La China capitalista se resiste a abolir los planes quinquenales
El primer pleno del 18 Comité Central del Partido Comunista Chino. (Xinhua)
(EFE).- Poco se parece la economía china actual, capaz de mandar naves al espacio o construir trenes de alta velocidad, a la de Mao Zedong, con sus granjas colectivas y su industria pesada, aunque algo sobrevive con los años: los planes quinquenales, una herencia del pasado que Pekín se resiste a abolir.
China, en el que sólo un 25 % de su industria es aún pública y que desde su entrada en la Organización Mundial del Comercio en 2001 parece consagrada a las leyes del mercado pese al persistente proteccionismo, sigue fiel a la planificación por lustros que Moscú inculcó a Pekín hace más de 60 años.
«Es un modelo económico que entró en China desde la Unión Soviética y que no ha cambiado demasiado«, explica a Efe el experto Meng Yuanxin, del centro de estudios Nuevo Continente.
Para algunos, en todo caso, el plan quinquenal tiene en la China del siglo XXI la misma finalidad que el dominante rojo de la bandera nacional, el retrato de Mao en Tiananmen o los cantos de la Internacional en las reuniones políticas chinas: pura estética.
El plan quinquenal es una mera decoración para hacer creer a los miembros del gobernante Partido Comunista que China sigue siendo un país fiel a las ideas de Marx o Lenin
Una mera decoración para hacer creer a los miembros de base del gobernante Partido Comunista (PCCh) que China sigue siendo un país fiel a las ideas de Marx o Lenin, cuando económicamente dista ya mucho de ello.
«Muchos expertos dentro del sistema piensan que el plan quinquenal se ha convertido en algo sin sentido«, subraya Meng.
Sea como sea, los máximos líderes del PCCh iniciaron las reuniones para diseñar el que será el XIII plan quinquenal, para el lustro 2016-20, en el que el gran reto será continuar cambiando el modelo económico nacional frente al creciente pánico de Occidente a la ralentización que ello supondrá.
«El plan sigue teniendo mucha importancia en China y es determinante en la gestión de su economía por la transcendencia de sus objetivos y las implicaciones que aun tiene para el sector público, que sigue siendo muy relevante», opina el analista Xulio Ríos, del Observatorio de la Política China.
Quizá el secreto de que esta tradición se haya mantenido -incluso en los años de la Revolución Cultural, cuando muchas otras cosas en el país se paralizaron- tenga algo de superstición: la única vez que Pekín decidió «desobedecer» un plan quinquenal, en 1958, produjo el irónicamente llamado Gran Salto Adelante, en el que se calcula que las hambrunas causaron la muerte de unos 30 millones de personas.
«Su supresión en 1958 tuvo efectos desastrosos para la economía y el país, y sigue siendo un indicio de continuidad en la ‘nueva normalidad’«, destaca Ríos a Efe, en referencia al término con el que el actual régimen justifica la ralentización económica.
En todo caso, los planes quinquenales chinos han cambiado algo su forma de ser en los últimos años, aunque sea semánticamente: los 10 primeros eran oficialmente considerados «planes» propiamente dichos, mientras que desde el undécimo (2006-2010) el Gobierno alude a ellos como «guías» o «líneas de actuación».
Con ello Pekín parece dar a entender que su cumplimiento no se lleva tan a rajatabla como en lustros anteriores y que las verdaderas políticas de actuación se trazan en los presupuestos anuales, aunque en general hasta los medios chinos continúan hablando de planes quinquenales, por tradición y quizá superstición.
Pekín parece dar a entender que su cumplimiento no se lleva tan a rajatabla como en lustros anteriores y que las verdaderas políticas de actuación se trazan en los presupuestos anuales
Desde el primer plan, para el lustro 1953-57, ha habido aciertos y fallos en sus diseños, que se pueden resumir en una excesiva obsesión por las cifras de crecimiento que produjo desequilibrios en distintas épocas y olvidó a muchos sectores.
Por ejemplo, en los años 50 Mao tuvo una fijación por el desarrollo de la industria pesada que se tradujo en un abandono del campo, lo que unido a la campaña contra las «cuatro pestes» (entre ellas los gorriones) produjo plagas, destrucción de cosechas y las citadas hambrunas del Gran Salto Adelante.
De forma similar, aunque con resultados menos desastrosos, en los primeros años de China sin Mao, a mediados de los 70, se fijaron unos objetivos de crecimiento imposibles que trajeron un desequilibrio de la inversión y obligaron a Pekín a adoptar reformas que aún continúan, la llamada «economía socialista de mercado».
Quiza por ello los planes de los años 80 comenzaron por primera vez a fijarse objetivos sociales, como el de «mejorar la vida material de todos los chinos» (según rezaba el de 1986-90).
Y, años después, desde que comenzara el siglo XXI, también medioambientales, para frenar la grave polución de la que, sea por los planes o incluso a pesar de ellos, es hoy ya la segunda economía mundial y la gran potencia emergente.