende el pluralismo, la competencia democrática y la independencia de las instituciones.
Durante los años 90 y 2000, la centroderecha latinoamericana se propuso combinar estabilidad macroeconómica con políticas de inclusión social moderadas que no dieran como resultado perjuicios al aparato productivo. Sin embargo, en la última década ha atravesado un proceso de erosión simbólica y deslegitimación pública. En la discusión pública se ha posicionado a los sectores de derecha como elitistas o desconectados de los reclamos populares, mientras la izquierda ha capitalizado las demandas sociales emergentes mediante un discurso de justicia e inclusión. A ello se suma la confusión ideológica generada por la radicalización de sectores conservadores que promueven valores excluyentes, religiosos o nacionalistas, contaminando la imagen de los partidos moderados.
A pesar de esta situación, tres experiencias recientes –Chile, Uruguay y República Dominicana– muestran que la centroderecha puede mantener coherencia democrática, ética pública y perfil popular, reafirmando su vigencia como fuerza liberal-democrática.
Chile: Sebastián Piñera y los límites del modelo tecnocrático
Tras la era de la Concertación de centroizquierda e izquierda en Chile (1990-2010), el gobierno de Sebastián Piñera (2010-2014; 2018-2022) asumió como la primera administración de centroderecha desde el retorno a la democracia. Durante su gestión, combinó un enfoque liberal en lo económico con políticas de protección social: amplió la cobertura del sistema de salud, promovió una reforma tributaria para la educación, La Ley del Matrimonio Igualitario, el voto voluntario, licencia posnatal de seis meses y definió estrategias de crecimiento orientadas hacia la innovación. Su desempeño mantuvo el presidencialismo arraigado en la Concertación y reavivó la validez de la tecnocracia, sus plataformas para volver al poder en 2018. Durante su segundo mandato, el estallido social de 2019 reveló las tensiones estructurales del modelo chileno: exigencia de mayor igualdad, participación y reconocimiento ante un gobierno percibido como distante y gerencial. El abordaje de la crisis de seguridad pública derivó en controversias sobre violaciones a los derechos humanos.
No obstante, la figura democrática de Piñera ha sido reivindicada incluso por su sucesor y anterior antagonista, el izquierdista Gabriel Boric, quien afirmó no tener “ninguna duda de que el presidente Piñera es un demócrata” y que en sus “dos gobiernos buscó genuinamente lo que él pensaba era lo mejor para el país”. Este reconocimiento refuerza la tesis de que Piñera, en medio de la mayor crisis social desde el retorno a la democracia, actuó dentro del marco democrático y no en la lógica autoritaria de la extrema derecha. Su caso demuestra que la centroderecha no pierde legitimidad por ser liberal, sino por no traducir sus valores en un relato emocional y socialmente empático.
Uruguay: Luis Lacalle Pou y la libertad responsable
El gobierno de Luis Lacalle Pou (2020–2025) constituye un ejemplo reciente de centroderecha moderna y democrática. Tuvo éxito con su política de apertura económica, además de que logró reformas institucionales y manifestó una gran sensibilidad social. Su liderazgo es una conjunción de liberalismo y pragmatismo, en el sentido de que las políticas públicas se orientan hacia la libertad individual en un marco de estabilidad institucional y acercamiento al ciudadano. Entre sus políticas destacaron la estrategia de “libertad responsable” durante la pandemia, la reducción del déficit fiscal, la mejora de las condiciones económicas y del empleo y una comunicación cercana con la ciudadanía. Tras su salida del poder se mantiene como la figura política de gran popularidad en su país.
Lacalle Pou ha estado al margen del extremismo político, manteniendo un comportamiento moderado en el que destacó su rechazo a los autoritarismos latinoamericanos en distintos foros internacionales.
República Dominicana: Luis Abinader y la ética como política
La administración en ejercicio de Luis Abinader representa otro caso de centroderecha institucionalista y popular en América Latina. Su gobierno ha sido reconocido por promover una justicia independiente, fortalecer la rendición de cuentas y limitar el poder presidencial. Su discurso ha insistido en la defensa de la democracia, particularmente en la alternancia en el poder y en la transparencia institucional, sin olvidarse de las preocupaciones nacionales que lo han impulsado como uno de los actores políticos de mayor popularidad en la región.
El gobierno de Abinader ha buscado distanciar la centroderecha dominicana de las élites tradicionales y acercarla al ciudadano común mediante una agenda republicana y anticorrupción, lo que le ha valido el calificativo de “anomalía” en una región como América Latina y el Caribe, marcada por el deslave democrático. Su administración ha encontrado una ventaja comparativa en la integración de otros actores del arco partidista a través de varios pactos nacionales para lograr reformas consensuadas (defensa, sistema laboral, migración, educación, agua, reforma electoral). En el año 2025, todavía con su popularidad en ascenso, la mayoría parlamentaria reglamentó las reformas y mantuvo la agenda de priorizar los cambios inclusivos. El nuevo informe del World Justice Project ubica a República Dominicana como el país con el mayor cambio positivo en 2025. Este ejemplo confirma que la práctica republicana e institucional también puede ser popular.
Una nueva narrativa centroderechista
Como advierte Miguel Ángel Martínez Meucci, la renovación de la centroderecha pasa por que liberales, conservadores y humanistas cristianos se encuentren en un proyecto de ciudadanía que combine eficiencia económica, sensibilidad social y ética pública. Hay que construir un relato que conecte con las mayorías sociales y hacer de la centroderecha una alternativa creíble de libertad, justicia y desarrollo inclusivo, como lo han sido las experiencias chilena, uruguaya y dominicana. A través de agendas cercanas a las preocupaciones de la sociedad y sostenidas en altos estándares de desempeño democrático, los gobiernos de Sebastián Piñera, Luis Lacalle Pou y Luis Abinader demuestran que la centroderecha puede ser una fuerza estabilizadora y modernizadora, capaz de incidir en una mundo internacional más democrático, como lo ha demostrado su rechazo a las dictaduras y regímenes autoritarios en la región: Cuba, Nicaragua y Venezuela.